Con apoyo de la organización alemana Weltfriedensdienst, la activista Natalia Sarapura creó el primer programa de educación superior indígena. Éste responde a las necesidades de los pueblos ancestrales.
Originaria de Jujuy, en el norte de Argentina, Natalia Sarapura ha dedicado la mayor parte de su vida a la lucha pacífica por los derechos de los pueblos indígenas y, en particular, de sus mujeres. En su función como presidenta del Consejo de Organizaciones Aborígenes de Jujuy (COAJ), la activista colla ha creado un concepto de desarrollo basado en el derecho a la tierra, a la educación y al buen vivir. En 2013, la fundación alemana Die Schwelle reconoció el valor de su trabajo, otorgándole el Premio de la Paz a la Militante Desconocida.
Deutsche Welle: En el extranjero muchas veces se tiene la impresión de que Argentina es un país de descendientes de inmigrantes europeos y que casi no existe una población indígena. ¿A qué se debe esto? ¿Es por racismo o la población indígena en el país es realmente muy pequeña?
Natalia Sarapura: Venimos de un país que ha preferido creer que está compuesto solo por inmigrantes. Argentina es uno de los países de América Latina más europensantes, que ve a Europa como un modelo de país, de sociedad. Le ha costado mucho reconocer su presencia indígena. Ya en tiempos de la república ha sido uno de los países que más acciones de genocidio cultural ha cometido, como la “Campaña al Desierto”, (expediciones militares) donde se pagaba por cabeza de indio.
Después, el Estado ha tenido una política integracionista, paternalista. Es la imagen que se ofrece para afuera, de un país donde los indígenas son una minoría y, además, un problema que Argentina ya ha resuelto, los ha integrado. En realidad, es un país multicultural con presencia indígena en más de 15 provincias (de un total de 23). En Argentina hay una resistencia ancestral. Hay más de treinta pueblos originarios.
¿Estos pueblos luchan por su reconocimiento?
Argentina ha avanzado en reconocer que existimos y que somos pueblos con una presencia activa. Lo que no ha hecho es transformar la institucionalidad para garantizar los derechos indígenas. No se garantiza desde el Estado que esa diversidad cultural pueda gestionarse y potenciar la cultura y sociedad.
Usted ha creado el primer programa de educación indígena superior, en Argentina. ¿Nos podría explicar en qué consiste exactamente este concepto de desarrollo?
La tasa de analfabetismo es mayor en las mujeres indígenas, tienen menos acceso a la educación superior y cuando acceden a la educación secundaria en albergues son sometidas a mayores riesgos de violencia sexual. Otra de las consecuencias graves para los pueblos indígenas, pero en particular para la mujer, es la falta de adecuación de la educación a la cultura de los pueblos. La educación sigue siendo aculturalizante.
En el 2007, mi organización decidió crear una carrera que, por un lado, reconoce y respeta las bases culturales de los pueblos, y por otro, avanza hacia un diálogo intercultural, también con el Estado. Es una carrera creada desde la visión de los pueblos indígenas que ha formado a más de 200 hombres y mujeres de las comunidades. Partimos del reconocimiento de que el saber y el proceso de aprendizaje están en la vida comunitaria. Los docentes no somos personas que vamos a enseñar, sino vamos a facilitar ese proceso. La formación tiene como finalidad la reconstitución de un saber y la definición de un futuro a largo plazo. En 2012 logramos la oficialización de nuestro instituto, el primer instituto de educación superior intercultural del país.
En 2013, usted recibió el Premio de la Paz a la Militante Desconocida de la fundación alemana Die Schwelle. ¿Qué significó esta condecoración para usted?
En mucho de lo que hicimos en mi organización, en los últimos diez años, Alemania tiene una presencia muy fuerte, porque recibimos cooperación alemana. Ese aporte a través de la organización Weltfriedensdienst (WFD) ha sido fundamental para nuestro trabajo. Para mí este reconocimiento representa la oportunidad de decirles a los alemanes que estamos haciendo muchas cosas juntos. A nivel institucional, es una oportunidad para visibilizar los esfuerzos que hacemos para garantizar nuestros derechos, y, a nivel personal, pienso que, para las personas que tenemos muchos años de militancia, este tipo de reconocimientos son un himno a ese espíritu a veces cansado y agotado que necesita incentivo. También me ha permitido ir a Alemania y poder encontrar esas cosas, esas historias en común de pueblos que siempre están luchando por los derechos, por una sociedad más igualitaria.
Aparte de la educación, ¿cuáles son los problemas más urgentes a los que se enfrentan los pueblos indígenas en Argentina?
Los pueblos indígenas de Argentina somos sujetos de derecho colectivos, es decir, el ejercicio del territorio es fundamental. Y ese derecho al territorio crea muchas dificultades. Una de ellas es la definición del modelo económico que ha tomado este país, que se sigue basando en la explotación de los recursos naturales, como el petróleo, la minería y, en este último caso, en Jujuy, el litio. No solo tenemos un choque de visión de la relación que queremos con la Tierra. Mientras nosotros la vemos como un bien a proteger, el Estado la ve como un bien a explotar.
Otro gran problema es la falta de la aplicación del principio de consentimiento libre, previo e informado. Hoy, hay una gran dificultad con el tema de los derechos indígenas, por ejemplo, hace poco, hubo un conflicto con el paso del Rally Dakar por Argentina, en particular, por territorios indígenas. Las comunidades no han sido consultadas, tampoco han sido aplicadas medidas para evitar daños ambientales. Eso va generando un conflicto permanente, porque el Estado cree que el derecho de consulta es solo un trámite. Otro gran problema es la falta de regularización territorial. Si bien es cierto que se ha avanzado, todavía es un tema pendiente. Aún quedan comunidades a las que no se les entrega su título comunitario de tierra.