Por Gonzalo Larenas.-
Un día como hoy, 28 de julio de 1914, el imperio austrohúngaro declaraba la guerra al reino de Serbia, dando inicio a la Primera Guerra Mundial, dejando en claro que la estupidez humana no tenía límites, millones de muertos fue el resultado de esta brutalidad que se repitió, de forma más sangrienta, en la Segunda Guerra Mundial. Al parecer no hemos aprendido mucho desde ese tiempo, los conflictos se mantienen, no solo como símbolo de estupidez, sino además como uno de los mejores negocios a nivel mundial, junto con los laboratorios. La muerte y la enfermedad representan el carnaval de los millones de dólares… Así de imbéciles hemos sido.
Como todo carnaval, hay que disfrazarse, y los millones de dólares a costa de sangre, dolor y muerte tienen sus atuendos favoritos, los que fácilmente nos venden para crear una atmósfera que incluso llega a justificar y defender ideales inexistentes. Uno de los mejores siempre en esta gran fiesta es el nacionalismo, un clásico para justificar la guerra, llevar a niveles absurdos este sentimiento, enorgullecerse de creerse mejores que otros y sentirse atacados con el fin de conseguir el apoyo popular, ese que tan necesario es para usar de carne de cañón. Lamentablemente siempre son las clases más bajas las que aplauden este disfraz sin tener idea que no solo lograron el apoyo, sino que además entregan sus vidas felices por ser primera fila, el lugar donde nadie quiere estar. Recordemos que los verdaderos interesados, los que se hacen millonarios con estas guerras, están siempre a cientos de kilómetros de distancia, bien seguros.
Otro bonito disfraz histórico, uno de los más brillantes es la religión, cuánta muerte han arrastrado históricamente, cuántas guerras en sus nombres, exterminios como en América, matando en nombre de dios. Gran resultado también, con este fácilmente se puede lograr el fanatismo y el sentimiento de superioridad, el que se resuelve eliminando al contrario.
Los disfraces se van repitiendo, van mutando, algunos más sutiles pero no menos crueles como el de la guerra defensiva con intensión expansionista, tan ligado a la Alemania Nazi, y hoy cruelmente reflejado en Gaza. Justificar lo injustificable se ha transformado en algo común y fácil en este gran carnaval de millones de dólares, todos los países de una u otra forma han entrado a este baile y después como una brutal resaca, nos sentamos todos a llorar por el mal que hemos hecho, pero que como buen borracho, volvemos a repetir apenas tenemos la oportunidad.
Gaza hoy sufre una tragedia, que como podemos apreciar no tiene que ver específicamente con límites, religiones ni razas, esto tiene que ver con la estupidez humana, esa que Albert Einstein mencionaba tan célebremente, porque es ella la que dispara, es ella la que divide al mundo, esa es la que las grandes potencias ignoran porque mientras esto ocurre, se van llenando los bolsillos, porque hasta que no cumplan la cuota necesaria no la detendrán, no les conviene y el mundo seguirá de cerca sin poder hacer nada, viendo que ni siquiera se puede confiar en los medios para tener una visión objetiva del conflicto.
Esta guerra o matanza en Gaza no es más que un nuevo punto para exacerbar los ánimos mundiales, crece el odio en vez de crecer la paz, contrarios a lo que decía Gandhi: “la paz es el único camino”. Lamentablemente este carnaval es poderoso, tiene buen marketing, la paz no trae consigo tantas ganancias como la muerte o la enfermedad.
Hoy la guerra acecha varios lugares del planeta, esta vez es Gaza, no sabemos dónde será la próxima. Lo único que sabemos es que está latente el uso del arma más poderosa y destructiva del planeta, la estupidez humana hecha carnaval.
¿Seremos capaces un día de prender la luz en esta cruel fiesta para desenmascarar a quienes están detrás?, mientras tanto que siga el baile, que a costa de todos nosotros, todavía tienen mucho dinero por ganar.