El discurso sobre la inmigración está integrado en un modelo político y económico basado en una falsa premisa: la de que “no hay suficiente para todos”.
Por Olga Rodríguez para eldiario.es
«30.000 subsaharianos preparan el salto a Europa por Ceuta y Melilla. Los intentos de entrada “desestabilizan y crean alarma social”, titula y subtitula el diario El País.
¿Se imaginan que un diario francés titulara “30.000 jóvenes españoles preparan el salto al norte de Europa por los Pirineos. Los intentos de entrada desestabilizan y crean alarma social”?
Podría hacerlo. Existen datos en los que basarse: España es el país de Europa con el porcentaje más elevado de paro juvenil, desde 2008 se han ido de España más de 200.000 españoles, hay más de doce millones de personas en en situación de pobreza y el 91% del empleo destruido en los últimos 4 años ha sido de puestos de trabajo que ocupaban menores de 35 años.
¿Qué es lo que desestabiliza? ¿La pobreza o 30.000 subsaharianos dispuestos a viajar para mejorar su situación? ¿Qué es un asalto? ¿Los recortes, los desahucios, la subida de la luz, o los ‘saltos’ desde África o España?
La portada de El País de este lunes es histórica. Publica una noticia que invita a la alarma social, proporcionada por una sola fuente de información, de procedencia cercana al Gobierno. Y además, debajo de ella aparece otra noticia, la de los árabes buenos, los ricos saudíes, los inversores. Los acuerdos económicos con monarquías absolutistas como la saudí, que emplea armas contra manifestantes, forman parte de lo políticamente correcto. Ya se sabe que las fronteras se difuminan cuando hay dinero de por medio. Lo mismo ocurre con el espíritu crítico.
El titular de El País “30.000 subsaharianos preparan el salto a Europa por Ceuta o Melilla”, ayuda al Gobierno a justificar las medidas preventivas e incluso lo que algunos han llamado ‘disparos disuasorios’ contra las personas que intentaban entrar en España. Como decía esta semana un contertulio en TVE:
“¿Y si hubieran entrado en España, qué, ¿eh? Al día siguiente habría otros 8.000 nadando”.
Hay palabras cargadas de balas.
En nombre del bienestar de algunos se impone un discurso que defiende los muros, la exclusión e incluso los disparos. Se desvía la atención de las políticas contra los derechos humanos de los españoles para señalar a los otros, a los de fuera.
La justificación del ataque contra las personas que intentaban entrar en España forma parte de la misma lógica que defiende la subida de la luz, los recortes, los desahucios o las políticas que provocan el aumento de la pobreza y la desigualdad. El discurso sobre la inmigración está integrado en un modelo político y económico basado en una falsa premisa: la de que “no hay suficiente para todos”.
«No hay para todos» y por ello desde 2007 se han ejecutado 400.000 desahucios, según cifras que maneja la PAH. «No hay para todos» y por eso una ministra acuña el eufemismo aventureros para referirse a los jóvenes españoles condenados al exilio por causas económicas y laborales; «no hay para todos» y por eso se dispara contra las personas que intentan cruzar desde África.
«No hay para todos» y por eso nos suben la luz; no hay para todos y por eso damos la bienvenida a los acuerdos económicos firmados con monarquías absolutistas que reprimen y violan los derechos humanos.
«No hay para todos» y por eso eso apenas se castiga a un banco como el Santander, que colocó 7.000 millones de euros sin ofrecer la información necesaria a sus clientes y ante ello recibe una irrisoria multa equivalente al 0,24% de la cantidad que recaudó.
«No hay para todos», y por eso cortamos la sanidad y la educación para todos. «No hay para todos», y por eso no buscamos un reparto equitativo del trabajo. «No hay para todos» y por eso menguan las ayudas.
«No hay para todos» y por eso los consejeros de las empresas del Ibex 35 se subieron el sueldo. «No hay para todos» y por eso el patrimonio en bolsa de las familias más ricas ha aumentado en 7.000 millones de euros en un año. «No hay para todos» y por eso congelan el salario mínimo mientras los directivos ganan casi un 7% más.
Como indica Naciones Unidas, en el mundo se producen alimentos para alimentar a 12.000 millones de personas, en un planeta habitado por 7.000 millones. Si hubiera voluntad, habría una mayor igualdad.
Quizá algún día llegue la cordura. Y quizá entonces algún listo salga hablando de la necesidad de otra amnistía, de otra transición para enterrar desmanes, delitos y crímenes, para mantener en órbita a sus ejecutores. Quién sabe. Pero quizá también surja un mar de gente exigiendo otro mundo, reivindicando saltos y asaltos.
Hay una guerra mundial contra los pobres y ante ella las víctimas tienen derecho a buscar un lugar en el mundo, un espacio que les garantice su derecho a caminar, a estar, a ser. En un momento en el que la diferencia entre ricos y pobres sigue creciendo, la migración, el viaje en busca de una vida mejor, es un derecho. Su derecho, nuestro derecho.