Por Camila Nobrega.-
En una calleja dentro de Nova Holanda, una de las 16 comunidades de forman el Complejo da Maré, un niño de aproximadamente cinco años juega futbol con una bola que despide luces con el roce. En su rostro, una sonrisa amplia y, en el cuerpo, la euforia que invade a todos después del juego de Brasil. Al dar la vuelta mostrando la espalda, sin embargo, un fuerte recuerdo estampado en la camisa con las palabras «Masacre en la Maré”. Es una referencia al día 24 de junio de 2013, hace exactamente un año, cuando durante un operativo policial, 13 pobladores fueron muertos (la Policía Civil confirma nueve). Al mismo tiempo, la comunidad es espacio de fuerte expresión de un momento celebrativo del futbol, parte de la cultura del país, y también de la práctica de vigilancia y control impuestos por un fuerte aparato represivo de Estado, que como indican los pobladores, viola los derechos humanos de los ciudadanos que habitan en el complejo. La decoración de la favela estampa los colores del país (de la bandera) en todo tipo de objetos: camisas, bares, muñecos, bicicletas, puertas de las casas. En medio de la exaltación, sin embargo, muchas frases críticas, como las letras grandes que desde el piso gritan, «Fifa go home”, la camisas colgadas en la calle que preguntan ¿Dónde está Amarildo? Otro cuestionamiento que se repite en los más diversos lugares: ¿Copa para quién?
Estuvimos en Nova Holanda, uno de 16 comunidades que conforman el complejo, acompañando el partido Brasil vs México, y la rutina de los habitantes, bajo la constante vigilancia de los soldados. Ese día, después de pitazo que indica el final del juego, la favela transbordaba en festejos. Se continuaba con las fiestas del barrio. Aunque la TV acababa de mostrar un decepcionante cero a cero entre Brasil y México (17 junio), los juegos espontáneos se multiplicaban en las calles y callejuelas de la Maré. En la cancha de futbol de Nueva Holanda, la sed de goles eran tanta, que dos metas con sus redes no eran suficientes.
En uno de los espacios, cuatro equipos se dividían en dos partidos simultáneos de niños de diversas edades. De repente, un gol contra. El autor, con poco más de un metro de altura, disputaba contra otro niño quien sería el Neymar del juego, pero terminaría el lance con la cara seria, malhumorado, sin chance para salir de la situación. De ahí en adelante, se convertiría en Marcelo, (en alusión al lateral de la selección brasilera que marcó el primer gol de la Copa del Mundo, en el estadio Itaquerão, haciendo la bola entrar en la meta de su compañero Julio Cesar. El Clima de fiesta, sin embargo, era reducido por la tensión causada por la presencia de las fuerzas armadas, que se instalaron allí desde la ocupación del complejo, en marzo de este año.
«En el primer juego de Brasil, la Maré se convirtió en una fiesta. Pero alrededor de las 23 horas, un tanque pasó por las calles, terminando con las celebraciones. Fue como un toque de queda», contó un poblador.
Allí, en lugar de las graderías y restaurantes de comida rápida según los marcos de la Fifa, había mesas llenas de cervezas, ‘churrasquito con farofa’ y papas fritas, rodeaban el campo.
Funk, sertanejo y pitadas de arrocha [Tipos de música] garantizaban la animación sonora de la fiesta que invadía todos los lugares de la favela, donde el verde y el amarillo vivos, marcaban un claro contraste con los colores verde oscuro, gris y negro de los militares y policías integrantes de la Unidad de Policía Pacificadora de la Comunidad Zona Norte de Rio de Janeiro, con una población de alrededor de 130 mil personas, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE, 2010).
«Creo que soy muy bonito, toda mi familia también es bonita, porque ellos [los policías] no paran de mirarnos todos los días», bromeó uno de los chicos que participaba en el juego, señalando discretamente a unos veinte soldados apostados al lado de la cancha de fútbol y usando el humor para hablar del control excesivo, al que los residentes de las favelas son sometidos.
El clima en los callejones y callejuelas de la Maré era el mismo que se perdió hace tiempo en algunas partes de Río de Janeiro y que hoy se reproduce en fiestas de gente «chic». Las familias reunidas alrededor de televisores, desbordando fútbol por todas partes, invitaciones a juntarse, participar y comer una buena coxinha (bocadillos típicos), tomar una foto, tomar un vaso – con suerte, de vidrio. Y beber algo.
La conversación ahí, sin embargo, en nada recuerda discursos como los de Yellow Blocs, expresión utilizada en un reportaje de la Folha de São Paulo, que retrató a los frecuentadores de una fiesta de la élite paulistana en la Copa. Por el contrario, la conversación de la Maré, no puede tener apellido. Todos los entrevistados en este reportaje, tuvieron sus identidades reservadas, porque en ese territorio la noción de ciudadanía es distorsionada por el mismo estado, como demostró la masacre vivida en la Maré, hace un año.
Niños juegan partido en la Maré. Fotos de Camila Nobrega |
Aunque la expresión «pueblo brasilero» se repite exhaustivamente para referirse ampliamente al público que paga ingresos en los estadios, cuyo único grito parece ser «Soy brasileño, con mucho or-gu-llo, con mucho amor”, no hace falta mucha agudeza para entender la diversidad de la palabra «pueblo» en los diferentes territorios de ciudades como Rio de Janeiro.
Mientras las barras mayoritariamente blancas, aplauden lances para ser captados en un hasthtag de la Fifa #saynotoracism siempre presente, en la favelas los moradores – en su gran mayoría negros – tienen la vivencia del racismo y la fragmentación del territorio e de los mismos cariocas.
«Mira, ten cuidado, al regresar, el oficial va a querer revisarte. El te apuntó, pensando que eras gringa y que quisieras algo más por aquí”, dijo otro morador.
Al fin de cuentas, explicó, una persona de fuera, solo podría estar aquí en la favela, buscando droga, en un horario de juego de Brasil. Aun con la ciudad llena de periodistas, ahí la presencia era escasa en ese momento, incluso de la prensa internacional. Los periodistas están tomados por los estadios, jugadores y el glamur de la Copa.
Las favelas de la ciudad generalmente aparecen como un contraste con la Zona Sur, que cuenta con la orla marítima de Copacabana y es considerada un escaparate mundial.
Ganan cuerpo datos como el sitúa a Maré, en el lugar 123° en Índice de Desarrollo Humano (IBGE, año 2000), adelante solamente de Acari, Parque Columbia , Costa Barros y Complejo do Alemão.
Lugar donde las tuberías se superponen infinitamente en el paisaje de cauces, lanzando las aguas residuales que esperan el saneamiento básico que nunca llega a las favelas de Rio. Muchos elementos, sin embargo, tienden a quedar fuera en esa mirada preliminar.
Por ejemplo, las razones que explican el porqué de los grafiti, esténcil y frases criticando la violencia y pidiendo garantía de derechos civiles y humanos allí. Las intervenciones son el resultado de un acto organizado por los mismos pobladores, con la ayuda de los movimientos sociales, dentro y fuera de la favela. Y son una expresión del fortalecimiento de las críticas y denuncias presentadas por los habitantes de la Maré a la política de seguridad pública del Estado de Rio.
Desde junio de 2013, cuando comenzaron las protestas en Brasil, la Maré también repensó su situación. Movimientos de la sociedad civil en la favela se fortalecieron ejerciendo resistencia a una política que agrede derechos básicos, como el de ir y venir, y de ser juzgado cuando hay presunción de un delito, en lugar de las ejecuciones sumarias de los moradores, que permanecen sin investigación ni respuestas.
Quedan también fuera de los reflectores los motivos de la profusión de sonrisas en la fiesta que celebraba el empate sin gracia con México. La Maré es una de las favelas que tiene, por ejemplo, el mayor número de universitarios en las Universidades Públicas, tiene también una gama enorme de movimientos sociales y respira constantes acciones de arte y cultura, conviviendo con la resistencia del Estado en ofrecer servicios básicos.
«Una vivienda digna es [y supone] un conjunto de cosas, la favela debe entenderse como parte de la ciudad, para que esas cosas sean garantizadas. Personas piensan a menudo que tienen para sacarnos de aquí, porque aquí la situación es mala. Pero ¿quién dijo que queremos salir? «, afirma un morador que participa en acciones de una de ONGs, aquí instaladas.
La resistencia en el territorio es parte del mantenimiento de la cultura. Incluso en una caminata por la Maré después del partido de Brasil, fue posible ver escenas que hace mucho tiempo desaparecieron de algunos barrios de Río de Janeiro. Los vecinos compartieron comidas preparadas para la fiesta – el agua de los frijoles [o sea la sopa de frijoles] ahí estaba garantizada, fuese para 10 o 30 personas, compartían la atención de os niños que jugaban libres las calles.
Pero, como el territorio, las relaciones sociales también son aplastadas por una ocupación basada en la represión y no en la garantía de derechos, así como pierde fuerza la economía local, que sufre una inundación de empresas, poco después de la instalación de la UPP. Para quien es de fuera, nunca hubo más tranquilidad para entrar en estos territorios. El costo, la responsabilidad es de quienes viven en las favelas. La palabra paz ahí, tiene otro sabor y significado. Basta recordar el aniversario fúnebre de la masacre de la Maré, para entonces comenzar a entender.