Siria, Irán, Ucrania, la Franja de Gaza. Son lugares a los que hoy no iría de vacaciones. Preferiría estar allí como periodista, vivir junto a las víctimas de la violencia, propiciada por el Estado terrorista por excelencia, y dejar testimonio que se sume a las voces que reclaman un poco de paz a los pueblos que tienen la inmensa desgracia de que en su tierra haya riquezas que enceguecen de codicia a los poderosos. Esa es una de mis pocas certezas. Es que mis referentes me han enseñado que se crece mejor cuando se duda. Y si uno tiene la fortuna de que el esfuerzo aclare la duda, pues entonces pasar a la duda siguiente.
Sin embargo, tengo otras certezas. Cristina le pide a los deformadores de precios que sean solidarios, que no abusen, que no especulen, que les ha ido muy bien con «el Modelo», que «no maten a la gallina de los huevos de oro», les ha dicho textualmente, que la han recogido en containers (que, como los porteños saben, ahora son aulas made in Macri). Es posible que su investidura la lleve a hacer ese pedido aunque, conociendo su trayectoria de estadista, sospecho que no hay vidrios en sus menús. Hace lo que se supone que debe hacer una presidenta: hablarle a todos. Sin embargo creo que es como pedirle al Papa que se manifieste a favor del aborto o esperar a que festeje un gol de Huracán. Es como proponerle a Liliana Herrero que revolee el poncho y a José Pablo Feinman que alabe al programa de Marcelo Tinelli. O a mí pedirme que festeje un gol de Boca. Se le pude pedir a la gente de Clarín y La Nación que opinen y no mientan, pero tengo pocas esperanzas de que accedan a la solicitud.
Aunque no son los únicos. Es cierto que de lunes a sábado insisten en presentar un país, una provincia o una región, según el caso les aproveche, al borde del colapso y la catástrofe. Los domingos la sensación recrudece. Si te agarran desprevenido o con las secuelas de la farra de la noche anterior «dan ganas de balearse en un rincón», como dice el tango. Por estos días es Venezuela, pero ya pasaron por esa situación Bolivia, Ecuador, Honduras, Paraguay, la misma patria bolivariana en abril de 2002, el Chile de la Unidad Popular en 1973 y hasta nuestro país, en 2008 a manos de los sojetes y sus aliados.
En este verano de lluvias macondianas, tornados fugaces y aluviones criminales, apareció un libro que se llama «Tras los pasos de Hitler» (Planeta, 2014) y su autor, el reincidente periodista Abel Basti, lo presenta como el resultado de un trabajo de investigación, supuestamente histórica, de más de veinte años. En él postula la hipótesis de que el Führer, ya destituido, no se suicidó en su bunker berlinés sino que vino a refugiarse en estas playas sudamericanas. Un tópico remanido y ya refutado mil veces. Según Basti habría utilizado documentación apócrifa y diversa para su periplo. (Digresión 1: están enamorados del potencial y el impersonal. «Habría», «dicen», «vaticinan», «sería», «podría»). Pero recién ahora, ¡justo ahora!, descubre que, durante su paso por Paraguay, el prófugo habría (sí, otra vez) usado el nombre de Kurt Bruno Kirchner. Como siempre hay giles que consumen estos supuestos delirios de nazificción (si no Planeta no lo hubiera editado) su aparición parece formar parte de la batalla cultural en la que estamos involucrados y que va desde el cuidado de nuestros bolsillos, pasando por el exabrupto de Luis D’Elía pidiendo la cabeza de Leopoldo López en Venezuela hasta el intento, felizmente frustrado, del desembarco de la «culocracia» de Tinelli al Fútbol para Todos (Digresión 2: nos quisieron reemplazar el caño, jugada artística y emblemática de nuestra idiosincracia futbolística, por el caño de la cosificación femenina que impuso el empresario mediático sanlorencista). Por supuesto, los comentarios del libelo de Basti son titulados con el hallazgo del apellido. Hay más Kirchner en la Historia. Por ejemplo, Ernst Kirchner, pintor germano, cofundador del Grupo El Puente, en 1905, y una de las cumbres del expresionismo alemán. Pero no, éste no sirve para demonizar el nombre.
A poco que se siga repitiendo se va a transformar en certeza. Me refiero a las posiciones del troskismo vernáculo respecto de cualquier cosa. Leo y veo declaraciones de Jorge Altamira acerca de la crisis venezolana. Coincide con la derecha en que el chavismo está buscando una agudización de la violencia para provocar una guerra civil. Cuando opina ya no se sabe si es él o Ismael Bermúdez, su hermano clarinete. En fin, persistencias del altamirazgo nacional.
Vuelvo al sur. Claro que hay problemas y errores. En una pared de San Martín de los Andes encontré un grafitti que dice: «Si todo está bien, ¿qué gracia tiene?». Por algo el poeta nombró a los muros como los pizarrones del pueblo. Lo que, traducido al devenir histórico, sería como entender que la pulseada con las derechas nunca se acaba. Otra de mis pocas certezas.