Por Humberto Dorado
Un movimiento democrático ha ido apareciendo paulatinamente en Colombia. Ha sido un proceso lento y dificultoso. Factores como el conflicto armado han jugado un papel nefasto y han impedido que aparezca con nitidez y claridad ese movimiento. La oligarquía ha utilizado fracciones de su clase (burguesía burocrática y agraria) para confundir y dividir a los sectores populares. La cooptación de dirigentes de sectores alternativos ha sido también la constante. En su defecto, han desencadenado la agresión, represión y violencia directa.
Ese movimiento democrático en formación desarrolla diversas formas de expresión social y política. Las movilizaciones agrarias, por la defensa de la educación y la salud públicas, por la protección y preservación de los recursos naturales, contra la locomotora minero-energética, contra la privatización de los servicios públicos, en defensa de la precaria democracia y por verdadera participación política democrática, son sus principales manifestaciones.
En el terreno político han surgido diferentes partidos y movimientos pero no han logrado cuajar procesos colectivos cualificados. Sin embargo, se van consolidando nuevos liderazgos que tienen grandes coincidencias. Gustavo Petro, Claudia López, Ángela Robledo, Iván Cepeda, Alberto Castilla, y dirigentes sociales como Feliciano Valencia, Moisés Pachón y muchos más, poco a poco van configurando un colectivo que va a jugar un importante papel en los próximos años.
Ese movimiento democrático está prisionero al interior de partidos y procesos organizativos que hacen parte de una fase que debe ser superada. Esas organizaciones pertenecen a la etapa de formación del movimiento democrático en donde se encontraban separados los temas económicos de los políticos. En esos esfuerzos todavía falta comprender las relaciones entre política, economía, cultura e ideología. Por ello predomina el espontaneísmo sobre el pensamiento estratégico, pero sin embargo, gradualmente la nueva dinámica ha empezado a combinar creativamente unos temas con otros y se empieza a hacer énfasis en que se requiere el poder político para poder concretar las transformaciones económicas, sociales y culturales.
Los demócratas del PDA luchan contra el espíritu sectario, inmovilista y aislacionista de fuerzas del pasado. Igual sucede con las potencias democráticas aprisionadas en Alianza Verde. En la ASI, UP, y el Partido liberal sucede lo mismo. Sin embargo, la dinámica de los acontecimientos obligará a todos esos/as demócratas a juntarse – tal vez saltando los obstáculos o derrotándolos dentro de sus propias agrupaciones – para afrontar unificadamente, ya sea la etapa del llamado “post-conflicto” (post-acuerdos) si gana Santos o la agudización de la guerra y el fortalecimiento del totalitarismo, si Zuluaga resulta triunfador.
La clave de todo consiste en si los demócratas se unifican en torno a un programa revolucionario y transformador, tanto en el terreno económico (post-neoliberal) como en el campo político (post-democracia representativa), o si ellos/as se pliegan a los intereses de la Gran Burguesía Transnacionalizada, que quiere impulsar una reforma de apariencia (“nueva apertura democrática”, pequeños toques a la política agraria, avances mínimos sobre política contra el narcotráfico). La revolución deberá presionar por la verdadera reforma y no dejarse distraer por apariencias y engaños en lo que son expertas las clases dominantes colombianas.
Durante todo el siglo XX la oligarquía colombiana se dio las mañas de utilizar apariencias de reforma para captar a las fuerzas democráticas que amenazaban con deslindarse del control ideológico y político de las clases dominantes. Así, consiguieron utilizar falsas transformaciones para evitar que las fuerzas democráticas y revolucionarias avanzaran por el camino de su independencia y autonomía.
Así sucedió con la falsa reforma agraria de 1936 (Ley 200) en donde el Partido Comunista perdió el norte y se plegó a la burguesía. Igual ocurrió con las recortadas normas laborales que nunca tuvieron dientes para que los trabajadores obtuvieran mejores condiciones de trabajo. Así sucedió con la reforma agraria de Carlos Lleras Restrepo que pronto se convirtió en una contra-reforma agraria aprobada en el Acuerdo de Chicoral en 1972. Y lo mismo pasó con la Constitución de 1991, que estableció en su texto importantes derechos para la población colombiana que fueron saboteados desde el poder por parte de las fuerzas oligárquicas que a su sombra impulsaron su modelo neoliberal. Tal vez la tutela fue la única conquista cierta.
Por eso, la meta en el momento actual es garantizar la independencia y autonomía de las fuerzas democráticas y revolucionarias. Si en esta coyuntura tan especial – en donde se enfrentan dos sectores debilitados de la oligarquía (uribismo y santismo) – los demócratas se ponen a la cola de la burguesía, van a perder la oportunidad de liderar la enorme inconformidad que se expresa por medio de la abstención, el voto en blanco y el voto por partidos y movimientos independientes, alternativos, progresistas y de izquierda.
Si por el contrario, nos unimos sobre la marcha, si hacemos el esfuerzo por identificar los aspectos más importantes que nos unen y que se convierten en puntos de apoyo para avanzar como la defensa de la democracia y la conquista de la Paz, vamos a poder estimular a las profundas corrientes subterráneas que han estado latentes en el seno del pueblo y ello nos obligará a organizarnos para conducirlas hacia el triunfo popular y democrático.
La tarea urgente entonces es construir Convergencias por la Paz y la Democracia o Frentes Amplios por la Paz, que aglutinen a los verdaderos demócratas, cuidándonos de no ofrecer el más mínimo apoyo a los gobiernos neoliberales. El Voto por Santos el próximo domingo 15 de junio no será por Santos en verdad, será contra Uribe y Zuluaga, será por nosotros mismos.
Gane o pierda Santos, triunfe o sea derrotado Uribe (Zuluaga) si se unifican y organizan con independencia y autonomía las fuerzas democráticas, no sólo podrán seguir acumulando fuerza sino que en 2018 van a estar maduras para derrotar, por un lado, la guerra y el totalitarismo, y por el otro, el clientelismo y la politiquería.
Las transformaciones económicas fundamentales para Colombia y el pueblo sólo podrán hacerse por un gobierno democrático. Si el movimiento democrático tiene claridad y decisión, ese gobierno podrá constituirse en una estrategia que combina creativamente la revolución y la verdadera reforma. Sólo así se podrá debilitar y derrotar a los poderes fácticos (poder económico, militar, ideológico, cultural) y construir poder popular con base en la democracia directa.
Será un proceso en el que jugará un papel decisivo si los trabajadores y campesinos logran construir un verdadero partido, un instrumento político partidario, que alimente el movimiento democrático y lo conduzca hacia la revolución. Será – indudablemente – una tarea enorme y gigantesca pero necesaria y urgente para derrotar las posiciones vacilantes y conciliadoras que le temen a los verdaderos cambios y que tienden a darle la dirección a la burguesía.
La mesa está servida. Todo depende de si tiramos del mantel para el mismo lado y si no nos dejamos distraer de las migajas que deja caer la oligarquía para engañarnos, dividirnos y derrotarnos. Todo depende de si superamos la visión de “movimiento social” que desarrolla luchas para poder negociar pequeñas conquistas. Lo correcto es proponemos acceder al gobierno como una etapa necesaria para constituirnos simultáneamente en poder revolucionario y transformador.
Nota: El movimiento democrático unido debe exigir de inmediato a Santos los siguientes puntos: depurar las fuerzas armadas del uribismo infiltrado; juzgar y castigar a Uribe y a sus cómplices de crímenes de lesa humanidad; profundizar las reformas democráticas que ya se han acordado en La Habana, sin esperar a que se firme el Tratado de Paz.
Popayán, 11 de junio de 2014
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