El pensamiento binario se empecina en reducir las realidades a tan solo dos ecuaciones posibles, negando la complejidad, secuestrando la riqueza de opciones y alternativas.
Condenar la gestión política de una agrupación como los Hermanos Musulmanes no tiene que significar consentir su persecución.
Por Olga Rodríguez para eldiario.es
Hace una par de semanas mantuve varios encuentros en Turquía con egipcios exiliados, integrantes de la organización de los Hermanos Musulmanes. Entre ellos, Yehia Hamad, el que fuera ministro de Inversión con el gobierno de Mohamed Morsi hasta el golpe de Estado del pasado verano, y que estos días está por España para relatar la situación de su país ante el Senado y diversas organizaciones no gubernamentales.
Precisamente ayer publiqué esta entrevista que le hice en Estambul, centrada en la situación actual de la Hermandad y en la represión que sufren los seguidores de la organización en Egipto. Cientos han muerto en ataques contra protestas, miles han sido arrestados y 529 han sido condenados a pena de muerte en un juicio que duró tan solo dos días y que ha sido cuestionado por diversas organizaciones de derechos humanos.
El próximo día 28 de abril un tribunal egipcio anunciará el veredicto final sobre esas condenas a muerte. Si no se anulan, serían las mayores de la historia contemporánea de Egipto.
Diversas organizaciones no gubernamentales internacionales han denunciado la represión en Egipto y las violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, existen ciertos sectores en los países occidentales que siguen confundiendo la condena de la represión en Egipto con el apoyo a los Hermanos Musulmanes. A pesar de que las diferencias entre una postura y otra son más que evidentes, el pensamiento binario tiene peso y se empecina en reducir las realidades a tan solo dos ecuaciones posibles, negando la complejidad, secuestrando la riqueza de opciones y alternativas.
Se trata de un auténtico asedio a la creatividad, a la imaginación, a ese otro mundo posible y necesario. Y sin embargo, se trata de un reduccionismo habitual y cotidiano en los modos dominantes de interpretar la realidad:
“Si criticas a EEUU estás con Putin en lo de Ucrania”. “Si criticas el neoliberalismo eres un radical antisistema”. “Si planteas que los ataques estadounidenses con drones violan la ley y los derechos humanos, es que prefieres que los terroristas de Yemen escapen” (por cierto, esta semana una operación coordinada con drones de EEUU ha matado a 55 personas en Yemen, al menos cuatro eran civiles. Son los nuevos juicios sumarísimos del siglo XXI, el colmo del carácter exprés).
Llevado a nuestras coordenadas, el planteamiento binario establece que “si criticas al PP es que eres del PSOE”. “Y si criticas al PSOE estás haciendo un gran favor al PP”. Hay en esa intención de cercar la realidad, en ese secuestro de todos los matices, en esa condena a quienes analizan la actualidad con todas sus variantes, una voluntad de control de los mensajes y de las mentes, una imposición de la polarización – “o estás conmigo o estás contra mí”-, una estrategia de asfixia a la creatividad en el plano político y a la profundidad en el plano periodístico.
En este caso que nos ocupa, el de Egipto, ese reduccionismo establece que “si condenas las violaciones de los derechos humanos estás apoyando a los Hermanos Musulmanes, y si no estás con los Hermanos Musulmanes, no puedes ni hablar de la represión en Egipto”. Se presenta la cuestión de forma excluyente y restrictiva, como un asunto en el que solo se puede elegir entre el amor incondicional o el rechazo total.
Poco importa que hayan muerto mujeres y hombres en las protestas contra el golpe de Estado egipcio. No parece relevante que se encarcele a periodistas -ayer mismo se juzgaba a un egipcio-canadiense- y a activistas críticos con el gobierno, que se cierren medios de comunicación, que los arrestos y registros policiales de viviendas sean algo habitual.
Tampoco ha trascendido la información sobre cómo Tamarrod, la agrupación que organizó las protestas contra Morsi, mantuvo contactos con el Ejército egipcio antes del golpe de Estado. Hace tan solo una semana uno de los fundadores de Tamarrod daba más detalles al respecto y relataba cómo su organización seguía órdenes de los militares: “Fuimos muy inocentes, no fuimos responsables”.
“¿Y qué hay de las políticas de los Hermanos contra las mujeres?”, preguntan algunos, queriendo así justificar el golpe de Estado contra el gobierno de Morsi, la represión, los cientos de muertos, los arrestos.
Las razones para criticar a la los Hermanos Musulmanes son numerosas. Pactaron en 2011 con el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, elemento clave del régimen, impusieron una Constitución sin consenso, llamaron al fin de las protestas, limitaron derechos y libertades. Además, a nadie se le escapa que la Hermandad mantiene y mantuvo una actitud discriminatoria contra las mujeres.
Pero eso, que algunos ya denunciamos cuando Morsi era portada de la revista Time y recibía los parabienes de medio mundo, incluidos nuestros gobiernos, no puede servir para apoyar el golpe de Estado de una institución, el Ejército egipcio, caracterizada por su misoginia y abusos de género, ni para que se mire hacia otro lado mientras se cometen violaciones de los derechos humanos, asesinatos o secuestros. Lamentablemente, la propaganda ha hecho efecto, y son muchas las personas que piensan, equivocadamente, que en Egipto los machistas sólo son los islamistas.
Condenar las políticas de una agrupación como los Hermanos musulmanes no tiene que suponer consentir su persecución. Con ella solo se creará más polarización, sufrimiento, más mártires, y más leyendas que encumbrarán precisamente a quienes ahora los militares egipcios quieren borrar del escenario político.