Por Aram Aharonian.-
Venezuela y quizá América Latina, la región más desigual del mundo, no son los mismos después de Hugo Chávez, que arrojó sobre el pensamiento latinoamericano la percepción de que las urgentes transformaciones estructurales, ya no solo eran necesarias sino también perfectamente posibles.
Hugo Chávez, la locomotora que impulsó la construcción diaria de la Patria Grande, la de los pueblos, dejó hace un año una patria huérfana. Fueron 14 años que transformaron Venezuela pero también Nuestramérica. Simboliza la emergencia del pensamiento regional emancipatorio del cambio de época, con críticas anticapitalistas de cuño marxista, con una concepción humanista, que rescató la idea de socialismo como horizonte utópico.
Fue quien tuvo en claro la necesidad de transformar nuestras grandes mayorías, los invisibilizados por las elites y los medios hegemónicos, en sujetos de política y se atrevió a lo que muchos consideraban (o creíamos) imposibles, como enfrentarse al imperialismo, o romper con las buenas costumbres de la democracia formal y liberal, institucional y declamativa, entendiendo que había que empoderar a los pobres, dándoles acceso a la educación, vivienda, salud, para todos.
Chávez comprendió que había que pasar de la etapa de más de 500 años de resistencia a una etapa de construcción de naciones soberanas, de una verdadera democracia participativa, de construcción de poder popular, mediante una revolución por medios pacíficos, avanzando hacia integración y unidad de nuestros pueblos –y no de nuestro comercio-, mediante la complementación, la cooperación y la solidaridad, lejos de los dictados del Consenso de Washington.
Entendió bien lo que decía Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar: Es necesario crearse un símbolo ideológico propio. Y Chávez lo pensó basado en un Estado eficaz, que regule, impulse, promueva, el proceso económico; la necesidad de un mercado, pero que sea sano y no monopolizado ni oligopolizado y, el hombre, el ser humano. En su propuesta de ruptura con el capitalismo hegemónico, aparece un modelo humanista con bases marxistas y esto responde a la pretensión y necesidad de construcción de un modelo ideológico propio, de verse con ojos venezolanos y latinoamericanos.
“La democracia (formal) es como un mango, si estuviese verde hubiese madurado. Pero está podrida y lo que hay que hacer es tomarlo como semilla, que tiene el germen de la vida, sembrarla y entonces abonarla para que crezca una nueva planta y una nueva situación, en una Venezuela distinta”, solía decir.
Desde hace más de una década, en América Latina transitamos un nuevo momento histórico, el de la búsqueda de los caminos para superar el neoliberalismo. Venezuela, de la mano de Hugo Chávez, fue vanguardia y creó condiciones y estimuló que otros se animaran.
Sin Chávez-locomotora, el proceso de integración regional, basado en la complementación y la solidaridad, que impulsara el gobierno bolivariano en la última década, buscar seguir el mismo derrotero.
Los logros de la pacífica, sui generis, irreproducible Revolución Bolivariana derriban el mito de la pobreza de América Latina y el Caribe. Demostró que para alcanzarlos bastaba destinar a objetivos sociales las riquezas que antes beneficiaban sólo a las elites y las empresas transnacionales. Chávez potenció la participación política y social mediante el impulso de la democracia participativa, y articuló movimientos sociales con Estado y partidos, a través de las Misiones.
En 1999, cuando asumió el gobierno, el país “ostentaba” un 62% de pobreza y 24% de pobreza crítica, vergonzosos indicadores de deserción escolar, muerte al nacer, mortalidad maternal, desnutrición generalizada. Y, pese a tropiezos y retrasos en aspectos tales como las cooperativas y las comunas, Venezuela logró resultados espectaculares: alcanzó anticipadamente seis de las ocho Metas del Milenio, cuyo cumplimiento fijó la ONU para el año 2015. Venezuela tiene actualmente el menor Índice de Gini (de desigualdad) de la América Latina capitalista.
En menos de una década, Venezuela erradicó la pobreza extrema; logró que estudien el 95% de los niños en edad para la educación primaria; avanzó más de 70% en la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer; combatió eficazmente el paludismo, el sida y otras enfermedades, y garantizó la sostenibilidad del medio ambiente (incluso vetó una ley que permitiría privatizar ríos, lagos y lagunas).
Con la Misión Barrio Adentro y otras iniciativas garantizó la atención médica en las vastas zonas desposeídas y marginalizadas durante décadas, un sistema de pensiones que cubre a todos los ancianos y garantizó a éstos el transporte público gratuito. Se trataba de empoderar a los pobres, incluirlos por primera vez en la historia en el acceso a la nutrición, la salud, la educación, convirtiendo a los ciudadanos en sujetos (y no meros objeto) de políticas, capaz de elegir su propio destino.
Desde abril de 2002 la oligarquía vernácula y Estados Unidos insisten permanentemente en un golpe (primero de estado, luego suave, siempre mediático) para arrebatar al país su principal industria, Petróleos de Venezuela, que aplicaba directamente sus recursos para un gasto social de cerca del 64% del egreso público.
Pero no solo eso: el gobierno bolivariano recuperó empresas estratégicas (electricidad, telefonía, siderúrgica y aluminio) privatizadas en la IV República neoliberal. Expropió latifundios y fomentó cooperativas, empresas recuperadas, comunas y fundos como unidades productivas de propiedad social.
Sin dudas, la actual guerra económica planificada y ejecutada por la oligarquía mercantil y financiera –y sus patrocinantes del exterior- para derrocar la Revolución Bolivariana y apoderarse de totalidad de la renta petrolera es, sencillamente, una nueva fase de la lucha de clases en Venezuela.
Quizá como lo intentara tres décadas antes Salvador Allende en Chile, Chávez apostó por la vía pacífica al socialismo, y ese camino fue continuamente bombardeado (por suerte sin éxito) desde la derecha vernácula, latinoamericana y globalizada con intentos de golpes, desestabilización y sabotaje económico, violencia, permanente terrorismo mediático y magnicidio.
Chávez derrumbó al menos tres mitos, el del fin de la historia y de las ideologías (en nuestra región la historia recién empieza), la incompatibilidad de los militares con la democracia, y el sesentista de que a las masas no les interesa el socialismo. La constitución socialista fue aprobada en referendo por el 72% de los ciudadanos, poniendo en marcha esa democracia participativa, con “apenas” 17 consultas electorales en menos de tres lustros.
Señalaba Chávez que la base para construir una sociedad socialista está conformada por los colectivos sociales, el Poder Popular, los cuales deben ser capaces de participar protagónica y conscientemente en la construcción de dicha sociedad y -en consecuencia- en las luchas para derrotar la pobreza, la desigualdad y la injusticia social, el individualismo y el egoísmo que son los antivalores sobre los cuales se sustenta el sistema capitalista y el despotismo neoliberal.
A diferencia de otros países latinoamericanos, el ejército venezolano es policlasista. Incluso grupos de sus oficiales se unieron a la guerrilla de los años 1960 y protagonizaron alzamientos revolucionarios. Chávez supo reavivar la conciencia nacionalista de los militares y así impidió que en 1999, con la excusa de la catástrofe natural producida en el estado Vargas, los marines entraran en suelo venezolano. “Que tropas gringas pisen la patria de Bolívar ya es una afrenta; la otra, es que después sólo con una guerra podríamos sacarlos”, avizoró.
La Fuerza Armada Nacional Bolivariana, ante las propuestas antiimperialistas y anticapitalistas impulsadas por Chávez, dio un vuelco histórico para respaldar el proceso, tras el sentimiento de responsabilidad por los hechos funestos del Caracazo del 27 y 28 de febrero de 1989.
El gobierno bolivariano, además, diversificó la compra de armamentos para evadir el bloqueo de EEUU, creó una reserva que puede aportar un millón de efectivos.
Chávez, que no tenía la formación de la izquierda tradicional, nunca creyó que había temas prohibidos. Demostró que la desmoralización ocurrida tras las derrotas de Jacobo Arbenz, Salvador Allende, Juan Velasco Alvarado, Omar Torrijos y Joao Goulart, entre otros, tenía amplias posibilidades de rectificaciones históricas, e inició una diplomacia latinoamericanista con la derrota del Alca, el impulso del Alba, de Unasur y de la Celac y el ingreso de Venezuela al Mercosur. En ninguna de estas instancias participan Estados Unidos y Canadá, los verdaderos amos de la OEA.
Fue la Venezuela bolivariana la que potenció el paso del mundo unipolar a uno multipolar: repotenció la Organización de Países Exportadores de Petróleo y puso a valer, nuevamente, el precio de los hidrocarburos; coadyuvó al proceso de paz de Colombia y denunció los tratados que subordinaban la soberanía nacional a organismos como el Ciadi, la Organización Mundial de Comercio y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Hoy, Venezuela es el tercer país lector en la región. Erradicó el analfabetismo mediante la Misión Robinson. El 82% de los venezolanos lee cualquier material; 50,2% libros; uno de cada tres venezolanos estudia: uno de cada nueve en educación superior, gracias a que secundarias y universidades bolivarianas gratuitas remedian la exclusión por la crónica falta de cupos o los altos aranceles de las instituciones católicas y privadas.
El 20 de octubre de 2012, en el último consejo de ministros que dirigió, Chávez dejó sus instrucciones -”El golpe de timón”- para el período 2013-2019, donde insistió en la necesidad de un poder popular que desarticule la trama de opresión política, la explotación del trabajo y dominación cultural. “La autocrítica es para rectificar, no para seguirla haciendo en el vacío, o lanzándola como al vacío. Es para actuar ya, señores ministros, señoras ministras”, señaló, instándolos a dar un golpe de timón y terminar con la ineficiencia, la ineficacia y la corrupción.
Chávez señaló la necesidad del debate de fondo para afrontar una lógica de la llamada institucionalización de la Revolución y sus efectos de derechización y burocratización: “Alguien debe organizar un gran foro sobre la vía al Socialismo. Allí se discutirá, por ejemplo: ¿Se puede ir al Socialismo en contumancia con el capitalismo? ¿Se puede separar la relación económica de la formación de la conciencia del Deber Social, fundamento del socialismo? ¿Se pueden construir nuevos empresarios capitalistas sin conciencia capitalista, como proponen algunos? La ausencia de discusión nos lleva al fracaso”. Ya el Che Guevara había denunciado los vanos intentos de “construir el socialismo con las armas melladas del capitalismo: propiedad privada, mercado, dinero, mercancías, competitividad”.
Hace un año ya, murió Hugo Chávez, el hombre que cambió el rumbo de Venezuela y América latina, a quien le bastó con pronunciar dos palabras en 1992 para entrar la historia de Venezuela y convertirse en un nuevo referente político. Las imágenes televisivas, de apenas un minuto y 15 segundos, transmitidas a las 10:30 del 4 de febrero de 1992 dejaron a la posteridad su reconocimiento del fracaso de su intentona revolucionaria: “por ahora”.
El cáncer terminó con su vida cuando iba a comenzar un nuevo mandato, y dio inicio al mito. Hace un año escribía desde el dolor por la muerte de quien me honró con su amistad. No importaba el mío, sino el inmenso dolor de todo un pueblo desolado en las calles. Pero, como decía Alí Primera, el cantautor revolucionario venezolano, a los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos.
El soñador, a veces ingenuo, perdonavidas, el guerrero, el que siempre quiso ser beisbolista, el de los ojos vivaces, juguetones, cara de pícaro, de pavo (chiquilín) sin maestra, que sufrió también la soledad del poder, que supo combinar el pensamiento político e ideológico con lo pragmático, Tribilín, El arañero de Sabaneta, se nos fue de repente, cuando más lo necesitábamos. “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”, diría César Vallejo.