La Declaración Universal de Derechos Humanos establece que “toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo”.
Además señala que “toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”.
Precisamente por reclamar ocho horas de trabajo fueron ejecutados en Estados Unidos los trabajadores que reclamaron por ese derecho.
La muerte de estos trabajadores, en 1886, dio origen al Día Internacional de los Trabajadores o Día internacional del Trabajo o 1 de Mayo, la fiesta del movimiento obrero mundial.
Desde su establecimiento en la mayoría de países, por acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, en 1889, es una jornada de lucha reivindicativa y de homenaje a los “Mártires de Chicago”.
Estos sindicalistas fueron ejecutados por su participación en una lucha que tuvo su origen en una huelga iniciada el 1 de mayo de 1886 y su punto álgido tres días más tarde, el 4 de mayo, en la Revuelta de Haymarket.
En la actualidad es una fiesta reivindicativa de los derechos de los trabajadores, se celebra en la mayoría de los países, pero curiosamente no en los Estados Unidos.
A fines del siglo XIX, en Chicago, una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores era hacer valer la máxima: “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”.
Por esta lucha se produjeron varios movimientos, en 1829 se formó un movimiento para hacer escuchar el reclamo a la legislatura de Nueva York.
La mayoría de los obreros estaban afiliados a la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, pero tenía más preponderancia la Federación Estadounidense del Trabajo, de origen anarquista.
En su cuarto congreso, en octubre de 1884, ésta había resuelto que desde el 1 de mayo de 1886 la duración legal de la jornada de trabajo debería ser de ocho horas, yéndose a la huelga si no se obtenía esta reivindicación.
Recién en 1886, el presidente Andrew Johnson promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo la jornada de ocho horas y al poco tiempo, 19 estados sancionaron leyes con jornadas máximas de ocho y diez horas.
Ante la falta de incumplimiento de la ley, la “Noble Orden de los Caballeros del Trabajo” remitió una circular a todas las organizaciones adheridas donde manifestaba: “Ningún trabajador adherido a esta central debe hacer huelga el 1 de mayo ya que no hemos dado ninguna orden al respecto”.
Este comunicado fue rechazado de plano por todos los trabajadores de Estados Unidos y Canadá, quienes repudiaron a los dirigentes de la Noble Orden por traidores al movimiento obrero.
El 1 de mayo de 1886, 200 mil trabajadores iniciaron la huelga mientras que otros 200 mil obtenían esa conquista con la simple amenaza de paro.
En Chicago, donde las condiciones de los trabajadores eran mucho peor que en otras ciudades de Estados Unidos, las movilizaciones siguieron los días 2 y 3 de mayo.
El 2 de mayo la policía había disuelto violentamente una manifestación de más de 50 mil personas y el 3 se celebraba una concentración frente a la fábrica de maquinaria agrícola McCormik, la única que trabajaba, y cuando estaba en la tribuna el anarquista August Spies sonó la sirena de salida de un turno de los rompehuelgas.
Los concentrados se lanzaron sobre los scabs (amarillos) comenzando una pelea campal, allí, una compañía de policías, sin aviso alguno, procedió a disparar a quemarropa sobre la gente produciendo 6 muertos y varias decenas de heridos.
Una proclama contra la represión convocó a un acto de protesta para el día siguiente, el 4, en la plaza Haymarket, más tarde los hechos ocurridos ese día se conocerían como “Revuelta de Haymarket”.
En esa plaza se concentraron más de 20 mil personas que fueron reprimidas por policías uniformados. Un artefacto explosivo estalló entre los policías produciendo un muerto y varios heridos. La policía abrió fuego contra la multitud matando e hiriendo a un número desconocido de obreros.
Se declaró el estado de sitio y el toque de queda deteniendo a centenares de trabajadores que fueron golpeados y torturados, acusados del asesinato de un policía.
El 21 de junio de 1886, se inició la causa contra 31 responsables, que luego quedaron en 8.
Los juzgados fueron declarados culpables: tres de ellos fueron condenados a prisión y cinco a la horca.
A prisión fueron condenados Samuel Fielden, pastor metodista y obrero textil; Oscar Neebe, vendedor; y Michael Schwab, tipógrafo.
A muerte en la horca, consumada el 11 de noviembre de 1887, fueron ejecutados Georg Engel, tipógrafo; los periodistas Adolf Fischer, Albert Parsons y August Vincent Theodore Spies, y Louis Lingg, carpintero para no ser ejecutado se suicidó en su propia celda.
El corresponsal del diarios La Nación, José Martí, relató así la ejecución: “…salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro…”.
“…Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: `la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora`. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable…”, finaliza el relato.
A finales de mayo de 1886 varios sectores patronales accedieron a otorgar la jornada de 8 horas.