El siglo XXI comenzó promisoriamente para los pueblos de la región. Ya sobre el final de la década neoliberal en 1999, soplaron vientos de cambio en Venezuela, y poco más tarde se sentirían también en Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia y Ecuador. Si bien en cada país los procesos fueron diferentes, el denominador común de mejoras sociales, fortalecimiento del Estado, y búsqueda de una verdadera soberanía política, marcaron una clara tendencia progresista en la región. Sin embargo, en los últimos tiempos parece observarse un amesetamiento en el proceso transformador, que resulta interesante analizar.
Mucho podría decirse acerca de los avances logrados, pero no es la idea aquí abundar en información ya conocida. Como también podría hablarse de las asignaturas pendientes y de los fracasos. Pero no es la intención enfatizar en la mitad del vaso lleno ni en la mitad del vaso vacío, como una mera descripción de aciertos y errores. Lo que intentaremos es analizar cuáles son las limitaciones de los actuales modelos, y saber cuáles son las raíces de esas limitaciones, para poder abordar los desafíos del futuro con eficacia.
Está claro que los gobiernos progresistas tuvieron como objetivo mejorar las condiciones sociales, la distribución de la riqueza, la vigencia de los derechos humanos, la independencia económica y la soberanía política. También está claro que en su camino encontraron fuertes resistencias y complejas dificultades, que a veces se pudieron superar, y a veces no. Pero el punto es que algunas de esas limitaciones se han ido instalando, no sólo como barrera fáctica, sino también como un techo que frena el vuelo ideológico.
Porque en la intersección entre las buenas intenciones y las limitaciones, se pudo progresar en algunos aspectos, pero otros se mantuvieron igual, y algunos nuevos problemas emergieron. Por ejemplo, se aplicaron políticas compensatorias para mejorar el ingreso de sectores de menos recursos, pero no se logró cambiar la matriz distributiva intrínseca al capitalismo, condenando a los sectores marginados al subsidio permanente. Se logró aumentar el presupuesto estatal para mejorar la asistencia social, la salud y la educación, pero buena parte de los recursos provienen de una economía neo-extractivista que demora el desarrollo, agota los recursos naturales y destruye el medio ambiente. Creció el mercado interno, pero potenciando el mismo modelo consumista que fomenta el capitalismo depredador, acelerando la acumulación de riqueza de quienes manejan el mercado. Se han logrado consolidar las democracias representativas en una región con antecedentes golpistas, pero se apeló a fuertes liderazgos personalistas, postergando la aspiración de un verdadero sistema de democracia real. Se han reivindicado los derechos de los pueblos originarios, pero en muchos casos tal reivindicación colisiona con las urgencias de una economía extractivista, y al avanzar la frontera agropecuaria o petrolera, se generan conflictos con esos mismos pueblos. Se ha logrado mayor autonomía respecto de los intereses de USA, pero la primarización de la economía, orientada a proveer commodities para el desarrollo de China, ha generado nuevas dependencias
y vulnerabilidades. Ante la imposibilidad de revertir la matriz distributiva del mercado, se apeló al incremento del gasto estatal para redistribuir el ingreso, pero al potenciar solo el consumo en algunos casos se han desatado procesos inflacionarios.
Frente a todo esto, sería tan erróneo descalificar a los gobiernos progresistas por las falencias, como suponer que sólo será cuestión de tiempo resolver lo que salió mal o lo que no llegó a realizarse. Porque tal vez no sería válida la analogía de “mitad de vaso lleno o mitad vacío”, en la que siempre queda un margen para completar el faltante del vaso. Tal vez se adaptaría mejor la analogía de la “manta corta”, que descubre los pies cuando se quiere cubrir la cabeza y viceversa. Lo que queremos significar es que hay un funcionamiento sistémico condicionante, que no
permite resolver un problema sin generar otro, y que en tanto se imponga la urgencia de la mirada reivindicativa y paliativa, por sobre una estrategia de cambio sistémico a largo plazo, resultará difícil comprender la raíz de las contradicciones entre el discurso y la realidad. No queremos decir que no haya que resolver la urgencia, y que para ello no haya que asumir los condicionamientos sistémicos en el corto plazo, pero si eso no está inserto en una estrategia de más largo plazo, se agudizarán las contradicciones y quedará la puerta abierta para el regreso neoliberal.
El tema es muy difícil, ya que cada país aislado no tiene control sobre las variables globales, y si se sigue la lógica de sus condicionamientos, se acota el campo de acción. Si para poder exportar, hay que insertarse en el mercado global, entonces se parte con condicionamientos sobre lo que se puede producir, y se cae en la dependencia del extractivismo, y ahí se produce el fenómeno de manta corta, porque si se limitan las exportaciones se pierden divisas y recursos para financiar las políticas estatales. Si se asume que La explotación de muchos recursos naturales, requiere de grandes inversiones, y que esas inversiones solamente las pueden realizar las grandes multinacionales, entonces se deben asumir los condicionamientos propios de una negociación con tales empresas, y se deben aceptar ciertas regulaciones internacionales. Si se asume como condicionamiento cultural la tendencia al consumismo de las sociedades, alentada y direccionada por la presión publicitaria en los medios de comunicación, entonces hay que aceptar que para conformar al electorado y mantenerse en el poder, hay que tratar de saciar esa sed de consumo, y de esa manera se alimenta la maquinaria que sigue enriqueciendo a las minorías. Si se asume como un condicionamiento cultural de la época, la resistencia de las poblaciones a la participación orgánica en la política (más allá de la simple manifestación o protesta), entonces se limitan las posibilidades de reemplazar a las democracias formales por democracias reales, y se debe construir el poder negociando con los políticos tradicionales, con el correlato de corrupción, manipulación, y conservadurismo que ello conlleva.
Sintetizando entonces, estamos diciendo que más allá de las buenas intenciones de algunos gobernantes, los condicionamientos limitan la capacidad de acción, pero no solamente enlenteciendo los procesos, sino sobre todo generando resultados contradictorios que podrían alimentar la desazón y la resignación de que los cambios profundos y sistémicos nunca llegarán.
Ahora bien, si a esta limitante de los condicionamientos externos, le agregáramos las propias contradicciones en las fuerzas políticas gobernantes, entonces el cóctel de las limitaciones estaría completo. Porque sería ingenuo, en
aras de valorar los procesos progresistas en América del Sur, subestimar la variable de ambiciones personales, prácticas corruptas, falta de autocrítica y ecuanimidad, dogmatismos, y mediocridad, que muchas veces operan en diversos estamentos del poder. Porque más allá de la incidencia real que tales defectos tengan en el proceso de transformación, terminan siendo flancos débiles de la imagen pública, que potenciados por los medios de comunicación funcionales al sistema imperante, debilitan el consenso popular y la base electoral necesaria para mantener en el poder a quienes aspiran a realizar transformaciones.
Entonces, todas estas limitaciones, extrínsecas e intrínsecas, de los gobiernos progresistas en la región, nos dejan hoy en una situación de cierto estancamiento, con respecto a la aspiración de transformaciones profundas. Esto ha ido mermando la base electoral de muchos gobiernos, que además al depender de liderazgos personales, se encuentran con dificultades de continuidad en algunos casos. Ante esto avanzan los opositores por izquierda y por derecha; por izquierda capitalizando el descontento de sectores que se han ido decepcionando, y por derecha con los políticos apadrinados por los medios de comunicación del sistema imperante. Desde luego que el avance por izquierda por ahora solo alcanzará para mermar más la base electoral del progresismo, mientras que la derecha será la que intentará hacerse del poder, seguramente con un discurso más moderado, con la hipócrita promesa de no cambiar aquello que se haya hecho bien y mejorar todo lo que se hizo mal.
La pregunta es: ¿podrán los sectores progresistas mantenerse en el poder y cambiar su estrategia para lograr profundidad en los procesos de transformación?; ¿O más allá de cuál sea el partido gobernante, iremos hacia una aceptación generalizada de políticas de centro, que respeten el status quo regido por el capitalismo global, con mayores o menores márgenes de acción para subsidiar a perpetuidad a los crecientes sectores que margina el sistema?
Difícil predecir lo que pasará en un mundo cada vez más conmovido por las crisis recurrentes. Pero ya sea en el futuro inmediato o en el mediato, si se quisiera retomar la aspiración de una verdadera y profunda transformación del sistema, habrá que comprender la raíz de las limitaciones que se han tenido hasta el momento, en los intentos que, mal o bien, se han realizado en la región. Y esa raíz mucho tiene que ver con la falta de un nuevo modelo integral de sociedad, con su consecuente plan estratégico para llevarse adelante y con la imprescindible mística social necesaria para darle fuerza. Porque la caída del socialismo real hacia fines de los 80, no solamente terminó de derrumbar un sistema que ya no funcionaba, sino que por sobre todas las cosas, terminó con el principal competidor ideológico del sistema imperante hoy. Y aunque la sensibilidad social de algunos gobiernos haya pretendido reflotar las aspiraciones de cambio, nunca hubo un libreto completo sobre lo que había que hacer para reemplazar un sistema por otro, ya que ni siquiera se sabía cuál era ese otro sistema. Pero esa carencia no es responsabilidad de los gobiernos progresistas, sino que es una carencia del momento histórico.
Queda entonces como desafío, para superar tantas limitaciones, encontrar con claridad la imagen del mundo que se quiere, de la sociedad que se quiere, y elaborar un plan estratégico que, paso por paso, nos lleve hacía esa Nación Humana Universal, sorteando los condicionamientos con paciencia y sabiduría, que no es lo mismo que asumirlos con resignación y pragmatismo.
Este desafío lo tienen los gobiernos progresistas, en la medida que quieran realmente llegar a transformaciones profundas, pero sobre todo lo tienen los pueblos, que en definitiva son los que deben elegir y condicionar las políticas de los gobernantes. Y en ese sentido, son todos los pueblos del mundo los que tarde o temprano tendrán que asumir su compromiso con el cambio.