Por eldiario.es.- El inmunólogo colombiano Manuel Elkin Patarroyo considera que el descubrimiento de nuevas vacunas para la malaria, el ébola o diferentes tipos de cáncer puede lograrse en corto tiempo con una metodología desarrollada por su equipo de científicos en Bogotá.
Patarroyo, de 68 años y director de la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia (FIDIC), descubrió en 1987 la primera vacuna contra la malaria, cuya protección fue del 40 %, y desde entonces busca ampliar su efectividad al 100 %, así como desarrollar una fórmula madre para diferentes vacunas, dijo en entrevista con Efe.
«Hoy en día -agregó- tenemos capacidad de protección del orden del 80 %» en la vacuna de la malaria, proceso que se ha retrasado por una denuncia de ambientalistas que acusaron a su equipo de «tráfico ilegal» de monos en la región amazónica de la triple frontera de Colombia con Brasil y Perú.
Esa denuncia, acogida por el Consejo de Estado es, según el científico, «injustificada» y «absolutamente absurda», pues no es siquiera por maltrato o muerte de los animales, sino porque supuestamente los monos son capturados a unos metros de la frontera selvática, donde prácticamente no hay límites entre los tres países.
«¿Qué intereses negros, oscuros hay detrás de todo eso? A mí sí me gustaría que algún día alguien los descubriera», explicó Patarroyo, y lamentó que de no ser por este problema, que ya dura cuatro años, la vacuna mejorada contra la malaria habría estado lista hace dos años.
Una vacuna contra la malaria beneficiará a unos 3.500 millones de personas en todo el mundo, y la de la tuberculosis serviría para 4.200 millones de personas, un negocio millonario para las multinacionales farmacéuticas.
En 2013 hubo en el mundo 207 millones de casos de malaria y unas 700.000 muertes, el 95 % de las cuales fueron niños menores de cinco años, aseguró.
Patarroyo donó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) la patente de su primera vacuna, que tenía un coste de producción de siete centavos de dólar (unos cinco céntimos de euro) y se quejó de que «la quieran cobrar a cien euros las multinacionales farmacéuticas».
«Pero durante ese tiempo no nos hemos quedado quietos. Hemos venido buscando el desarrollo de otras vacunas» mediante «una metodología lógica, racional, de tipo físico, químico y matemático para sintetizarlas», y ese es el programa en el que trabaja.
El programa de nuevas vacunas consiste en descubrir las «manitas» con las cuales los microbios se pegan a las células que van a infectar y, a partir de la estructura molecular de esos organismos, fabricarlas químicamente.
«Y con esas reglas del juego descubiertas, que ya tenemos la mayoría de ellas, se puede desarrollar cualquier otra vacuna contra la tuberculosis, el ébola, la hepatitis, el linfoma de Burkitt y muchísimos cánceres, puesto que ya se sabe que cerca del 50 % de los cánceres están inducidos o causados por virus, bacterias o parásitos», añade.
Esta investigación, reitera, también podría ir más adelantada si no tuviera el impedimento de usar los monos de la especie Aotus, cuyo genoma es idéntico al de los humanos.
«Puede que a mí me detengan un rato, pero los que están pagando (…) son los seres humanos por ese retraso», alertó.
Patarroyo está convencido de que con esa metodología, que ya ha presentado en conferencias internacionales, puede encontrar una vacuna contra el ébola, que ha causado más de un millar de muertes en África.
«Si nos dejan trabajar con los monos le garantizo que tendremos pronto una respuesta, digo pronto porque las reglas de juego para hacer las vacunas están dadas», afirmó.
Patarroyo recordó que su vida científica comenzó a los 19 años «trabajando con los virus hermanos del ébola» de la mano de su maestro, el profesor estadounidense Ronald Mackenzie, descubridor en 1963 del virus de la fiebre hemorrágica de Bolivia.
Pese a que ha sido reconocido mundialmente con premios como el Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica (1994), y en el mismo año con el Robert Koch, el más prestigioso galardón científico de Alemania, desde hace cuatro años el Gobierno colombiano no aporta dinero a su centro de investigación.
El Instituto funciona con la ayuda que recibe de España, particularmente de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID) y la regional Agencia Vasca de Cooperación, mientras que la Universidad del Rosario de Bogotá paga los salarios de la plantilla.
«A nivel nacional, tengo que decir tristemente, el apoyo es cero por parte del Estado a lo largo de los últimos cuatro años», precisó.
Por Jaime Ortega Carrascal