[Nota: Este artículo comenzó como una serie de intercambios de ideas que fueron tomando forma hasta llegar a la versión actual. Una versión preliminar de este artículo ya ha circulado, pero aunque esta versión es la definitiva, estamos lejos de creer que esto es un trabajo acabado. Si bien el destinatario principal es la corriente libertaria, las opiniones las escriben dos autores de «culturas distintas» (libertaria y marxista). Lo que ponemos en debate, sin embargo, es que la decisión de un sector de los libertarios de meterse a lo electoral tiene efectos más allá de ellos y debe evaluarse en la perspectiva de su impacto sobre toda la izquierda revolucionaria.]
Las recientes elecciones presidenciales en Chile, donde la no participación –superior al 50%- fue la ganadora absoluta, podrían calificarse de totalmente “normales” a no ser por la aparición de un sector de la izquierda libertaria, que sorpresivamente se subió al escenario político-electoral. En efecto, la Red Libertaria (RL) se sumó decididamente y de manera entusiasta a la plataforma “Todos a la Moneda”, cuyo candidato fue Marcel Claude [1]. Esta plataforma aglutinaba a la Unión Nacional Estudiantil (UNE), a sectores sindicales como el Siteco y los bancarios, con propuestas políticas como el Partido Humanista, Izquierda Unida, el Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez y la mencionada RL.
Como era de esperar, esta decisión produjo una sensación de malestar y desorientación en sectores que se reclaman del movimiento libertario, amén de la sorpresa que se llevó la izquierda revolucionaria no libertaria que había llamado a la abstención activa. En el campo libertario se produjeron, quiebres, recriminaciones y desánimo. No sólo la decisión en sí de participar en elecciones produjo esta reacción telúrica en el movimiento libertario chileno, sino la manera en que aquella se tomó (con acusaciones de secretismo, imposición de consignas, falta de transparencia y debate, etc.), según se desprende de una serie de comunicados producidos por sectores escindidos de la OCL-Chile (organización que ha sido impulsora de RL), por el Frente Anarquista Organizado (FAO), el CAL y la Red Libertaria Estudiantil (RLE) [2].Las réplicas de este sismo político se sentirán, con seguridad, por un buen tiempo.
Nuestro propósito no es cuestionar las formas mediante las cuales tal decisión fue tomada (o impuesta, según quien opine) y sus implicancias para el movimiento libertario en Chile. Creemos que eso compete a quienes se encuentran vinculados por lazos orgánicos a las expresiones políticas que crearon RL o que se escindieron de ella. Tampoco nos ocupa, primordialmente, el impacto que tal decisión tuvo para el campo que se reclama de la tradición anarquista. Aparte de las declaraciones mencionadas, ya han sido producidos argumentos robustos, entre otros, por Arturo López y Pablo Abufom [3]. Mucho menos nos proponemos hacer un análisis del programa de “Todos a La Moneda” o de las fuerzas políticas que sustentaron esta plataforma. Nos interesa, en cambio, evaluar el impacto que esta decisión ha tenido para un sector mucho más amplio del pueblo que el representado por esta plataforma electoral y mucho más amplio que aquellos sectores provenientes de la tradición libertaria. Compartimos nuestras reflexiones para contribuir al debate de carácter táctico y estratégico en este proceso de recomposición del movimiento social en Chile.
LOS LIBERTARIOS Y LA CUESTIÓN DE LA PARTICIPACIÓN ELECTORAL
Los libertarios, tradicionalmente, han estado en contra de la participación electoral de los revolucionarios. En gran medida esto es lo que los distinguió, en el seno de la Primera Internacional, de las diferentes corrientes socialdemócratas [4]. Sin embargo, ha habido ocasiones excepcionales en las cuales los anarquistas han promovido candidaturas o participado en elecciones. Se cita frecuentemente el caso de las elecciones en España en 1936, pero hay más casos, como algunas candidaturas de “protesta” levantadas en Italia o Francia a fines de la década de 1870 y comienzos de 1880 (táctica defendida por Carlo Cafiero en su famoso artículo “La Acción” donde se define también la “propaganda por el hecho”). En el contexto represivo que envolvió a Europa después de la represión de la Comuna de París, Bakunin recomendaba a algunos de sus seguidores en Italia participar en plataformas electorales junto a los socialistas reformistas. También la FCL francesa participó, en medio de la paralizante represión en la Francia de mediados de los ’50 en guerra contra los secesionistas argelinos, en elecciones locales (hecho que el mismo Georges Fontenis, principal dirigente de esa agrupación, reconocería más tarde como un error)[5].
Sin embargo, el hecho es que en la inmensa mayoría de los casos los anarquistas -tradición política que origina el vocablo “libertario”- han sido hostiles a la participación electoral y por buenas razones. Uno de nosotros ha escrito en el pasado que:
“Los anarquistas no estamos de suyo, por definición, en contra de las ‘elecciones’ como mecanismo; si en las elecciones llamamos a anular el voto o a no votar, es por el contexto dentro del cual este voto se ejerce: dentro del aparato de Estado, que de esta forma valida su dominación sobre quienes nos vemos excluidos de la toma de decisiones (…). Nuestra oposición no es al voto en cuestión, sino que al aparato estatal en toda su dimensión.”[6]
Por ello no es sorprendente que la decisión de sumarse al trabajo electoral haya causado revuelo y debate, más aún cuando se deja entrever que no es algo coyuntural, sino que es una nueva táctica en el arsenal de métodos de RL que se aplicará, ritualmente, en todos los procesos electorales por venir [7].
Por su parte, aunque mucho menos excepcional, la participación electoral y su rol en la táctica de la izquierda no libertaria, ha producido ríos de tinta, y si bien sus vicisitudes históricas y políticas son importantes, no son un punto central para el presente análisis.
EL RITUAL ELECTORAL Y LA RECOMPOSICIÓN DE UN BLOQUE REVOLUCIONARIO EN EL CHILE DE HOY
No puede tomarse la excepción como regla. Es por ello que la participación electoral de este sector que se reclama de la tradición libertaria, no debe buscarse en la ideología sino en la lectura que se hace del período histórico, entendiendo que la situación de Chile en el 2013 no es comparable a la represión post-Comuna de París (que limitó seriamente las posibilidades de acción e intervención de un naciente movimiento obrero), ni al contexto del Plebiscito de 1988 en el Chile de la dictadura, ni a las condiciones de terror impuestas en el Kurdistán por la guerra sucia, ni mucho menos parecidas a las elecciones de 1994 en la Sudáfrica post-apartheid, ni se viene saliendo de una estrategia fracasada de lucha armada.
El período abierto desde el 2006, está caracterizado por un ascenso de las movilizaciones populares y una trizadura del consenso en torno al modelo neoliberal impuesto en las últimas cuatro décadas. En este contexto, el discurso libertario, ha empezado a ganar influencia en franjas cada vez más importantes, fundamentalmente estudiantiles (el reciente triunfo electoral de Melissa Sepúlveda en las elecciones de la Fech es prueba de ello), pero también sindicales, y en menor medida, en franjas poblacionales/territoriales. La izquierda clásica, sea reformista o revolucionaria, así como diversos sectores organizados del pueblo, tampoco han podido quedar indiferentes a este discurso y lo reconozcan o no, se sienten emplazados por aquél.
En la franja de organizaciones libertarias, un sector ha planteado que las movilizaciones sociales han alcanzado un techo – tesis, en nuestra opinión incorrecta- y que debemos pasar de una estrategia de construcción a una de disputa por la hegemonía al bloque en el poder, tesis en correcta en general, aunque apresurada y poco matizada.
Ambas tesis las han articulado en una confusa y elástica consigna: la “ruptura democrática”, con ella se argumenta que “es posible conquistar y tensar mediante el voto programático lo que la lucha popular en los sindicatos, en los territorios, en las comunidades y en el movimiento estudiantil no ha podido conseguir” [8].
Creemos necesario debatir las premisas que subyacen a la citada consigna, pues ésta, creemos, deriva de una lectura incorrecta y apresurada de la realidad usando elementos conceptuales tomados mecánicamente de otros contextos y otras experiencias, hecho que revela la falta de maduración política en que todavía estamos.
Respecto al primer punto, a nuestro juicio, la movilización social no ha alcanzado ni en términos objetivos ni subjetivos, un techo. Las posibilidades de movilización son aún amplias, la necesidad de movilizar sectores sociales más allá de estudiantes o ciertos enclaves obreros (minoritarios, por “estratégicos” que puedan ser) sigue estando a la orden del día. Esta movilización, que debe ser extendida, unificada desde abajo, cualificada en términos de su combatividad, es el punto central para la reconstrucción de un movimiento popular con independencia de clase y capacidad de disputar la hegemonía al bloque en el poder, tarea aún en ciernes. En las actuales condiciones de debilidad del movimiento obrero y popular, la participación (y derrota) electoral, en vez de contribuir a la unidad sobre la base de aumentar la capacidad de lucha del pueblo, como era la intención de sus promotores, ha terminado, por el contrario, debilitando las bases de una acumulación de fuerzas de ruptura. Tal táctica, de haber tenido algún sentido, sólo era justificable si hubiera existido un estado tal de acumulación de fuerzas propias que, independientemente del resultado, permitiera elevar la moral de lucha, fortalecer la organización popular y de los trabajadores, y que no implicara ceder ni la conducción ni la iniciativa de movilización a los sectores reformistas, vacilantes o claramente reaccionarios.
En las condiciones actuales, esta “aventura electoral”, en el mejor de los casos, se tradujo en una ralentización durante meses de los procesos de construcción y de movilización político-social, y en el peor, sometió a las franjas independientes a fricciones y fraccionamientos que, como sabemos, tendrán costos enormes sobre los procesos de construcción y de convergencia de los revolucionarios. Como lo planteó un artículo de debate sobre la línea asumida por RL escrito por Arturo López: “en el marco de la formación social del Estado capitalista en Chile, (…) toda reforma que posibilite la transformación parcial aunque sustancial del actual patrón de acumulación y de su blindaje institucional demanda la organización ininterrumpida y permanente de las fuerzas sociales de cambio. Por tanto las elecciones en este caso no ayudan a crear conciencia, confunden, no promueven la lucha, todo lo contrario la paralizan tras un espejismo. No apunta directamente al logro de conquistas, sino que la deriva sustituyendo la movilización popular por un oscuro juego parlamentario” [9].
Respecto a la necesidad de pasar de la construcción a la disputa por la hegemonía, es sin duda, una tesis correcta en general. Si bien el proceso construcción/disputa debe verse como una unidad dialéctica, existen énfasis dependiendo del momento que se vive, y sabemos que el Chile actual aún lleva profundas marcas de las derrotas estratégicas vividas en el período de 1973-1990. No podemos pecar de ser excesivamente optimistas del estado de construcción o de la combatividad del movimiento popular; la presencia en algunos enclaves sindicales o estudiantiles o en cargos de representación no es una vara para medir la situación del conjunto del pueblo. En los sectores populares la influencia de las ideas de ruptura con el orden del capital sigue siendo extraordinariamente baja, y no podemos reemplazar una lectura objetiva de la realidad con el deseo aún cuando un sector del movimiento libertario, sobredimensione su propia importancia e implantación.
Debemos reconocer los límites objetivos para el desarrollo de una estrategia revolucionaria en el Chile de hoy: entre la consigna “construir poder popular” y su construcción práctica hay un trecho demasiado grande. Es necesario identificar las limitaciones, los puntos de quiebre, las fortalezas desde las cuales construir. Pensar las posibilidades estratégicas en este período requiere no sólo de realismo, sino de una buena dosis de creatividad política para no reproducir un esquema político (ie., el ritual electoral) que, aunque se venda como “novedoso”, está más que trillado y es incapaz de convocar la imaginación de una población que se mantiene indiferente, a la vez que, contrariamente, no se hace más que enviar una señal contradictoria a los que ya están en lucha. La participación electoral, parece más bien la demostración de que lo que realmente tocó techo es la imaginación de la izquierda revolucionaria y libertaria.
BOICOT ELECTORAL Y CONSTRUCCIÓN DE PODER POPULAR DESDE ABAJO
La abstención, como hemos dicho, fue la gran ganadora de las pasadas elecciones. De por sí, esto no significa nada desde el punto de vista de acumulación política las fuerzas rupturistas. Nadie, mucho menos la izquierda revolucionaria o los anarquistas, pueden reclamar la abstención como una señal de respaldo político. De hecho, en la primera vuelta la capacidad de agitar la abstención activa por parte de organizaciones populares y revolucionarias, fue muy escasa, en parte, debido a cierta confusión y desánimo generado por el lanzamiento de la candidatura de Claude. Fue y ha sido difícil reponerse de este impacto pues, en un país como Chile, se entiende que se hace política sólo cuando se vota o se levantan candidatos; si no es así, se asume que se está fuera de la coyuntura… Mirada estrecha de la política de unos, y escasa capacidad de organización nuestra para haber lanzado un boicot activo en las elecciones.
La decisión de RL de participar en las elecciones se hizo aún más difícil de entender pues, por una parte, el discurso libertario acrecentaba su influencia en franjas cada vez más amplias del pueblo, y por otra, cuando la deslegitimación del bloque dominante y sus instituciones alcanzaban su punto más alto. En vez de contribuir con herramientas útiles para forjar una alternativa política por fuera del escenario político hábilmente trazado por el bloque en el poder (con el fin de adormecer y confundir el terreno real en el que se libra la lucha de clases), se contribuyó a legitimar la institucionalidad en el reducido pero significativo círculo de influencia propio, fortaleciendo así la disociación entre lo “político”[10] y lo “social” pese a las intenciones originalmente contrarias [11]. El mismo nombre de la plataforma electoral, “Todos a la Moneda”, en cierta medida expresaba ese fetichismo del “poder político”, esa “estadolatría” que Poulantzas describe como endémica de las capas medias, que ven al Estado como árbitro, neutro, justiciero, fruto de un contrato social por encima de la lucha de clases, fuente de todo poder [12], cuando en realidad la disputa de poder, de hegemonía, se da con la burguesía en todas las esferas sociales, en ámbitos mucho más cotidianos.
Esta decisión echó por tierra uno de los contenidos más potentes de la crítica anarquista del Estado “democrático-representativo”, la crítica a la pretensión de crear, mediante el juego electoral, de:
“un espacio artificial, ad-hoc y ficticio, dentro del cual se maneja, supuestamente, el ámbito de lo político, dentro de lo cual se mueve la administración del poder (…) es en este punto en el cual debe estar la crítica medular de los anarquistas a esta forma de ejercer la política: porque en nuestra concepción, el poder debe ser ejercido por los propios afectados, en los espacios cotidianos, en todos los ámbitos de nuestra existencia (…) Es por eso que el poder popular le debe hacer frente de la misma manera, enseñoriándose de nuestras propias vidas a cabalidad. (…) La no participación en elecciones burguesas, no puede ser considerada uno de los fundamentos políticos de la militancia anarquista revolucionaria, sino que se debe desprender naturalmente de nuestra estrategia de construcción en el seno de la clase obrera” [13].
Por ello sostuvimos que, desde la perspectiva de la recomposición de un bloque revolucionario orientado hacia el fin estratégico de construcción de poder popular, la táctica más acertada, aunque para nada fácil, en el momento actual era el boicot electoral ¿Qué significaba una política de abstención activa en la coyuntura?
· Denunciar tanto los cantos de sirena de la “Nueva Mayoría” que nos instaba a participar como “ciudadanos”, sujetos responsables, como también, el ilusionismo de los sectores de izquierda radical y libertaria que pretendían convencernos que el camino de la participación electoral en las actuales condiciones es válido para el período;
· llamar a impulsar y desarrollar la organización a todo nivel: escuelas, liceos, universidades, lugares de trabajo, barrios y comunas, en torno a las demandas locales, de los trabajadores y populares, anteponiendo a los ritmos de la política burguesa nuestra alternativa de construcción propia y desde abajo;
· llamar a acelerar los procesos de convergencia político-social por medio de referentes federativos que, respetando la vitalidad y la especificidad de las organizaciones de base, contribuyeran a unificar y amplificar la voz y opinión política de aquellos que optamos por la construcción de poder popular, coordinando horizontalmente las diferentes iniciativas populares de base.
Tarea titánica para la coyuntura y también para el período; pero que hay que asumirla sin maximalismos y sabiendo que la tarea de recomposición del movimiento popular y revolucionario será lenta, prolongada, para la cual no hay atajos posibles, que requiere sentar bases para desarrollar niveles de confrontación y organización extendidos que puedan erosionar la actual hegemonía neoliberal.
PROYECCIONES POLÍTICAS PARA EL PERÍODO POST-ELECTORAL
RL planteaba que “Todos a La Moneda” no sería un espacio meramente electoralista, sino un polo de construcción (ie., desde arriba) para la lucha de los de abajo. El hecho es que después de las elecciones el panorama político para la izquierda revolucionaria, a pesar de las promesas grandilocuentes, en el mejor de los casos, no varía sustancialmente: siguen trabajando los mismos sectores en los mismos espacios que antes. Incluso peor pues el sector libertario y su círculo de influencia, así como la izquierda radical a la que se apeló, se encuentra hoy más fragmentada; cruzada por desconfianzas y nuevos recelos. En la misma plataforma electoral las querellas y disputas intestinas han agotado las ilusas proyecciones tácticas del espacio, hecho indudablemente exacerbado por el amargo sabor de la derrota.
La misma RL reconoce inequívocamente que el pobrísimo desempeño electoral de la plataforma es un fracaso: “La votación del 2,8% está muy por debajo de las expectativas, inclusive las más pesimistas” [14]. La derrota, sin embargo, no es solamente electoral como lo pareciera entender RL, sino también táctica, profunda, expresión de la incapacidad de crear un proyecto ajustado a las actuales condiciones de Chile y en oposición a los rituales de auto-legitimación de la democracia representativa y de las instituciones del Estado burgués. A la vez que no podemos sobredimensionar la población crítica al sistema en base a una extrapolación de las movilizaciones sociales recientes, tampoco suponer la emergencia de una alternativa política con la pura intervención en las instituciones electivas del Estado (neoliberal). No en vano una parte significativa del movimiento de trabajadores y popular busca su recomposición ensayando alternativas de acción directa y de auto-organización de base y horizontal. ¿Y qué mejor momento para las corrientes libertarias cuyo discurso, después de décadas, encuentra eco en la propia práctica de las masas?
El período político abierto en Chile anuncia grandes complejidades para las clases dominantes y para el movimiento popular. El bloque en el poder debe reorganizar un sistema político cada vez más desgastado y operará apelando a la zanahoria y el garrote. Y esto el pueblo lo sabe. Intentarán cooptar al movimiento popular y de trabajadores para legitimar los ajustes que tal reorganización requerirá, contando ahora explícitamente con la anuencia de la obsecuente dirección política del Partido Comunista. También sabemos que quienes no se sometan a las reglas de la “república” quedarán afectos a toda la fuerza estatal represiva reservada para quienes se niegan a seguir aguantando y reproduciendo la explotación, la discriminación, la desigualdad, la injusticia, la corrupción y la destrucción de las bases socio-ambientales de la vida colectiva. Las franjas de la izquierda independiente, sean comunitaristas, marxistas, libertarias o socialistas, ya no pueden seguir ensimismadas y deben multiplicar sus nexos con el movimiento de trabajadores y popular, multiplicar sus esfuerzos para acelerar los proceso de convergencia político-social y generar las condiciones políticas para retomar la iniciativa y abrir camino entre las fisuras que afectan la dominación política que impuso el Capital a partir de la contrarrevolución neoliberal de 1973.
La unidad en la que los libertarios han sido tan insistentes, se convierte hoy no solamente en algo necesario, estratégico, sino que urgente. El debate, desde siempre no ha sido sobre la unidad sino cómo se comprende ésta, cómo se desarrolla, cómo se construye. Es ahí donde el anarco-comunismo criollo hizo una gran contribución cuando el Congreso de Unificación Anarco-Comunista levantó en el 2002, la consigna: “Unidad desde Abajo y en la Lucha”. Esta unidad es entendida como la “construcción programática desde las experiencias organizativas y de lucha realmente existentes”, que contribuya al “fortalecimiento de las organizaciones populares, verdaderos sujetos de la lucha revolucionaria (…) enfatizando el protagonismo político del mismo pueblo organizado en la tarea de madurar su posición y mejorar su capacidad de combate” [15], como ha señalado Pablo Abufom.
Estos debates competen al conjunto del pueblo, especialmente a su franja organizada y en lucha. Cómo proyectar las demandas del movimiento popular hacia una alternativa de claro quiebre con el actual sistema es una tarea urgente que no puede ser asumida sino mediante un debate profundo y público, colectivo, democrático e informado; en el cual se respeten las diferencias en la búsqueda de puntos de confluencia y acuerdo, forjando consensos y no imponiéndolos. Hay muchos temas que quedan por resolver en el actual periodo para los revolucionarios: cómo luchar por las reformas más allá del reformismo; cómo articular estas luchas con un proyecto socialista integral y liberador; cómo construir procesos de unidad sin renunciar a la independencia de clase; cómo avanzar en la construcción de poder popular evitando la burocratización; cómo cualificar estas luchas con más discusión y formación política; cómo forjar un movimiento de masas sin temer que nuestras posiciones no sean desde el comienzo mayoritarias. Todo esto, desde luego, desborda el objeto de estos comentarios. En este debate colectivo, que sin duda lo debe dar el conjunto de la izquierda revolucionaria, estamos convencidos que los anarco-comunistas tienen un rol fundamental que jugar y un aporte muy específico, único, que proporcionar al archipiélago de fuerzas que pugnan por avanzar en la construcción de una alternativa al modo de vida impuesto por el capital.
Por José Antonio Gutiérrez D. y Rafael Agacino
NOTAS
Cristián Andrés Sotomayor Demuth