Por Marcos Enríquez-Ominami.-
Perú, Bolivia y Chile han tenido gobiernos incapaces de dialogar entre sí -más allá de lo comercial- en los últimos años. No recuerdo una sesión de trabajo de nuestros tres jefes de Estado para construir fronteras porosas, que sean la expresión del enorme interés que tenemos en integrarnos en lo económico, político, militar y cultural. Nuestros gobiernos, de derecha o de izquierda, han sido esclavos de nacionalismos retrógrados. En el caso de Perú, cuesta olvidar las declaraciones xenófobas de sus militares o sus políticos. En el caso de Bolivia, el uso recurrente, por parte de políticos bolivianos, del conflicto con Chile en su política interna se ha vuelto un concurrido refugio electoral para camuflar frustraciones y desafíos propios.
En el caso de Chile, poco se dice en el debate diplomático en cuanto a que el 70% de la carga del puerto de Arica depende de Bolivia. Hemos construido el mito de que nuestra bonanza actual y futura es sólo nuestra y puede prescindir completamente de la suerte de nuestros vecinos. Hasta hace poco, casi el 50% de la pyme de Iquique dependía de Bolivia. El gran norte chileno, el gran occidente boliviano y el gran sur peruano tienen mucho en común: se necesitan.
Las decisiones de Perú y Bolivia de llevarnos a La Haya dejan en claro que cuando la vía judicial le gana a la política, quienes pierden son los vecinos. Debatir si los tratados suscritos entre nuestros países son intocables tampoco tiene mucho sentido. Un tratado vigente puede ser reemplazado por uno nuevo, negociado entre las partes, que satisfaga las necesidades de hoy más que hacerse cargo de los miedos de ayer. La Guerra del Pacífico, los tratados y La Haya son parte de los problemas, no de las soluciones.
Creo sensato plantear, entonces, una nueva diplomacia que supere el clímax que construyeron dos dictadores ignominiosos (Pinochet y Banzer), cuando acordaron una salida al mar para Bolivia a fines de la década de los 70.
El primer paso: proponer a Bolivia y Perú una solución a la demanda marítima boliviana. Chile debe resolver de una vez los desafíos que nos imponen los ríos Lauca y Silala, el control securitario de las fronteras, un enclave territorial que mire hacia Brasil -el mayor mercado de consumidores de esta parte del continente-, así como debemos también abordar el enorme desafío energético de Chile frente a las gigantescas reservas de gas de Bolivia.
El hecho de que Chile les proponga formalmente a Bolivia y a Perú un nuevo camino no sólo sería un paso histórico en la diplomacia mundial, sino que, además, instalaría como serios candidatos al Premio Nobel de la Paz a Bachelet, Morales y Humala. Subrayo que tanto a Bachelet como a Morales -dos presidentes legítimos, progresistas, democráticos-, sus pueblos les han dado una segunda oportunidad para construir una política de buenos compañeros y no sólo de buenos alumnos. Lo anterior, junto al Presidente de Perú, sería un gran paso.
Un nuevo Chile exige una nueva diplomacia alejada de nacionalismos trasnochados, divorciada de discursos identitarios improductivos y de miedos electorales. Podemos avanzar en más prosperidad para nuestros pueblos si es que interpelamos a nuestros gobiernos y éstos son capaces de avanzar mirando hacia delante.