«Todo gesto de audacia pone el dedo en la llaga«
Alicia Dujovne Ortiz («La Madama», Emecé, 2014)
No. No serán esas líneas a las que se refiere un Secretario de Redacción de la revista o el diario que, siempre apurado y con un cigarrillo a medio fumar colgándole del labio inferior, el humo del pucho cerrándole un ojo, dice: «Giménez, dame veinte líneas sobre el crimen del pibe de Rosario, pero las quiero rápido, para hace quince minutos Y si es con una foto que muestre sangre, mejor».
Un premio es, en principio, un mimo al corazón de quien lo recibe, pero también un gesto de legitimación por la obra realizada o por la trayectoria recorrida. En algunas ocasiones puede ser el resultado de un negocio entre premiadores y el galardonado, que recibe las gracias por los servicios prestados a favor de los dueños del diploma, la estatuilla o el cheque. En otras, la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer, como dice Ramón, el almacenero de mi barrio (el Nobel de la Paz a Obama y a la Unión Europea parecen más una broma de mal gusto del Comité de la Academia Sueca que una decisión pensada con la seriedad que merece el galardón).
Desde que recuerdo el Martín Fierro es un premio que sacude el avispero de la radio y la televisión, primero de los alrededores del Obelisco porteño y más adelante, de lo que absurdamente se llama el Interior (como para extender el negocio de las vanidades a actores, actrices y periodistas que creen sentirse tan importantes como las estrellas «importantes»).
Pero para la edición de este año ha sucedido algo nuevo o, por lo menos, renovador y luminoso. El periodista y relator deportivo Víctor Hugo Morales decidió renunciar a su nominación en la terna que integraba con Jorge Lanata y el programa «6-7-8» de la Televisión Pública. Morales, por «Bajada de línea» que sale al aire los domingos a la noche por Canal 9 y Lanata por «Periodismo para todos», en Canal 13. El asunto es dirimir el mejor programa periodístico, según el jurado de APTRA (Asociación de Periodistas de la Televisión y Radiofonía Argentina), la entidad organizadora del jueguito. La ceremonia tendrá su esplendor de mesas con manteles blancos, cena gourmet, divas divinas y de plástico, sofocados galanes de frac almidonado, almidonados despojos de galanes, decrépitas figuras de cartón y muchachitas histéricas con escotes de ocasión. Eso sucederá el próximo 18 de mayo desde el Hotel Hilton de Buenos Aires y los malos aires lo pondrán las cámaras del Grupo Clarín para solaz masturbatorio de sus propios productos televisivos y radiales.
Hasta ahora (y deseo con fervor que tenga que meterme este párrafo en mis oscuros pliegues humanos) ha sido sólo el uruguayo querido el que ha tomado conciencia de que estamos en otro país, distinto al de las lógicas del rating y el mercado. Al menos, piensa y siente que la comunicación debe cambiar esos paradigmas, heredados de la década del despilfarro neoliberal, por los de un derecho humano básico, inclusivo y solidario, el de los contenidos y los lenguajes del pueblo y no los de los negocios, por muy prósperos que resulten, caño incluido. ¿Qué legitimidad le puede agregar este premio, sospechado hasta por los que ponen la mejor sonrisa ante las cámaras, al periodista que, día a día, muestra un camino de coherencia ética y conducta moral intachables? ¿Una competencia con Lanata no lo denigra, por aquello que canta Fito, que «No es bueno hacerse de enemigos/que no estén a la altura del conflicto»? ¿No desgasta, además, competir con compañeros de ruta? Sobre todo, si el show está preparado para que sirvan de sparring del excolega.
La Televisión Pública hace ostentación en su pantalla por las 25 nominaciones, entre las personales y las que destacan los programas emitidos bajo su sello. La «Tanqueta», como se autoproclama el producto periodístico más novedoso de la década, «6-7-8», es responsabilidad de una empresa privada, «Pensado para Televisión», que tiene otros dos en otro canal, pero es emblema, y con justicia, de una forma inteligente de ver, mirar y desenmascarar aspectos de nuestra realidad que no tiene precedentes en la pantalla chica argentina. Y esa característica, ser una productora privada que pone el programa en la pantalla estatal, podría explicar que se sume al espectáculo promovido por los monos hegemónicos. Pero no suena convincente que la extraordinaria programación que brinda Canal 7 se preste a competir con el conglomerado comunicacional para quien el rédito, el negocio, importa más que el contenido y el formato.
El gesto de Víctor Hugo parece una formidable respuesta al espectáculo brindado por Lanata en su programa, quien montó una comedia con un supuesto sicario al que le guionaron sus declaraciones al límite del absurdo. Todo oscuro, patético, como las sombras desde las que hablaba el actor puesto para denostar, entre otras cosas, el anteproyecto del nuevo Código Penal.
En la misma semana, Samuel «Chiche» Gelblung, que fue Secretario de Redacción de la revista «Gente», entre 1976 y 1978, cómplice del festival genocida de Videla y Martínez de Hoz, montó un escenario similar al del crédito del equipo del contador Magnetto, pero con dos supuestos motochorros que resultaron ser pibes contratados para recitar sus fechorías inventadas, a razón de 300 pesos cada uno. Otro bochorno del periodismo serio e «independiente».
Por eso lo de las dos líneas, pero de conducta. El gesto de Víctor Hugo por un lado y la puesta en escena de presuntos periodistas que sólo buscan ser funcionales a los dictados del mercado y, de paso, construir el edificio del miedo a través de los medios.. Como dice Alicia Dujovne Ortiz en el mismo libro con que se inicia este textículo «Una opinión se discute, un hecho no». Entonces espero que el hecho generado por el comunicador oriental tenga contagio y no lo dejen solo. Aunque sea porque su apellido, Morales, es plural.