Salvo los Presidentes José Manuel Balmaceda y Salvador Allende, la  mayoría de los primeros mandatarios no han sido más que administradores de los mercachifles, dueños de este país. Algunos, como Pedro Montt, Arturo Alessandri Palma, Carlos Ibáñez del Campo y , ahora Michelle Bachelet, han logrado entusiasmar a la ciudadanía con muchas promesas que, al final de sus mandatos, terminan incumplidas.

En el pasado, las transmisiones de mando se llevaban a cabo en el salón de honor del Congreso, un señorial edificio, de estilo francés, con toilettes de elegantes bidets. Orinar en ellos constituía un verdadero placer, pues podías hacerlo junto a los mejores oradores del Chile parlamentario. En la transmisión de mando, el Presidente saliente entrega la piocha al nuevo Presidente, que es símbolo del poder de la “tribus chilensis” – la verdad es que debiera ser la llave del almacén, pues la función del mandatario no es servir al pueblo, como dicen los siúticos, sino a banqueros y mercaderes -.

Cuando los políticos de este país pretendían ser republicanos, la transmisión del mando tenía una cierta solemnidad; en algunos casos, el Presidente saliente era pifiado – como ocurrió en 1920, cuando el especulador de la  Bolsa, el ex balmacedista Juan Luis Sanfuentes entregó el mando al demoledor y demagogo, Arturo Alessandri Palma -, en la actualidad, en este Chile neoliberal, a nadie se le ocurre pifiar al ex Presidente, por más malo que haya sido, por lo demás casi todos los mandatarios pertenecen a la misma casta plutocrática, y terminan su período de gobierno con los borregos de siempre.

Desde Thomas Hobbes, hasta nuestros días, según la mayoría de los autores políticos, el poder ha estado sobre el pueblo, que es “el uso de la violencia legítima”, según Weber o, ilegítima, de las dictaduras o, si ustedes quieren, interpretando a Carlos Marx, “la dictadura de una clase sobre otra”. Creer que en las democracias bancarias el actor principal es el pueblo, no deja de ser una ingenuidad, producto de la ignorancia.

El rector de UDP, en su columna del 9 de marzo de 2014, dio justo en clavo: antes los mandatarios daban cuenta al CEP de su programa, intenciones y gestión y, quien canalizaba este sometimiento del mandatario era el empresario Eliodoro Matte;  este acto “solemne”, como un examen, consagraba el reemplazo de La Moneda, hoy por la Casa Piedra. Si fuera una exageración, podríamos comparar a Matte con el Papa, que consagraba a los reyes, durante la Edad Media.

Una de las características del cambio de mentalidad que llevó a Bachelet al poder dice relación con las entrevistas del “carismático” don Francisco, en un programa de Canal 13, Las dos caras de La Moneda. Recuerdo que mi hijo Rafael, en un artículo, explicó con claridad el aserto de que el Chile de los años 80 estaba dominado por Augusto Pinochet y don Francisco; ahora, el animador está la banalización del poder: se trata de mostrar a los ciudadanos que los poderosos monarcas-presidentes son iguales que los demás ciudadanos – sería algo similar a una convocatoria de todos los parisinos al acto de baño de Louis XIV -.

En el programa de don Francisco,  Bachelet “examina” a sus ministros de gabinete, y el acto no es lejano al ridículo. El millonario Piñera, en general muy poco querido por sus súbditos, hoy, gracias a la Prensa de la derecha, aparece como un estadista;  en este mismo programa, realizado un día antes que a Bachelet, se muestra como un niño en cuerpo de adulto. Don Francisco, como El hipnotizador, de Thomas Mann, apela a la emotividad para enternecer a los televidentes del Canal del banquero de Luksic  y, por medio del engaño, logra hacer creer a los ciudadanos que forman parte del poder plutocrático.

En estos nuevos tiempos, el poder político-plutocrático necesita de varios don Franciscos para instalar un circo de sentimientos y emociones, que hagan creer  a los ciudadanos que son los actores principales de la democracia y que los gobernantes están al servicio de ellos, cuando apenas son llamados cada cuatro años para ser parte del coro.

Por Rafael Luis Gumucio Rivas