Las exigencias y expectativas tan diferentes para las últimas tres o cuatro generaciones, son evidencia de la aceleración creciente de los tiempos que nos tocan vivir. Igual podríamos decir que un segundo o una hora actual contiene, concentra muchísimos más eventos mentales y físicos que hace cuatro o cinco décadas atrás. Para poner un ejemplo podríamos decir que en Sudamérica la generación anterior a la mía no dispuso de una educación masificada.
Mi madre me contaba que no era bien visto que una mujer acudiera a estudiar, a ella le tocó aprender labores y música y no podía usar una falda por encima de las rodillas. Mi padre no tenía terminados sus estudios secundarios. Pueden parecer diferencias generacionales no muy significativas, pero cuando se comprende que influyen directamente en las creencias y hábitos de cuando un jóven puede comenzar a trabajar y casarse por ejemplo, cuando comprendemos que así se organizan o tejen las redes sociales, vemos que las consecuencias son amplias.
En mi generación de los 50´s, ya no había casi restricciones al estudio de ambos sexos en educación secundaria, y de hecho comenzaba a exigirse ese nivel de educación para acceder al “mercado laboral”. Pero paradójicamente la presión social sobre las normas sexuales comenzaron a relajarse y las parejitas adolescentes pudieron ir a los bailes sin chaperones. Yo viví esa transición de pedir permiso a los padres para poder bailar con su hija, así que puedo dar fe de ella.
Mis hijos tuvieron que estudiar carreras universitarias para poder dar respuestas a las complejas exigencias de una sociedad en vías a su especialización tecnológica. Son una generación en la cual muchos a los treinta años aún viven en su casa paterna y no tienen mucho interés en casarse. Sus hijos nacen ya en una sociedad tecnológica y compleja donde es tal el caudal de conocimiento que se produce o genera, que un profesional tiene que actualizarse una o varias veces en su tiempo de vida.
Pero veinte o más años de estudios cada vez más especializados no garantizan nada. Muchos terminan de estudiar para caer en cuenta de que no hay oferta laboral para ellos. Bastaría preguntarle a los países del “primer mundo”, del sur europeo por ejemplo donde se habla ya de más de 20% de desocupación y el doble entre los jóvenes. Parecería entonces que a este ritmo acelerado de cambios tecnológicos, podríamos afirmar que cada generación nace en y tiene que dar respuestas a un mundo diferente al de las generaciones que la anteceden.
De hecho escucho a mucha gente decir que le robaron el mundo que conoció. Da la impresión entonces que si miramos desde los tiempos de las generaciones, los resultados son bastante diferentes a si miramos desde los tiempos de vida personales. Si emplazamos nuestra mirada en los tiempos generacionales el espacio tiempo se amplía, expande, acelera. Mientras que desde los tiempos de vida personales se comprime, reduce, limita y tensa.
En Sud América los gobernantes electos, finalmente parecen comenzar a coincidir y responder a las aspiraciones y expectativas de una mayor calidad de vida de sus poblaciones. Pero resulta que se encuentran con que sus aspiraciones no resultan muy agradables para otros intereses nacionales e internacionales. Por lo cual no alcanza con la sensibilidad y la voluntad para incluir socialmente a los invisibilizados, además hay que enfrentar los atentados de oposiciones organizadas y financiadas en gran parte desde el exterior, que hoy en día ya rayan en el terrorismo.
Parece que es un buen momento entonces para preguntarnos, ¿hacia dónde, hacia qué caminamos o mejor dicho creemos caminar, dado que nuestras creencias y expectativas no coinciden luego con el mundo, no encontramos, no existe aquello hacia lo cual creíamos estarnos dirigiendo generando enorme frustración, desorientación, extrañeza, conflicto, sufrimiento mental que luego por acumulación se expresa inevitablemnte como violencia social.
Si pensamos que invertimos 20 o más años, casi un tercio del promedio posible de vida actual para luego no encontrar puestos de trabajo y no poder en consecuencia mantenernos ni formar nuevas familias. Si lo mismo sucede con nuestras expectativas colectivas en esos intentos de cambio
revolucionario, da la impresión de que algo está mal encaminado, mal enfocado o como decían algunos estamos apuntando mal y errando el tiro. Caminando por el mundo, por la vida, como lo hace el sediento por el desierto en pos de un espejismo, sin alcanzarlo nunca.
La respuesta más sencilla sería culpar a otros de nuestro fracaso y desorientación. Pero lamentablemente eso no resuelve la situación. Además, ¿a quién podemos culpar de que la experiencia y conocimiento milenario acumulativo de todos los pueblos y razas y su resultante tecnológica, haya revolucionado nuestros mundos y culturas volviendo obsoletos nuestros modelos de vida, desintegrando nuestras redes sociales?
¿Había acaso algo que nos permitiera sospechar siquiera que eso sucediera para poder entonces prevenirlo, adelantarnos a ello, corregirlo? Nosotros aprendemos de la experiencia, extraemos conocimiento de la experiencia acumulada y a su vez el conocimiento aplicado acelera, revoluciona la experiencia. No podemos decir que esta aceleración es la primera vez que sucede porque mirando hacia atrás encontramos circunstancias similares, por ejemplo en el Renacimiento.
Pero es evidente que dada la amplitud de esos ciclajes acumulativos y aceleradores de la experiencia aún no los hemos reconocido, como sí lo hemos hecho con ciclos de menor amplitud como las estaciones climáticas que sirven de marco a toda producción agrícola. Por supuesto no puedes anticipar ni convertir en marco de ninguna actvidad lo que no has aún reconocido.
¿Qué sucedería si la revolución tecnológica, económica y cultural fueran condiciones acumulativas para la revolución sicológica, para el cambio de mentalidad o nuevo hombre que anhelamos? En otras palabras si fuésemos sujetos y objetos de tal revolución, si nuestra siquis, personalidad y cuerpo o biología bailaran tal danza transformadora, si no fuésemos los revolucionarios sino los revolucionados, objetos pasivos de tal actividad.
Más allá de toda especulación, lo cierto es que en la especie humana prima el tiempo futuro, el tiempo en que alcanzaremos lo que deseamos, en que seremos felices. Pero la diosa felicidad nos ha resultado esquiva desplazándose de objeto en objeto. Lo cierto es que lo que realmente
experimentamos es el deseo y su insatisfacción, su frustración, a tal punto que la acumulación de experiencia y conocimiento que está revolucionando el mundo conocido, podríamos casi considerarla como un resultado colateral de perseguir la felicidad.
Por eso me pregunto, ¿cuándo alcanzaremos la felicidad? Porque desde la infancia a la vejez pasamos de una experiencia a otra casi sin respirar hasta que nuestras fuerzas fuerzas vitales se van agotando. Muchas veces me he preguntado si esa profunda insatisfacción y frustración de perseguir algo sin jamás alcanzarlo, no es la raíz de la violencia que al igual que el conocimiento acumulamos generación tras generación hasta que estalla destructivamente.
Tal vez sea hora de reconocer y desacelerar la loca carrera a ninguna parte, de vivir más aquí y ahora y repreguntarnos más calmadamente, ¿qué es lo que realmente queremos? También preguntarlo al revés puede ser útil, ¿que es lo que ya no deseamos más? Es posible que vaciar un poco la mente de las continuas y desmedidas tensiones del deseo, resulte más útil y menos
violento que la desesperada estampida que nos empuja y arrastra al abismo.
¿De qué sirve cambiar una y otra vez los muebles de la casa y aún la casa misma, si el corazón sigue vacío, si ni siquiera nos damos cuenta o en la carrera olvidamos tener un corazón? Tal vez simplemente se trate de que el corazón nos llama, reclama nuestra atención, desea, necesita ser oído, participar de y expresarse en lo cotidiano. Tal vez el corazón solo desee decirnos que la vida es un ecosistema interdependiente, que la felicidad solo puede ser de todos o de ninguno.