El jueves pasado los salones del Senado estuvieron repletos de militantes, de juristas, de dirigentes políticos y se habló mucho de seguridad, de exclusión, de reformar el Código Civil, de hacer cumplir las penas, de la justicia.
El viernes, en el salón Arturo Illia, se abordó el asunto desde otro lugar, desde otra mirada. ¿Cómo sienten los privados de libertad? ¿Con qué palabras dicen lo que les pasa? ¿A quién se lo dicen? ¿Quién los escucha?
“Verso libre” es un libro que recopila textos fraguados entre rejas y que busca despegarse de los lugares comunes. De todos los lugares comunes. Y eso significa romper con los prejuicios, propios y ajenos, significa abrir el corazón y escuchar, para entender.
Inauguró la presentación Lía Méndez, que continúa desde la Dirección de Relaciones Institucionales del Senado abriendo el Congreso a la sociedad. Dialogando y forjando encuentros entre activistas, asociaciones y colectivos que buscan, cada uno en su lugar, hacer de la Argentina un lugar mejor.
Continuó la ceremonia Osvaldo Quiroga, invitado a testimoniar sobre el significado de la cultura en las prisiones y el rol de los medios de comunicación con respecto a los reclusos. El periodista de la Televisión Pública advirtió sobre la “construcción del delincuente”. “Así como en otro momento se construyó el subversivo o en la Alemania nazi se construyó al judío, ahora se construye al delincuente, poco menos que una rata que no merece que nos ocupemos de él” indicó indignado. Y agregó que este libro es una buena oportunidad de abandonar la comodidad de lo políticamente correcto y adentrarse en una realidad más profunda y que necesita ser abordada con urgencia.
En el libro, que coordinó y editó Mauro Fernández, hay un intenso artículo sobre el rol de la escuela en el contexto de encierro a cargo de Alberto Florio. El profesor también estuvo durante la presentación y aseguró que las cárceles estaban hechas para que los condenados sufran cada minuto y que “no hay nada más contrario a la vida que la cárcel”. De allí la alta valoración que hizo de la creatividad, el talento y expresión de los jóvenes, y dijo “no saben lo significativo que es, producir algo hermoso en un lugar tan estéril”. Se sucedieron los agradecimientos entre lágrimas que no terminaban de rodar y se permitió al editor, explicar los pormenores del libro.
Contó de la participación de Gabriel Rolón, el aporte de Guillermo Saccomano y de las ilustraciones de Chempes. Explicó las dificultades de trabajar en los establecimientos penitenciarios y la necesidad de terminar con el mito de la inseguridad. A su lado estaba sentado Nicolás, uno de los jóvenes poetas y Mauro quería que su historia fuera protagonista.
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“Yo no quería estudiar, pero me insistieron tanto que al final les hice caso. Y me cambió la vida” puntualizó. A través de las clases fue descubriendo las palabras y al ir entendiendo cómo usarlas, fue pudiendo pensar mejor, según dijo. Eso le permitió escuchar más y hablar mejor, expresarse con mayor claridad. Su pasión por la escritura le trajo la felicidad, pero también la crueldad y la intolerancia de los guardias, lo hizo terminar en un hospital psiquiátrico, donde se pasó el tiempo llorando por la vida que se perdía. “Estaba saliendo a trabajar, veía a mi familia y de un día para el otro me metieron en el hospital, ¿cómo no iba a llorar? La psiquiatra se enojó conmigo cuando se lo dije” contó. Para luego continuar explicando su situación actual, donde coordina una murga con 135 niños a su cargo en Lomas de Zamora y el esfuerzo diario que realiza para que los chicos de su barrio comprendan la importancia de estudiar, de formarse, para no pasar por lo que él pasó.
El libro da testimonio el trabajo realizado con dedicación y amor por el cuerpo de docentes en contexto de encierro, que no podían evitar las críticas hacia los palos en la rueda que pone el sistema penitenciario para su trabajo y el desarrollo de los chicos. Al igual que la falta de voluntad política para terminar con este problema.
Entre todos podemos continuar desarmando los estereotipos y aprender lo que tienen para enseñarnos desde otra condición, desde otra situación, desde otra inseguridad. Osvaldo Quiroga nos recordaba que “ninguno de estos chicos presos le dijo a los 5 años a sus papás que quería ser delincuente”.
Verso libre reconforta, Verso libre nos pone nuevamente frente al desafío de mirar por encima de la tapia, de no bajar la mirada, de estrechar una mano y de desaparecer soledades. Las almas anestesiadas no se dejarán conmover por los sueños de libertad, pero en un mundo donde nos quieren adoctrinar que la libertad es la libertad de consumo, defender la libertad de soñar es un acto de rebelión imprescindible. Bienaventurados los que porfían y no bajan los brazos ante el abandono aparente y le siguen poniendo fichas a la educación y a ocuparse de los que se han caído de este sistema generador de inequidades.
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