Me llama la Pía, tenemos que tomarnos un café, me dice que la única manera es juntarnos en el centro porque va a cubrir el acto de llegada a La Moneda de la presidenta Bachelet, me dice que aprovechemos la ocasión y cubrimos el acto para Pressenza y vamos conversando.
La espero debajo de la estatua de Allende, comienza a llegar gente, hay algunas mujeres que reparten banderas, un señor con un sombrero de paraguas reparte unos medios círculos que dicen «Viva la Presidenta Bachelet». Está apurado, tiene muchas. A mi lado se reúne un montón de turistas gringos un poco desconcertados porque no entienden muy bien que pasa. El guía explica: “This is the statue of Salvador Allende died in La Moneda on September 11, 1973”. Un turista joven trata tomar una fotografía de frente pero solo se ve la espalda de la escultura, hay una barrera de contención que impide mirarlo de frente.
Miro hacia la Moneda, bien pintada, hermosa y recuerdo sus hierros retorcidos y las llamas saliendo por sus ventanas con su frontis destruido. No puedo evitar la superposición de planos en mi cabeza, La Moneda restaurada, La Moneda destruida, restaurada, destruida, restaurada.
Escucho mi nombre, Pía ha llegado. Es temprano, así que partimos a tomar el café acordado. Nos instalamos y conversamos acerca de algunas cosas que nos preocupaban y luego coincidimos en nuestra alarma acerca de la situación de la gente, de nuestra gente. Ya nadie se mira con nadie, Facebook ha reemplazado el contacto directo, nadie desea profundizar en sus propios sentimientos, siempre hay urgencia por instalar en las redes sociales hasta el más insignificante evento para que los amigos que ya no ve, vean lo que desea que vean. Cada uno fantasea acerca de la felicidad, pero no desean ni por un momento examinar la oscuridad en que se encuentran para hacerla retroceder, solo hay una titánica ilusión de todo y sobre todo, letreritos virtuales. Pía me dice: “es tan necesario que busquemos la reconciliación con nosotros mismos y con los demás”.
Nos paramos y salimos camino a la tribuna destinada a la prensa. Pía me entrega dos credenciales, pero ninguna sirve para ese lugar, la funcionaria es implacable. Llega una amiga fotógrafa y le explica el problema, ella entra, consigue una credencial prestada que autoriza el acceso, sale y me la pasa, entro con ella y la funcionaria no pone dificultad alguna aunque sea yo mismo, con el mágico cartoncito obtenido a la chilena.
Nos instalamos cómodamente con una vista privilegiada de la Plaza de la Constitución. Una larga alfombra roja, atraviesa un amplio espacio vacío perimetrado por barreras altas en que se apretuja la gente. Tengo todo el tiempo del mundo para mirar con calma. Banderas, muchas banderas, pero no las hay del Partido Comunista, ni de la Democracia Cristiana, ni del Partido Radical, ni ningún otro, solo hay muchas banderas del Partido Socialista. Me pregunto qué habrá pasado con los otros, por qué no están allí. Me llaman la atención unas banderas amarillas, leo: “Acción Gay”, son grandes pero fácilmente contables, son 10. Hay un lienzo que dice: A cumplir, a cumplir, a cumplir”. Entonces comienzo a recorrer rostros, todos expectantes, esperando, algo me llama la atención, no veo alegría en ellos, sino espera, tan solo una espera. De pronto unas pocas voces gritan: “El pueblo unido jamás será vencido”, son muy pocas, no tienen eco y disminuyen hasta quedar silenciosas. Es curioso el pueblo está segmentado y separado para las barreras metálicas y la gran explanada central, la de la alfombra.
Estoy rodeado de periodistas, todos se esfuerzan para describir un entusiasmo inexistente, a mi lado una periodista le relata a un colega sus vacaciones en Marruecos y como está de moda se hacen un “selfie” para subir al Face.
De pronto nos miramos con Pía y nos sentimos espectadores de un montaje para la TV. Todo es cable, colores dispuestos por especialistas, pantallas gigantes y primeros planos de primeras filas de gente que sonreía y hacía gestos a la cámara al verse enfocada, atrás no había más.
Imaginé un set de película con un par de miles de extras que seguían un libreto conocido. Recordé esa misma plaza que se extendía llena de pueblo por calles y calles, sin espacios vacíos y sin alfombras cuando fue elegido Allende. Imaginé que la gente que faltaba, estaba en placas recordatorias, en libros tristes, en películas filmadas a escondidas, en documentales de ellos, llenos de ausencias infinitas y sin retorno, de amores y acciones que se quedaron suspendidas para siempre.
Como reforzando estas imágenes del pasado, de pronto escucho una voz metálica a través de los altavoces formidables instalados: “Ateeención….firr….presenten….arm…”. Pienso que en las fuerzas armadas se pueden reconocer dos sonidos, uno que proviene de lo humano que atraviesa el cuero de las botas y el metálico de las armas relucientes, externas, definitivas y siempre ajenas. La guardia presidencial está perfectamente formada.
Aparecen los ministros, sonrientes, gesticulantes, con la confianza que da el saber que desde hoy todo depende de ellos, me pregunto por qué las ministras van caminando juntas atrás cerrando la comitiva. Se acercan a la gente, las saludan, a ellos les hacen pedidos, ellos hacen como que escuchan y asienten serios y formales. Parecen un séquito ordenado de patronos que solucionarán la extrañeza de vivir como se puede. La misma que se disfraza en Facebook.
Se escucha en los altavoces que la presidenta está ingresando a la plaza y se levantan gritos y vítores. Aparece Verónica Michelle Bachelet Jeria. En realidad veo una señora caminando con pasos cortos, su rostro es propio para la ocasión, hay una sonrisa congelada, al tiempo que agita su mano. Me pregunto porqué los presidentes siempre tienen los brazos cortos. Su espalda es como un cuadrado exacto, llega al final de la formación y saluda a la guardia. Esta contesta sin ningún desentono: “Buenas tardes señora presidenta”, da la vuelta e ingresa al palacio. Le siguen los ministros y ya no hay orden alguno.
Pía me dice: “pobre, no sabe lo que le espera”…sobre todo en estos tiempos le contesto, los estados están dominados por el gran capital. Si quisiera cambiar algo importante, le van a decir: “un momento…¿usted se va a poner revolucionaria?, ¿va a recuperar los recursos nacionales?, ¿va a hacer un plebiscito constitucional?, ¿va a hacer que la educación y la salud sean gratuitas y de buena calidad?…¿usted cree que se manda sola?, porque si cree eso, nos vamos, nos llevamos el dinero, nos llevamos los capitales y arréglesela sola, porque usted ya no gobierna, gobernamos nosotros, usted solo cumple con el guión que la gente ve y que le hace creer que los gobiernos nacionales aún existen».
Escucho nuevamente la voz en los parlantes: Michelle Bachelet, nuestra presidenta es quien representa nuestra democracia, moderna, sólida y robusta, un gran aplauso para ella. Escucho a Pía que me dice: vámonos, el discurso ya lo conocemos. Al salir le regala la credencial a una persona que no alcanzaba a ver el balcón florido y embanderado en que hablaría la presidenta. Nos alejamos mirando las grandes máquinas estacionadas que multiplican una señal en alta resolución a todos los medios de información de todo el mundo.
Tomamos el metro y luego nos despedimos. Llegué a casa y nos sentamos a tomar onces con mis hijas. Violeta, recién egresada de educación diferencial, me dice: hay 50 alumnos en la sala del curso que debo atender, ¿por qué tantos pregunto?…porque el colegio, mientras más alumnos tiene, mejor subvención. Pero eso es antipedagógico reclamo ingenuamente y ella me contesta con tristeza: en nuestra educación a los directores no les interesa que los niños aprendan, sino que sean rentables y agrega con tono firme: hay mucho por lo que luchar en nuestro país.