Por Michel Balivo desde Venezuela.-
Algunos amigos me escriben pidiendo que les cuente en mis palabras lo que está sucediendo en Venezuela. Pero hasta donde yo se en 15 años de la revolución Bolivariana que vive Venezuela, se han transformado suficientemente las condiciones de los medios de comunicación nacionales e internacionales como para que cada cual que esté interesado en saber de los acontecimientos, busque y encuentre la información a su gusto.
Porque de eso es de lo que se trata, de lo que a cada cual le gusta, busca y quiere encontrar para confirmar sus gustos y crencias. De cierto eso encontrará y confirmará. Por eso tengo la impresión que más que saber de los acontecimientos, lo que los amigos desean es que se les anticipe el futuro de la revolución, quién ganará o quién perderá. Tal vez porque asocian sus propios caminos a futuro, sus más queridos anhelos y expectativas con lo que pase a la revolución.
Pero las condiciones de la conciencia humana difieren de las del reino natural. Los seres humanos tienen la capacidad para transformar el medio al cual o en el cual nacen, por eso nacen en un medio histórico que heredan con las transformaciones que sus antecesores fueron capaces de realizar. Si bien esas transformaciones pueden tener en principio un origen local, comenzar en uno u otro país, raza, cultura, más temprano que tarde se amplían convirtiéndose en herencia de todos los seres humanos.
En mi opinión, eso hace que cuando queremos saber o aproximarnos al menos a lo que está sucediendo en nuestro mundo natural pero además histórico, debemos ampliar nuestra capacidad para percibir en estructura lo que sucede en el mundo, en cuyo espejo nuestra localidad en gran medida se ve a sí misma en uno de sus múltiples refejos posibles. Porque vamos a estar claros, una cosa es correr detrás de los acontecimientos para decir lo que creemos que significan una vez que ya sucedieron. Y otra muy diferente anticiparnos a esos acontecimientos, corregir nuestra dirección a futuro para evitar inútil sufrimiento social. Así pues, continuamos percibiendo, organizando, interpretando lineal y/o localmente los eventos, corremos detrás suyo intentando hacer encajar a la fuerza lo que sucede con nuestros conocimientos y creencias, o comenzamos a darnos cuenta de que es necesario ampliar nuestra conciencia, reconocer la importante y activa función de nuestra conciencia para organizar esos eventos, para poder percibirlos estructural y simultáneamente.
Porque resulta que a cierta velocidad las superficies parecen cobrar volumen para la percepción, para la conciencia, y lo que parecía estar aquí o allá ahora está en todas partes. Lo que paradójicamente es lo mismo que no estar en ninguna. Porque si reina la misma condición en todas partes no hay modo de ni tiene sentido intentar contrastarla con algo diferente. Si todo es blanco ni siquiera caemos en cuenta de ese trasfondo contra el cual percibimos. Dada nuestra modalidad de conciencia colectiva predominante resulta difícil imaginar, concebir lo que significa tal aseveración.
Pero un simple ejemplo bastará para orientarnos en tal dirección. ¿No afectan acaso mundial y por tanto humanamente nuestros cuerpos y conciencias las condiciones atmosféricas alteradas? ¿Importa hoy acaso quién generó las mayores emisiones de gas carbónico para producir esa alteración? ¿Sufren las consecuencias proporcionalmente los más culpables o nos afecta más temprano que tarde a todos por igual?
Y si esa condición climática alterada se va volviendo universal como está sucediendo, ¿habrá acaso algún lugar al cual huir, en el cual estar a salvo de sus consecuencias sean cuales sean? ¿No hablamos entonces de una condición estuctural y simultánea, omniabarcante, que está en todas partes? Y si eso es así, ¿tendrá algún sentido, sobre todo alguna utilidad operativa seguir pensando en condiciones locales, en buenos y malos, en justos e injustos, tendrán algún sentido categorías como lo tuyo y lo mío?
Hace algún tiempo, vi unas imágenes de una famila de osos polares que flotaban a la deriva en un islote de hielo desprendido del casquete polar, dado que el cambio de temperatura de las corrientes marinas lo habían separado de la masa. Me imaginé la impotencia que sentiría si estuviera en esa situación desconocida, inesperada, inédita de cambio, para la cual los tropismos de la especie no dispusieran de respuestas hechas, conocidas. ¿Y ahora qué? ¿Para dónde?
También escuché sobre las alteraciones físicas y sicológicas que experimentan los astronautas al traspasar la atmósfera terrestre impulsados por una enorme aceleración. Sobre todo me impresionaron las referidas a la expansión de su conciencia en el infinito y/u oscuro espacio cósmico que percibían. Desde allí experimentaron un sentimiento religioso, sintieron la organicidad de todo lo existente y se dieron cuenta que todas las contradicciones humanas no tenían sentido, perdían toda relevancia desde este punto de vista elevado, abarcante, incluyente, estructural. Que es lo mismo que decir, ver desde todas partes simultaneamente. Todos ellos, más allá de como interpretaran esas experiencias, volvieron transformados en alguna medida.
Por supuesto que no somos osos polares ni por ahora vamos a eyectarnos colectivamente de nuestro planeta, aunque a muchos les guste y hasta sienten alivio al imaginarse esa posibilidad.
Pero si los astronautas tuvieron esas experiencias nuevas, es sin duda porque están dentro de las posibilidades de la conciencia humana. ¿O son inhumanos? Y como dije antes nacemos y vivimos en, heredamos un medio histórico además de natural.
Para donde quiera que miremos hoy, norte, sur , este, oeste, ¿que vemos? Conflicto, agotamiento de un modelo de organización social que ya nos posibilitó lo que su concepción implicaba, traía implícito. Desmoronamiento de instituciones, de entidades sociales. Miles de imágenes y direcciones contradictorias llegan simultáneamente en tiempo real a nuestra conciencia.
¿Cómo las organizaremos en ese tiempo lineal que fluye de pasado a futuro, donde los diferentes intereses y direcciones de acción se efrentan y entrechocan? ¿Cómo concebiremos una nueva dirección mayor de acción creciente a futuro, que nos incluya a todos, que nos permita encontrarnos y reconocernos, sentirnos parte de la organicidad de todo lo existente? ¿Cómo reabriremos las puertas de un futuro que hoy se cierra aceleramente?
¿Y qué sentimos hoy cuando ese abundante y contradictorio flujo de información golpea nuestras conciencias? Como la familia de osos, profunda, existencial desorientación, hilaridad, aparente ausencia de dirección a futuro. ¿Por qué? Yo creo que porque la historia es concepción humana, es la capacidad de la conciencia de adaptarse a su ecosistema, pero sobre todo de transformarlo acorde a sus necesidades. De concebir nuevas direciones superadoras de todo lo anterior.
Por eso cuando decimos que se desgastan y desmoronan las instituciones de un momento histórico, como ya ha sucedido una y otra vez aun cuando no en la misma magnitud mundial, también estamos diciendo que se caen nuestros sistemas de creencias, nuestros hábitos se vuelven crecientemente inoperantes. Nos demos cuenta o no estamos viviendo una gran, la mayor coyuntura histórica. No tiene por tanto nada de extraño que nos sintamos desorientados, confundidos, extraños, perdidos.
Si no sabemos muy bien para donde vamos tampoco sabemos qué hacer, a qué circunstancias prepararnos a dar respuesta. En esas condiciones no es extraña la alteración de la conciencia ni la creciente violencia de las conductas que dan manotazos al aire como intentado espantar los fantasmas que pese a no ver creen presentir. En mi opinión vivimos, experimentamos un profundo e inevitable momento de cambios estructurales naturales pero también sicológicos, de conciencia.
Y es por eso que me parece que en mayor profundidad o estructuralidad, más allá de la preocupación por quien gane o pierda, más allá de nuestras simpatías o antipatías, de nuestros sistemas de crencias y hábitos heredados, de nuestra historia, hemos de comprender, de caer en cuenta de que estamos en un momento de profunda transformación.
Nos guste o no, nos resistamos o no, somos parte de, estamos inmersos, incluídos en esta danza.
Es el inevitable baile de la transformación que no solo se ve y puede tocarse, estudiarse, sino que se siente por dentro, se experimenta, se vive. Somos historia viviente en pleno acontecimiento y nos toca reconocerlo, despertar a ello. No se trata de que el cambio es necesario, posible o viene en camino, sino de que lo estamos viviendo y nos afecta profundamente.
Da la impresión de que cuando los eventos se aceleran, ganan en intensidad, se revolucionan, no solo es aquello que la conciencia ve y sobre lo cual actúa lo que se transforma, sino que simultáneamente lo hace la conciencia que opera, siente y ve en transformación, en dinámica.
La mirada y aquello que observa se transforman simultáneamente en apretado abrazo y danza.
Podríamos también decir que es la música, el ritmo lo que se modifica. Los bailarines, a gusto o disgusto no pueden sino sintonizarse, acompañar su paso.