«El asesino desarmoniza la naturaleza» (Armando Tejada Gómez)
El diario «Los Andes» de Mendoza, titula en tapa, ayer 2 de abril de 2014, «Linchamientos: la gente entiende, pero no justifica». El digital local «MDZ», a su vez, pone, a propósito del mismo tema, «La desmesura de la reacción» y su responsable editorial, Ricardo Montacuto, replica la hipótesis de la «ausencia del Estado», esgrimida por los políticos de la derecha explícita argentina. Analicemos. Voy a tratar de demostrar que los medios hegemónicos son, ni más ni menos, que los autores intelectuales de los linchamientos que aparecieron por arte de birlibirloque inundando la agenda de la sociedad argentina. Como sucedió antes, en la era Blumberg, con los secuestros. Y que los titulares y pantallas de esos medios son nazis, en versión siglo XXI.
La primera referencia del Clarín de las acequias es «la gente». ¿Qué gente?. ¿La que trabaja día a día para solventar su vida honrada y solidaria?. ¿Es la misma gente que llena bares, restaurantes y confiterías cada fin de semana?. ¿O es la que, con pecheras exhibidas con orgullo, dieron una lección de humanismo y amor al prójimo, al desvalido, durante las inundaciones que asolaron barrios de La Plata hace un año?. ¿La gente entendió La Noche de los Cristales Rotos, en Berlín, en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938? Según el título del diario de la oligarquía mendocina, ¿cuál es la distancia vital que hay entre entender y justificar un homicidio calificado, como bien lo definió el juez de la Corte, Raúl Zaffaroni? ¿Qué gente entendió y no justificó el robo de bebés y la desaparición, tortura y muerte de nuestros 30.000 compañeros, y dijo «algo habrán hecho»?
Se dice, y con razón, que no hay nada más parecido a un fascista que un burgués con miedo. Y eso es lo que está sucediendo en nuestra tierra. Las víctimas son jóvenes, pobres y morochos, con portación de cara y portación de pilchas. Y los victimarios son, invariablemente, señores y señoras de clases cómodas, con el cagazo irracional de perder su bolso, su auto o su equipo de música. La propiedad privada como bien superior. La vida y el cuerpo del otro como recipiente del odio.
No hay, entre las hordas asesinas, jóvenes del radicalismo, ni de la Fede, ni de La Cámpora, ni de Kolina, ni de La Evita, ni de La Guemes, ni de juventud del PO, ni siquiera de la juventud del PRO. No se conocen actitudes violentas por parte de Hebe, de Tati Almeyda, de Estela de Carlotto, ni de Juan Cabandié frente a Videla, Astiz u Otilio Romano. Todos ellos se dedican a otra cosa, pese a que algunos también puedan pertenecer a la clase media. Pero sin miedo. Al contrario, embarcados en cambiar la vida sin patadas y sin piñas. Con ideas. Con memoria, con verdad y con justicia.
Por otra parte, o por la misma, para entender hace falta hacer uso de la razón y los episodios de linchamiento que estamos padeciendo son un ejemplo patético y bestial de la más primitiva irracionalidad.
Analicemos ahora la presunta «desmesura». ¿No les recuerda el argumento de los excesos, en el que intentaron ampararse los genocidas para encubrir sus patrañas? Cuando se comete un delito no hay desmesura. ¿O acaso el hurto de un vehículo es una desmesura? Desmesura, ¿respecto de qué?.Y sí, tal vez haya existido una ausencia del Estado, precisamente en los momentos en que la turba burguesa mataba a patadas al pibe David Moreyra en Rosario. Nadie llamó a la policía para hacer lo que debían, proteger la vida de un ciudadano que, aun si era sorprendido in fraganti cometiendo un delito, tenía que ser sometido a las leyes que nos gobiernan a todos. Otra vez la vieja dicotomía de civilización y barbarie, pero esta vez, como tantas otras, los civilizados fueron los bárbaros. Hace un tiempo y tras sufrir la muerte violenta de uno de sus colaboradores la adiposa actriz y conductora televisiva Susana Giménez declaró que «el que mata tiene que morir». Desde la misma caverna televisiva, el diputado nacional y pasta dental presidencial para el 2015, Sergio Massa, insistió con las mismas ternuras. Dijo que «el que las hace las paga». Lo notable, o no tanto, no es que la comediante paradigmática del menemato opine igual que el candidato. Lo patético es que éste represente con tanta claridad los valores de los delincuentes de clase media, sus votantes.
Por último, por ahora, les hago una propuesta a mis colegas. Sobre todo, a los que trabajan en medios privados, pero a todos, en general. No usemos más las palabras «ajusticiamiento» y sus derivadas, o la construcción sintáctica «justicia por mano propia» (porque es una contradicción en los términos) para describir estas bestialidades inducidas. Podemos usar un abanico de significados que ilustran mejor lo que sucede. Aprovechemos la riqueza de nuestro idioma y salvemos esa dosis necesaria de dignidad que nos permite desayunar en paz con los que amamos. Aunque el patrón quiera que el desprecio por el otro sea su moneda de cambio.