Por Orlando Romero Harrington.-
Para hablar de lo que pasa en Venezuela deberíamos comenzar por adelantarnos a las matrices mediáticas que adornarán las portadas de las empresas privadas de comunicación. En ellas, encontrará una recurrencia. Todas apuntan contra el Gobierno Bolivariano sobre “la matanza” de estudiantes en las manifestaciones “pacíficas” que encabezaron ayer. Y aún más: Todas las noticias aludirán, aunque sea subterráneamente, a la visión de un gobierno déspota, represivo que debe ser combatido en las calles.
Desde hace unas semanas sostengo que estamos en presencia de un golpe de estado, con características propias, novedosas. Aunque la matanza, ese baño de sangre simbólico con el cual el fascismo le abre el apetito a los violentos es recurrente (recuérdese el formato de golpe de estado aplicado en Abril del 2002); así como el blockout informativo, los titulares tendenciosos llamando a la protesta, los audios grabados que anunciaban los sucesos, todo está iluminado por un nuevo matiz: la espera de la reacción gubernamental. Caracas amanece temprano, expectante, hirviente. Las muertes, indican presencia de francotiradores. Juancho Montoya, miembro del colectivo El Secretariado con presencia en varias zonas de la capital fué ajusticiado con un disparo en la nariz. Qué indica esta muerte? un mensaje, claro y contundente: sabemos quiénes son, sabemos que de caer el gobierno iniciarán la resistencia armada, y no nos importa. Las muertes de nuestros estudiantes, venezolanos, jóvenes, es simplemente el requisito para encender la mecha de una soñada confrontación civil. Como siempre, el fascismo elige a sus víctimas siempre, débiles.
La idea central se basa en permanecer en la calle. Crear “focos” de resistencia, tal como lo hicieron en Plaza Altamira, para sostener el caos en las principales ciudades de Venezuela. Su objetivo es destruir, mostrar las debilidades del estado, mientras hábilmente los medios perfilan a “los héroes de la resistencia”. Washington estará encantando de exhibir declaraciones aupando al “pueblo” de Venezuela a seguir las protestas, y condenar la “represión”. Y así, lograr forzar una salida para instalar a un títere. Un libreto desesperado, temerario. Un plan que hace aguas, como un barco anclando en una orilla coralina. Una transparencia fatal, que nos hace pensar en que aún no hemos visto todo.
Hoy, en Venezuela pujan sectores que encuentran en la protesta un canal común. La extrema derecha, que ha permeado las capas de la población, capacitado jóvenes en entrenamiento paramilitar, aunada con el paramilitarismo colombiano, sectores de extrema derecha en Colombia (Álvaro Uribe), enlazada con la burguesía económica y cadenas de distribución, apalancada por medios de comunicación y financiada por Estados Unidos. Este es el panorama real de esta confrontación. Y en ella, encontramos una prueba de fuego para el actual gobierno, y otra para nuestro pueblo. Sobreponerse al dolor, a la furia, a la injusticia y a la maldad tratando de encontrar una paciencia y una paz que se come con amargura. Porque hay que ver que arrecho es sentir cómo nos matan, matan a nuestros jóvenes mientras los autores intelectuales revolotean alrededor de las cámaras, con pasajes y estadías compradas en el extranjero y los aviones listos. Hay que ser bien cojonudo para soportar a los empresarios sin nación y sin verguenza que estafan, acumulan, acaparan, esconden y usan el sobreprecio como una bazooka, volándole el fruto de su sudor al trabajador venezolano y además, amenazándolo. Hay que tener hombría para soportar el racismo, el fascismo que rueda como sangre sobre los comentarios de una juventud ciega, blanda, con su ignorancia como escudo y sus pasos teledirigidos por patrones de consumo en vez de patrones de moral.
Entonces, la democracia comienza a apestar, a pesar en el hombro. Lo admito. La indignación carcome todas las estructuras.
Y recuerdo a Chávez, y vuelvo a creer. Y espero, paciente. Como millones de pupilas y de corazones. No pasarán.