Palabras de Hernando Calvo Ospina durante el homenaje al presidente Hugo Chávez Frías, a un año de su desaparición física, “Sobre los pasos de Chávez”, organizado por la embajada de la República Bolivariana de Venezuela. Paris, 5 de marzo 2014.
A fines de 1812 el venezolano Simón Bolívar llegó a Cartagena, en el Caribe colombiano. Las tropas españolas aun no habían sido expulsadas, después de dos años de haberse proclamado la independencia, pero había empezado la primera guerra civil entre los clanes de la aristocracia criolla. Afortunadamente, las tropas dirigidas por Bolívar se pusieron por encima de los intereses de casta y expulsaron a los españoles, dando así la independencia a Colombia en agosto de 1819.
Después de haber dado la independencia a Bolivia, Perú y Ecuador, el libertador regresó a Bogotá. Su sueño era la unidad, por ello su ambición era crear una gran Patria con esas naciones, más Venezuela y Colombia. Pero los que estaban al frente del poder en Bogotá pensaban lo contrario. Por ello realizaron varios atentados contra su vida. El principal tuvo lugar el 25 de septiembre de 1828. Su gran amor y coronela de sus tropas, la ecuatoriana Manuelita Saenz, le salvó la vida. Al día siguiente, cuando la noticia del atentado circuló, el pueblo salió a las calles aclamando a Bolívar y reclamando la muerte de los responsables del atentado. En especial de Francisco de Paula Santander, el principal instigador. Un tribunal los condenó. Algunos fueron fusilados y otros encarcelados. Santander fue condenado a muerte, pero Bolívar conmutó su pena por el exilio.
Con la muerte de Bolívar, Santader, que muy poco había combatido por la libertad de Colombia, regresó cubierto de honores. Se le devolvieron sus títulos y hasta se le nombró presidente. Entonces empezó a destruir los sueños de unidad latinoamericana de Bolívar.
“Mi generosidad lo defiende”, había declarado Bolívar cuando Santander iba al paredón por traidor.
Generoso. Como Bolívar, extremadamente generoso fue Hugo Chávez Frías, otro venezolano. No he conocido otro.
Y como a Bolívar, la mayoría de atentados contra su vida y la revolución bolivariana, que concibió y lideró, fueron preparados en el país vecino, Colombia. Con sus particularidades, la historia casi se repitió unos 200 años después.
Chávez trabajó como pocos por la paz en Colombia. Ustedes ni se imaginan. Le decían que facilitara el acercamiento y las conversaciones entre las partes enfrentadas. El se ocupaba de la llegada de las dirigencias de la guerrilla a Venezuela. Luego le estallaba el escándalo de que él las protegía y financiaba. A veces Chávez se ponía furioso. Y con razón. Pero unos instantes después volvía a creer que se podía detener la guerra civil en el país hermano que tanto amaba.
Al presidente Chávez Bogotá, y otras capitales que se decían “amigas”, le entregaron teléfonos y otros artefactos de comunicación para que él los hiciera llegar a la dirigencia guerrillera, con el pretexto de “tener contactos directos”. Eso sí, generoso era, pero tonto no. Ahí iban camuflados medios de localización para bombardear a los mandos de las FARC que los tuvieran. ¿Se imaginan ustedes? Y puedo decir que esto fue un «detallito» para lo que trataron de hacer e involucrarlo.
Las calumnias y traiciones nunca se detuvieron. Pero él insistía e insistía. “Calvo, hay que confiar en que la oligarquía colombiana un día entienda lo urgente de la paz”, me dijo una vez cuando las tensiones con Bogotá eran extremas.
Mientras esto sucedía, él volvía ciudadanos a miles y miles de colombianos indocumentados, emigrados por cuestiones económicas o por la guerra civil. Al fin podían caminar, divertirse, trabajar sin miedos, enviar sus hijos a la escuela y con la posibilidad de reclamar sus derechos y hasta sus salarios. En contrapartida le enviaron unos centenares de paramilitares a los campos y ciudades. Unos para atentar contra su vida. Otros para entrenar a contrarrevolucionarios.
¿Quién no recuerda a Ingrid Betancourt? Chávez se la jugó toda para lograr que las FARC la entregaran. Y esta guerrilla se la iba a entregar a Chávez. Esa es la verdad. Pero, ¡cuántas trampas de los enemigos de la paz! ¡Cuántas jugadas sucias le hicieron a él! Recuerdo al entonces Ministro de Relaciones Exteriores, hoy presidente Maduro, insistiendo para que se le hiciera llegar con prontitud unos medicamentos porque ya dizque moría. Y ella, allá, en su cautiverio, sana. Mientras todos los medios de prensa presionando, inventando estupideces para poner a las gentes en contra de Chávez. ¡Qué no hacían Bogotá y Washington para que todo le saliera mal! Ah, si ustedes supieran todo lo que hubo atrás de este “caso” Ingrid… Algún día se tendrá que contar.
Y Chávez insistiendo por Ingrid, y Chávez insistiendo por la paz en Colombia. Chávez insistiendo con esa fe, con esa tenacidad. Jugándosela toda, incluida su seguridad y hasta la de su país.
Salió Ingrid y ni siquiera un saludo a Chávez…
Pero Chávez siempre volvía a creer que se podía empezar. Volvía a perdonar las traiciones, y los planes para asesinarlo y desestabilizar su proyecto bolivariano. Planes concebidos por los herederos de Santander. Daba la espalda feliz porque creía que ahora sí aparecía una lucecita para la paz en Colombia. Pero el cuchillo de los vecinos traidores, guiados por los pérfidos del Norte, se levantaba presto a clavarse. En ese hombre, humano como pocos.
Aún así Chávez insistía, como la gota que cae sobre la roca; como la hormiguita que abre camino.
En septiembre 2012 se iniciaron conversaciones entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC en La Habana. Bogotá como que entendió que la paz es una urgencia para los colombianos y la región. Chávez no fue el único responsable de que ello se lograra, pero insistió e insistió, y entregó todo lo que su país, su Revolución Bolivariana, podía aportar. Y así lo siguió haciendo el presidente Maduro. ¡Y qué decir de Cuba!
De todo corazón, ¡gracias!
Chávez, tu mencionabas a Jesucristo constantemente. Te encomendabas a él como a Marx. Yo aquí acomodo una de las frases de Cristo cuando estaba en la cruz, y que quizás tu repetiste en aquellos momentos de traiciones y calumnias: “perdónalos, aunque sí saben lo que hacen”.