‘The refugees’ es un grupo de música formado por refugiados que ha llenado salas de conciertos por toda Alemania
Las protestas en Berlín contra las políticas hacia este colectivo continúan tras el reciente desalojo forzado de una escuela ocupada.
Por Javier Pérez de la Cruz para Periodismo Humano
“Yo llegué a Alemania en 2008 buscando una vida mejor. Sin conocer el idioma, viviendo en un lugar en el que no me permitían moverme… A veces era muy duro. Todo cambió cuando conocí a Heinz Ratz en 2011. Todos nosotros somos muy afortunados. Como he dicho muchas veces, Heinz Ratz salvó nuestras vidas”.
Sam es uno de los integrantes de ‘The Refugees’, un grupo de música formado por una veintena de refugiados residentes en Alemania y procedentes de diferentes partes del mundo. Él nació y aprendió a cantar y a tocar el djembe en Gambia, donde su familia todavía vive. En cambio, cuando llegó a Alemania se encontró viviendo en uno de los campamentos que el gobierno habilita a los solicitantes de asilo. Unos campamentos que han recibido críticas de organizaciones proderechos humanos debido a sus pobres condiciones y a lo aislados que se encuentran.
“El proyecto de grabar un disco y realizar una gira con refugiados surgió después de visitar 80 campos. Era tan triste. Eran lugares tan pobres, con tanto drama, que decidí que fueran ellos mismos los que lo contaran”. Heinz Ratz es bajista y líder del grupo alemán Strom & Wasser, formación con la que ha grabado dos discos ‘The Refugees’.
Este no es el primer proyecto comprometido de Heinz. Justo antes de que comience el último concierto de la gira en el mítico SO 36 de Berlín, y en un perfecto español, el bajista explica que ya hace años realizó un “triatlón música”, con el que intentaba mezclar la música y el deporte para conseguir fondos económicos y visibilidad para la gente con menos recursos. “Nosotros, nuestro grupo, Strom & Wasser, somos conocidos aquí, y podíamos parar un par de años para que ellos cantaran sus propias canciones”, añade Heinz.
Un manifestante da la bienvenida a los refugiados durante la concentración a favor del campamento de Oranienplatz.
La problemática situación de los refugiados no podría estar más de actualidad en Alemania. Hace apenas tres días fue desalojada la escuela Gerhart-Hauptmann, situada en la calle Ohlauer, a tan solo un par de calles de distancia del SO 36. Esta ha sido ocupada desde hace más de año y medio por cientos de personas llegadas de diferentes partes del mundo. En octubre de 2012, refugiados de toda Alemania protagonizaron una marcha hasta Berlín saltándose la “Residenz Pflicht”, una ley que se puede traducir por “residencia obligatoria”, y que prohíbe a los solicitantes de asilo abandonar el lugar donde se ha realizado la tramitación. Este puede ser una pequeña localidad, una ciudad o, en el mejor de los casos, un Land (cada uno de los estados federados de Alemania).
Al llegar a la capital levantaron un campamento protesta en Oranienplatz, mientras que otras personas ocuparon la citada escuela para refugiarse de las duras temperaturas del inverno berlinés. Tolerados por las autoridades locales durante un tiempo, hoy nada queda de esos dos símbolos de la lucha de los refugiados. O quizá, un poco, todavía sí.
Alrededor de 20 refugiados , junto a unos 15 activistas, todavía se encuentran en el interior de la Gerhart-Hauptmann. Consiguieron resistir en el tejado al amplio despliegue policial, de unos 900 agentes, según fuentes oficiales, que trataron de desalojar a todos sus residentes. Durante el operativo, la entrada fue prohibida a los periodistas. Los refugiados restantes se niegan por completo a abandonar el edificio. “No quiero ir al campo, prefiero morir aquí”. “Si vienen a cogerme, saltaré”. Son algunas de las reacciones que los medios alemanes han recogido. Solo una garantía de permiso de residencia por parte de Frank Henkel, responsable de los asuntos de Interior del Senado de Berlín, les haría cambiar de opinión.
Alemania es el país de la Unión Europea que más refugiados acoge. Según datos de la Oficina Europea de Apoyo al Asilo (OEAA), el año 2012 aceptó 80.000 solicitudes, y en 2013 se estima que rondarán las 100.000. Pero a pesar de estos datos positivos, aún hay miles de personas que todavía esperan un permiso de residencia. Algunos refugiados pueden tener que esperar la resolución de su petición de asilo durante meses y meses. Otros pueden ver cómo se la deniegan y les deportan. Esto es por lo que protestan los refugiados de Berlín. Y es que hay más, pues también hay personas que directamente no pueden realizar pedir asilo, pues la legislación europea obliga a solicitarlo en el país de la Unión Europea por el que se entró. Este es el caso de Anane Kofi Mark, un ghanés que forma parte de un grupo de 300 africanos, los cuales aseguran haber llegado a Hamburgo después de que las autoridades italianas les dieran 500 euros para marcharse del país.
Hasta 2.000 manifestantes se reunieron durante la marcha en apoyo al campamento de Oranientplatz.
Durante más de 18 meses los refugiados durmieron en las tiendas de campaña situadas en Oranienplatz, casi a tiro de piedra del local SO 36, donde ‘The Refugees’ dio su último concierto. Su objetivo era conseguir visibilidad y concienciar a la sociedad alemana de los problemas que sufren. “Al principio sí que éramos fuertes. Pero es mucho tiempo en la calle”. Abdallah explicaba cómo se encuentra, arropado con su chaqueta y cerca de una pequeña y vieja calefacción. Era una fría mañana, y ninguno de los 72 miembros del campamento tenía muchas ganas de hablar con gente desconocida. Ya eran pocos los que quedan porque la mayoría se habían ido a uno u otro refugio, pero para todos era importante mantener el campamento convertido “en un símbolo”. Este símbolo fue eliminado por la policía el pasado 9 de abril.
Una nueva familia
Sam, el percusionista de Gambia de ‘The Refugees’, aprovechaba la prueba de sonido antes del concierto en el SO 36 para gastar bromas al resto del grupo. “Somos como una familia. Nos lo pasamos muy bien juntos”. El más gamberro de todos con diferencia es Hossain, rapero afgano de 18 años. Él huyó de la guerra hacia Irán siendo un niño. No obstante, allí los raperos como él son perseguidos debido a sus críticas a la religión, así que pronto tuvo que volver a hacer las maletas y huir hacia la tierra prometida, Europa. A través de Turquía, consiguió llegar a Grecia, una de las principales puertas de entrada al viejo continente. Amnistía Internacional ha documentado cómo la policía o los guardacostas griegos, “ataviados con pasamontañas y empuñando armas, los maltratan y despojan de sus bienes [a los refugiados] y después los devuelven a Turquía”, según reza un reciente comunicado de la ONG.
No fue el caso de Hossain, quien continuó su camino hasta Alemania, donde fue acogido en un centro de refugiados de Hamburgo. Tras un largo periplo, Heinz Ratz se cruzó en su camino y le invitó a participar en el disco y en la gira. Ahora Hossain, justo antes del último concierto, juega con los hijos de sus compañeros de grupo africanos. Va de arriba para abajo continuamente, grabando con el móvil a sus amigos sin que ellos se den cuenta. “Hoy es un día triste porque es el último concierto de la gira, pero no queremos que se acabe. De una u otra forma continuaremos. Ya somos algo más que un grupo de música”, explica Sam.
Ellos tuvieron la suerte de conocerse en unas circunstancias muy diferentes a las de Florence y Sandra. La primera es de Ghana; la segunda, de Nigeria. Las dos llegaron a Berlín después de escapar de la guerra de Libia y atravesar toda Italia, pero no se encontraron hasta llegar a la escuela ocupada, recién desalojada, de la calle Ohlauer. En el grande y viejo edificio, reinaba el desorden y nadie sabía con exactitud cuántas personas vivían dentro. “Aquí nadie se conoce, nadie sabe quién es la otra persona”, explicaba Sandra.
Su habitación, que compartían con una tercera mujer, estaba ordenada y limpia. Osos de peluche, alfombras, vestidores y camas hechas. Era una excepción. La zona reservada para las mujeres era un oasis dentro de la escuela. No había organización alguna, y eso se traducía en una falta evidente de limpieza en algunas zonas donde se acumulaba la basura y el mal olor. “Nosotras aquí estamos muy bien. Estamos tranquilas, no tenemos que pagar alquiler y los hombres nos respetan. No vienen a molestarnos”. La confesión de Florence tranquilizaba.Uno se podría haber imaginado lo contrario.
“Aquí hay muchos problemas. Hay peleas todas las noches y sangre todos los días”, se quejaba un marroquí de mediana edad mientras pasaba la fregona por las escaleras. El olor a alcohol y a marihuana flotaba por muchos de sus pasillos. “No hay nada de seguridad. Estamos aquí abandonados”, explicaba Kofi Tawiah. El testimonio de este ghanés de 39 años era de los más duros. “Mi historia es verdadera, no es propaganda”, insistía. Kofi compartía habitación con otros cinco compatriotas. Tenían varias tiendas de campaña y una vieja televisión. Una botella de vodka barato descansaba sobre la mesa.
Mural en el campamento de Oranientplatz. “Contra la Residenz Pflicht en Europa”
“Llegué a Libia en 1996. Mis dos hijas se quedaron en Ghana. Allí trabajé en la construcción, como carpintero. Un día, en 2011, unas personas rompieron la puerta y las ventanas de mi casa y tuve que huir. Mi padre y mi madre murieron en Libia”. Kofi relataba su historia por partes mientras nos guiaba por las diferentes habitaciones de la escuela. Africanos del oeste del continente y magrebíes eran los colectivos más abundantes. “Pude llegar a Lampedusa, pero los italianos nos dieron 500 euros y nos llevaron a una estación de tren para que nos fuéramos a Alemania”, añade.
Al preguntarle por el futuro, no sabe muy bien qué contestar. “Quiero encontrar un trabajo porque no tengo dinero para mandar a mis hijas”, asegura al final. Ahora los antiguos residentes de la escuela Gerhart-Hauptmann encaran un futuro incierto. Muchas personas vivían allí, con situaciones legales diferentes, por lo que todo dependerá de cada caso. Por el momento, han sido recolocadas en otras alojamientos temporales, pero el temor a que gran parte de ellos acaben siendo deportados se mantiene. Tanto es así que un grupo de activistas llegó incluso a irrumpir en el despacho de la alcaldesa del distrito, Monika Herrmann, de Los Verdes, para exigir soluciones.
El futuro de los refugiados
Ninguno de los refugiados quiere marcharse de Alemania. Y están dispuestos a pelear por sus derechos. “We are here and we will fight” (Estamos aquí y pelearemos) es uno de los cánticos más repetidos en las manifestaciones de apoyo al movimiento. De Oranienplatz arrancó ayer la última, organizada en solidaridad con los expulsados del edificio de la calle Ohlauer. Entre las demandas de las protestas continúan la abolición de la “Residenz Pflicht”, el fin de las deportaciones y la mejora de las condiciones de los campos en los que viven los refugiados. Y es que alrededor de 100.000 personas en toda Alemania se encuentran en ellos.
“Lampedusa – ¡Los muertos tienen voz! Los supervivientes necesitan soluciones”. Numerosos refugiados, como Kofi Tawiah, han acabado en Alemania después de llegar en patera a la isla italiana de Lampedusa, donde en octubre se encontraron más de 300 muertos por intentar llegar en patera a sus costas.
Ninguno de los músicos de ‘The Refugees’ vive ya en alguno de esos campos. “El éxito del grupo ha hecho que el gobierno prefiera sacarlos de ahí para dar una imagen de cuidado por los refugiados. Pero todavía quedan muchos más que viven en esas condiciones”, explica Heinz, el organizador del proyecto. Además, el peligro de la deportación, presente durante toda la gira, también ha desaparecido. “Dos ya tienen un permiso de residencia permanente, aunque yo creo que ninguno corre peligro. Si les deportaran, el eco mediático sería demasiado grande. Por eso prefieren deportar a otras personas”, añade.
Faltan pocos minutos para que comience el concierto y Sam no para de recibir saludos y felicitaciones de los fans que poco a poco llenan hasta la bandera el SO 36. “La música siempre ha cambiado muchas cosas dentro de mí. La música ha sido la que me ha traído hasta aquí, la que me hacía continuar en los momentos más duros.”