Análisis de Jim Lobe
Si el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, concibiera sus perspectivas de política exterior para 2014 como algún popular videojuego infantil, las “serpientes” que tendría que sortear superarían en mucho a las “escaleras” que lo impulsarían al éxito.
Como ocurre desde que asumió el cargo, las “serpientes” más peligrosas están en Medio Oriente, la región en la que el demócrata Obama intenta desesperadamente salir de los muchos pozos cavados por su predecesor, el republicano George W. Bush (2001-2009), para poder centrar más su atención en Asia y, específicamente, enfrentar el ascenso de China.
Surcar los mares cada vez más encrespados de las relaciones entre los estados de Asia probablemente también se volverá más riesgoso en el nuevo año.
En 2013 evitó con éxito (y con la improbable ayuda del presidente de Rusia, Vladimir Putin) una intervención militar directa en Siria, pero el efecto dominó de la guerra civil allí en Iraq y Líbano, plantea importantes nuevos riesgos en 2014.
Esto, sin mencionar la creciente inestabilidad y la violencia en Egipto y la posibilidad de un colapso en las negociaciones nucleares con Irán y sus implicaciones.
En Medio Oriente, el conflicto entre musulmanes chiitas y sunitas trasciende cada vez más las fronteras nacionales, mientras el nacionalismo parece estar vivito y coleando en Asia.
Los reclamos territoriales cada vez más rotundos de Beijing aumentaron el riesgo de un incidente que provoque un conflicto que involucre a fuerzas estadounidenses.
Además, desataron un contragolpe que, entre otras cosas, parece haber envalentonado al primer ministro de Japón, Shinzo Abe, para apartarse cada vez más rápidamente del pacifismo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La defensa de Abe de las actuaciones japonesas en esa guerra, provocadoramente expuesta con su visita al santuario de Yasukuni en diciembre, indignó tanto a China como a Corea del Sur. Además, malogró los esfuerzos de Washington por coordinar una política sobre China y sobre una Corea del Norte armada nuclearmente y cada vez más impredecible.
Evidentemente, el prestigio de Obama crecerá, si logra recomponer las relaciones entre Tokio y Seúl y hacer que China acuerde reglas para las zonas disputadas.
Pero, dadas las pasiones nacionalistas que sacuden a la región, la tarea será difícil y crecientes los riesgos en juego.
La primordial importancia que el gobierno asigna al Gran Medio Oriente y a Asia significa que América Latina y África subsahariana probablemente seguirán recibiendo una atención relativamente mucho menor de Washington en 2014, como ocurrió en los últimos cinco años.
Sin embargo, crisis específicas –como la posibilidad de guerra civil en Sudán del Sur– pueden subir el área al primer puesto en la agenda exterior, aunque Obama tenga poco que ganar con la situación, aunque sus diplomáticos contribuyan a impedir lo peor.
En tanto, si la nación más joven del mundo se autodestruye, el presidente perderá la inversión personal que hizo en pro de la autodeterminación de Yuba, y además será comparado, desfavorablemente con Bush, una de cuyas pocas victorias en política exterior fue la negociación del acuerdo de paz de 2005 entre Sudán y el Ejército Sudanés de Liberación Popular (SPLA), que impulsó la independencia del sur.
El Gran Medio Oriente es la parte del mundo donde mayor cantidad de “serpientes” enfrenta Obama este año, pero esa también es la región donde un par de “escaleras” pueden asegurarle un lugar en la historia como presidente exitoso en política exterior.
La más espectacular sería la conclusión exitosa de un acuerdo nuclear exhaustivo con Irán en el contexto de las negociaciones del P5+1 (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China y Rusia, más Alemania), que podrían revertir los recientes avances atómicos de Teherán y, en contrapartida, permitirle enriquecer uranio a niveles bajos.
Negociar semejante acuerdo implicará abandonar 35 años de hostilidades entre las dos naciones. También podrá facilitar su cooperación para debilitar el conflicto entre sunitas y chiitas que amenaza a toda la región y para estabilizar a Afganistán, de donde prácticamente todas las tropas de combate de Estados Unidos prevén retirarse a fines de año.
Un acuerdo con Irán no alcanzaría la significación estratégica del acercamiento de Richard Nixon con China a comienzos de los años 70, pero haría posible importantes realineaciones, que vayan desde el mar Mediterráneo hasta el océano Índico y se internen en Asia central.
Sin embargo, para lograrlo Obama enfrenta una oposición formidable, principalmente del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y del poderoso lobby pro Israelí de Washington, pero también de Arabia Saudita y otros estados del Golfo, que temen que Teherán recupere la primacía regional que ostentaba en los años 70, antes de la llegada de los islamitas al poder.
Igualmente, la línea dura en Irán también objeta un acuerdo.
Si estas fuerzas tienen éxito, las consecuencias, como advirtió el propio Obama, muy probablemente pueden incluir otra intervención militar de Estados Unidos en Medio Oriente.
Eso, a su vez, no solo saboteará las esperanzas de Obama de reducir la presencia militar de Estados Unidos en la región y de dar un giro hacia Asia.
Sin autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, tal acción casi sin duda provocaría una importante crisis internacional, que haría añicos la cooperación con Rusia y China sobre variados asuntos, además de tensionar las relaciones de Estados Unidos con sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Para Obama, la eventualidad de una guerra con Irán es probablemente la “serpiente” más peligrosa en su tablero de 2014, más incluso que la escalada del conflicto entre sunitas y chiitas en Siria y sus vecinos.
La otra “escalera” obvia que puede garantizarle a Obama un lugar favorable en los anales de la política exterior es negociar un acuerdo final del conflicto entre israelíes y palestinos, escurridizo “santo grial” de la política de Estados Unidos para Medio Oriente durante más de una generación.
La mayoría de los analistas dudan que sea un objetivo posible y, en cualquier caso, es muy improbable que se logre en 2014. Sin embargo, la energía con que el secretario de Estado (canciller) John Kerry se esfuerza en conseguirlo ha impresionado a algunos escépticos.
Aparte, al comenzar el año está ofreciendo mediar en propuestas para un acuerdo de estatus permanente, si bien en Washington se considera lejano que pueda alcanzarse, especialmente si Obama logra un pacto nuclear con Irán.
Las “serpientes” que amenazan a Obama en la región son considerablemente más numerosas, y van desde una escalada de la violencia entre el régimen militar de Egipto y la Hermandad Musulmana o fuerzas más radicales, hasta el resurgimiento de la violencia sectaria en Iraq a los niveles de 2006 y 2007.
O desde la intensificación de la guerra en Siria o su exportación a Líbano, hasta el fortalecimiento de las fuerzas vinculadas a la red extremista Al Qaeda en toda la región.
Al ser 2014 el año en que la OTAN retirará lo que queda de su contingente de Afganistán, escenario de la guerra más larga de Washington, un rápido colapso de la seguridad podría resultar igualmente mortal y haría recordar la debacle de la guerra de Vietnam hace casi 40 años.
Cualquiera de estos posibles acontecimientos sin dudas será usado por los adversarios políticos de Obama en Washington para retratarlo como un presidente fallido en política exterior.