La economía se recupera en la eurozona, pero las deudas estatales y privadas son enormes, lo que arroja sombras sobre el futuro del bloque comunitario. ¿Llegó la hora de condonarlas?
Para Daniel Stelter, asesor de empresas en materia financiera, el fenómeno que sacude a los países industrializados desde hace algunos años no es una crisis del sistema bancario internacional ni una crisis fiscal de los Estados, sino una generada por el endeudamiento, tanto público como privado. En su libro La bomba de la deuda billonaria, el experto sostiene que las obligaciones de los Estados, las empresas y los hogares se vienen multiplicando sin pausa en esos países desde 1980.
En promedio, sus deudas pasaron del 160 por ciento del producto social bruto a más del 320 por ciento. Stelter atribuye ese endeudamiento desmedido a la implementación de una política económica y monetaria equivocada hace no mucho tiempo. Tras la caída del Muro de Berlín y la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), los países industrializados comenzaron a sentir una enorme presión de costos proveniente, sobre todo, de Asia.
La respuesta de Occidente: en lugar de invertir en educación, investigación científica e innovación, los políticos y ciudadanos tomaron el camino más fácil y optaron por pedir créditos. En Estados Unidos, muchos cumplieron su “sueño americano” de tener una casa propia acumulando deudas y los países de Europa mantuvieron en pie el Estado del bienestar haciendo lo mismo. Estas prácticas se conservaron, sobre todo en los países del sur de Europa, gracias a la creación de la Unión Económica y Monetaria.
¿Qué nombre darle a la actual crisis?
“La venida del euro se anunció en Madrid en 1995. Dos años después los intereses de los países del sur de Europa bajaron prácticamente al nivel de los intereses alemanes. Y luego aumentaron los sueldos y salarios, financiándose con nuevos créditos”, sostiene Hans-Werner Sinn, presidente del Instituto IFO de Investigación Económica, adscrito a la Universidad de Múnich. Ese modo de operar estuvo vigente hasta que los mercados financieros dejaron de poner créditos nuevos al alcance de sus manos.
En 2007 estalló la burbuja inmobiliaria y crediticia, primero en Estados Unidos y luego en el Viejo Continente. Cuando las deudas de Grecia amenazaron con crear un incendiar el resto de la eurozona, la palabra que se puso de moda fue “crisis de la deuda estatal”. Pero según Moritz Schularick, profesor de Economía de la Universidad de Bonn, el de Grecia fue un caso excepcional y no la regla. A sus ojos, las crisis de Irlanda y España no tenían nada que ver con sus respectivas deudas soberanas.
“Las de Irlanda y España fueron burbujas inmobiliarias clásicas, financiadas con muchos créditos que venían hasta del extranjero y que en algún momento debían estallar”, comenta Schularick. El endeudamiento estatal de ambos países ascendió rápidamente debido al auxilio financiero que recibieron de sus socios comunitarios, pero las obligaciones privadas siguen constituyendo la mayor parte de sus deudas totales. Más del 70 por ciento de la deuda española –que asciende a 2,5 billones de euros– es del sector privado.
El peso de las deudas privadas
Aunque Irlanda ya dejó de depender de la ayuda financiera europea, sus deudas representan más del 400 por ciento de su producción económica. Y mucho más de dos tercios de esas obligaciones son de índole privada. En otras palabras: el mayor riesgo está en el sector privado. A ese resultado llegó también un estudio realizado por el equipo en torno al economista Moritz Schularick. “Generalmente, los colapsos del sistema financiero resultan de los ciclos de endeudamiento en el sector privado”, apunta el especialista.
Hasta ahora, el análisis de la última crisis financiera atribuía la culpa de todo a los Estados con un endeudamiento marcado. Y el antídoto contra ese mal era ahorrar y ahorrar para reducir las obligaciones estatales. ¿El remedio equivocado para un diagnóstico equivocado? La respuesta que se le dio a esa crisis ha comprometido el crecimiento económico de muchos países y, en consecuencia, ralentizado el pago de las deudas aludidas, asegura Stelter.
A juicio de este asesor financiero, endeudarse de nuevo para pagar obligaciones previas tampoco es la salida. De ahí que Stelter proponga como único recurso viable una drástica condonación de las deudas: recomienda reducir la deuda de los Estados más golpeados perdonándoles el equivalente al 30 por ciento de su producción económica. Schularick no iría tan lejos; él sólo aplicaría esa medida en el caso de Grecia.
“Quizás tenga sentido en términos económicos condonar parcialmente la deuda de Grecia. De no hacerlo, condenaríamos a ese país a vivir durante décadas con la soga al cuello”, concluye el economista de la Universidad de Bonn.