«Que se encuentren los amores y se espanten los espantos»
Jorge Fandermole, en «Zamba de almas perdidas»
Desde 1938, y como una muestra más de la necrofilia patriótica, cada 20 de junio se conmemora un nuevo aniversario de la muerte de Manuel Belgrano y, a su vez, se celebra el Día de la Bandera. De Belgrano ha escrito mucho y bien mi amigo Felipe Pigna, entre otros. Su capacidad intelectual, la militancia civil por la libertad, su sacrificio personal al tener que hacer de militar y la humildad con que vivió y murió son virtudes necesarias hoy más que nunca.
Escucho que al cierre del acto oficial estuvieron «Los Auténticos Decadentes». Nunca pensé que la apertura ideológica de Cristina alcanzara esas dimensiones. Es que no puedo evitar imaginarme a ciertos personajes políticos, economistas, periodistas, jueces, divas arrugadas y empresarios de plástico masacrando instrumentos musicales para solaz y esparcimiento de la multitud, bajo las pancartas de los grupos de jóvenes y trabajadores que se reunieron para apoyar al país ante la carroña timbera global. Pero supongo que no lo harían a cara descubierta porque los muchachos y las chicas del país profundo podrían organizar un concurso de abucheos y puteadas que los haría ingresar de inmediato a ese libro que colecciona récords y boludeces exóticas.
Entonces me fui al mataburros, útil instrumento que se aconseja tener siempre a tiro de «enter», y busqué la definición o descripción de «máscara». La comparto en un renovado gesto mío de generosidad: «Figura que representa un rostro humano, de animal o puramente imaginario, con la que una persona puede cubrirse la cara para no ser reconocida, tomar el aspecto de otra o practicar ciertas actividades escénicas o rituales». Uno de los sinónimos más utilizados por estos parajes es «careta», pero para señalar a quien se cree más de lo que es o ser quien no es ni será jamás. O sea.
Las hay limpiadoras. Son esas que se ponen algunas féminas antes de irse a dormir y que, en ese caso, se aconseja a los señores no despertar de repente por esas cuestiones de la próstata y verificar que a su lado duerme un mármol. Hay, dice el tío Google, máscaras estimulantes y dejo a vuestra consideración elucubrar de cuáles se trata. Yo me abstengo. También pueden ser refrescantes, calmantes, sudoríferas, reforzantes y curativas. Todas en el ámbito de la estética facial. Los mimos que se hacen las parejas para alimentar el deseo, ese motor humano.
Hay otras, las usan los esgrimistas, los soldadores, los adictos al carnaval, están las de la tragedia y la comedia, es necesario tenerlas puestas en quirófanos y tanatorios. Pero siempre, siempre, detrás de ellas hay un rostro, una cara, la faz de una persona. Y detrás de ese rostro una conciencia, un pensamiento y una ética.
Si se nos da por comprarlas habrá de todos los precios y hasta se podrán pagar con esas tarjetas que suelen terminar en card. Dejo volar la imaginación y vuelvo al acto por la bandera. Las caretas de los caretas nos cuestan vidas y obras.
Las máscaras de las aves carroñeras que supimos conseguir. Las máscaras de los nuestros, las más caras.