Análisis de Peter Costantini
“¡Agrándame el sueldo ya!”, gritaba la multitud fuera de un McDonald’s en una concurrida calle del centro de Seattle, una próspera ciudad del noroeste de Estados Unidos.
Una joven madre les dijo a los manifestantes, en su mayoría jóvenes, que dejó el trabajo para unirse a la causa por el aumento del salario mínimo en este país porque “estamos cansados de que se abusen de nosotros”. Su hija de cinco años de edad tomó el micrófono y con una gran sonrisa exclamó “¡ya no aguantamos más!”
Una pancarta azul exhortaba “15 dólares por hora, más propinas. No nos roben los salarios”, mientras algunos de los congregados en Seattle lucían camisetas rojas donde se leía “El alquiler no espera – 15 ya”.
Unos 200 manifestantes de diversos orígenes étnicos reclamaron el 15 de mayo que las cadenas de restaurantes de comida rápida paguen un salario digno. La concejal de la ciudad de Seattle, Kshama Sawant, informó que trabajadores de más de 150 ciudades, incluida su ciudad natal de Mumbai, en India, habían dejado sus puestos de trabajo ese día.
“Creo en este movimiento porque quiero ahorrar para ir a la universidad. Y no puedo hacerlo porque no gano lo suficiente. Así que es un círculo vicioso”, explicó a IPS el trabajador en una cadena de comida rápida Sam Laloo.
Según sus organizadores, la protesta de Seattle era parte de una acción mundial que los trabajadores de comida rápida en más de 30 países realizaron a través de alianzas de sindicatos, grupos comunitarios y organizaciones religiosas.
No obstante, esta próspera ciudad portuaria del estado de Washington, en el noroeste del Pacífico, es el lugar de Estados Unidos donde el salario mínimo tiene más probabilidades de lograr un aumento efectivo a una remuneración digna para todos los trabajadores.
Hoy en día el estado tiene un salario básico de 9,32 dólares la hora, el más alto del país. El alcalde Ed Murray, el municipio y, según algunas encuestas, la mayoría de los habitantes de Seattle apoyan que la remuneración mínima se incremente más de 60 por ciento a 15 dólares.
La discusión se concentra ahora en cuánto tiempo se les debe dar a las empresas de diferentes tamaños y a las organizaciones sin fines de lucro para aplicar el aumento, o si los beneficios y las propinas deben estar incluidos en el salario, entre otros detalles.
Seattle sería un buen campo de prueba para la medida. La ciudad aloja las sedes de las empresas Boeing, Microsoft y Amazon, y su zona metropolitana tiene un desempleo relativamente bajo y empleos con buenos salarios en el floreciente sector de la tecnología. El electorado vota mayoritariamente al Partido Demócrata y los sindicatos tienen cierto peso.
En el plano nacional, el presidente Barack Obama propuso el aumento del salario mínimo federal. Legisladores del gobernante Partido Democrata presentaron proyectos de ley en ambas cámaras para llevarlo de los actuales 7,25 dólares a 10,10 dólares por hora durante dos años. Posteriormente, el ingreso se incrementaría según el índice de la inflación.
Recientes encuestas nacionales muestran un fuerte apoyo al aumento, incluso entre conservadores, pero la propuesta en el Congreso legislativo fue víctima de una medida obstruccionista de los senadores del opositor Partido Republicano, lo cual la devolvió al ámbito de los estados y las ciudades.
Viernes 6 de junio, 2014
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McDonald’s y la lucha por el salario mínimo en EEUU
– “¡Agrándame el sueldo ya!”, gritaba la multitud fuera de un McDonald’s en una concurrida calle del centro de Seattle, una próspera ciudad del noroeste de Estados Unidos.
Una joven madre les dijo a los manifestantes, en su mayoría jóvenes, que dejó el trabajo para unirse a la causa por el aumento del salario mínimo en este país porque “estamos cansados de que se abusen de nosotros”. Su hija de cinco años de edad tomó el micrófono y con una gran sonrisa exclamó “¡ya no aguantamos más!”
Una pancarta azul exhortaba “15 dólares por hora, más propinas. No nos roben los salarios”, mientras algunos de los congregados en Seattle lucían camisetas rojas donde se leía “El alquiler no espera – 15 ya”.
Unos 200 manifestantes de diversos orígenes étnicos reclamaron el 15 de mayo que las cadenas de restaurantes de comida rápida paguen un salario digno. La concejal de la ciudad de Seattle, Kshama Sawant, informó que trabajadores de más de 150 ciudades, incluida su ciudad natal de Mumbai, en India, habían dejado sus puestos de trabajo ese día.
“Creo en este movimiento porque quiero ahorrar para ir a la universidad. Y no puedo hacerlo porque no gano lo suficiente. Así que es un círculo vicioso”, explicó a IPS el trabajador en una cadena de comida rápida Sam Laloo.
Según sus organizadores, la protesta de Seattle era parte de una acción mundial que los trabajadores de comida rápida en más de 30 países realizaron a través de alianzas de sindicatos, grupos comunitarios y organizaciones religiosas.
No obstante, esta próspera ciudad portuaria del estado de Washington, en el noroeste del Pacífico, es el lugar de Estados Unidos donde el salario mínimo tiene más probabilidades de lograr un aumento efectivo a una remuneración digna para todos los trabajadores.
Hoy en día el estado tiene un salario básico de 9,32 dólares la hora, el más alto del país. El alcalde Ed Murray, el municipio y, según algunas encuestas, la mayoría de los habitantes de Seattle apoyan que la remuneración mínima se incremente más de 60 por ciento a 15 dólares.
La discusión se concentra ahora en cuánto tiempo se les debe dar a las empresas de diferentes tamaños y a las organizaciones sin fines de lucro para aplicar el aumento, o si los beneficios y las propinas deben estar incluidos en el salario, entre otros detalles.
Seattle sería un buen campo de prueba para la medida. La ciudad aloja las sedes de las empresas Boeing, Microsoft y Amazon, y su zona metropolitana tiene un desempleo relativamente bajo y empleos con buenos salarios en el floreciente sector de la tecnología. El electorado vota mayoritariamente al Partido Demócrata y los sindicatos tienen cierto peso.
En el plano nacional, el presidente Barack Obama propuso el aumento del salario mínimo federal. Legisladores del gobernante Partido Democrata presentaron proyectos de ley en ambas cámaras para llevarlo de los actuales 7,25 dólares a 10,10 dólares por hora durante dos años. Posteriormente, el ingreso se incrementaría según el índice de la inflación.
Recientes encuestas nacionales muestran un fuerte apoyo al aumento, incluso entre conservadores, pero la propuesta en el Congreso legislativo fue víctima de una medida obstruccionista de los senadores del opositor Partido Republicano, lo cual la devolvió al ámbito de los estados y las ciudades.
Desde su adopción en 1938 y hasta 1968, el salario mínimo nacional creció más o menos pegado a la inflación y a la productividad.
Pero desde entonces los aumentos esporádicos no acompañaron la subida de los precios, lo cual llevó al sueldo básico actual a un monto inferior al de 1968, si se toma en cuenta la inflación.
Asimismo, el salario quedó muy rezagado frente al crecimiento de la productividad. De haberla acompañado, en 2012 habría prácticamente triplicado su valor a 21,72 dólares en lugar de los 7,25 dólares por hora actuales.
Los intentos por elevar el salario mínimo han proliferado en numerosos estados y ciudades. Desde la década de los 90, 26 de los 50 estados de este país elevaron su remuneración básica o están en proceso de hacerlo por encima del nivel federal. Ocho estados y el Distrito de Columbia prevén incrementos a la brevedad.
El salario ya aumentó en más de 120 ciudades, y el proceso está en marcha en San Francisco, Oakland, Los Ángeles, San Diego, Chicago, Nueva York y Portland.
Este movimiento acompaña el espíritu de la época, como lo revela el renovado debate internacional sobre la desigualdad económica.
“El capital en el siglo XXI”, la obra maestra del economista francés Thomas Piketty, llegó a ocupar el número uno en la lista del New York Times de los libros de no ficción de mayor venta. El autor documenta la existencia de “fuerzas de divergencia” en el capitalismo moderno que llevaron la concentración actual de la riqueza a un nivel sin igual desde los años 20.
Para evitar algunas de las consecuencias “potencialmente aterradoras” de esta situación, Piketty propone un impuesto mundial sobre la riqueza.
Piketty no es un profeta que clama en el desierto. Organizaciones tan influyentes como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Reserva Federal de Estados Unidos también se sumaron a sus filas. La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, consideró que la creciente desigualdad en los ingresos es una amenaza para la estabilidad, y reclamó políticas que reduzcan la pobreza y fomenten el crecimiento “inclusivo”.
La presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, declaró que el “enorme aumento” en la desigualdad de los ingresos es “una de las tendencias más preocupantes que enfrenta la nación” estadounidense.
Tanto el FMI como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico reconocieron recientemente que un aumento moderado del salario mínimo puede ser beneficioso.
Como política no fiscal que no les exige desembolsos directos a los gobiernos con problemas de liquidez, las subas del salario mínimo resultan atractivas incluso para algunos en la derecha.
La revista británica The Economist, defensora de la hegemonía del mercado, pasó de la oposición a la aceptación a regañadientes al señalar que un incremento medido del salario mínimo puede hacer más bien que mal. Otra voz amiga de las empresas, el servicio de noticias estadounidense Bloomberg, también publicó editoriales a favor del aumento.
El ministro de Finanzas británico, George Osborne, del Partido Conservador, defendió recientemente la suba del salario básico de Gran Bretaña. Y en Alemania, la derechista canciller (jefa de gobierno), Ángela Merkel, aprobó en abril la primera ley de salario mínimo en su país, con un piso salarial de referencia de 8,50 euros (11,75 dólares) para 2015.
A medida que el salario mínimo en la mayor parte de Estados Unidos se rezaga cada vez más con respecto a la economía, las presiones del mercado laboral obligan a los trabajadores de más edad y mayor educación a aceptar empleos de baja remuneración.
En 2011, solo 12 por ciento de los trabajadores que ganaban menos de 10 dólares por hora eran menores de 20 años y solo 19,8 por ciento no había terminado la escuela secundaria, una caída de aproximadamente la mitad en cada indicador desde 1979.
Entre aquellos que tenían algo de educación superior, la proporción aumenta más de dos tercios a 43,2 por ciento.
Algunos políticos y grupos empresariales sostienen que el aumento del salario mínimo eliminará puestos de trabajo. Históricamente, sin embargo, el daño pronosticado nunca se produjo.
Después de décadas de experiencia, estudios rigurosamente empíricos nunca hallaron que el aumento del salario mínimo a nivel nacional, estatal o local tuviera consecuencias significativas en el empleo.
Las empresas absorbieron el costo que les implica el aumento principalmente a través de pequeñas subas de precios. Otros medios para reducir costos son el incremento de la productividad a través de una menor rotación y ausentismo, mejor eficacia de la organización y compresión de la escala salarial.
Estas tendencias se mantuvieron incluso para Santa Fe, en el estado sureño de Nuevo México, donde se adoptó un aumento de 65 por ciento del salario mínimo en 2004, el mayor de su tipo. Allí, la suba de los gastos frente a los ingresos tuvo un promedio aproximado de uno por ciento para todas las empresas afectadas.
El sector de restaurantes y hoteles, que utiliza más mano de obra barata, tuvo un incremento promedio de costos de tres a cuatro por ciento. Para cubrirlos, una comida de 10 dólares tendría que subirse a 10,35 dólares.
En todo caso, la pregunta pertinente no es si hay pérdida de empleos. El asunto es si la situación de los trabajadores afectados habrá mejorado tras el aumento del salario mínimo.