Mucho se dirá en este cónclave, muchas serán las discusiones, muchos los documentos. Pocas serán en cambio las resoluciones, atadas como están a la vigente cláusula sobre la unanimidad – excesivo reto para la “diversidad convergente” – que en realidad ha sido impuesta por minorías para trabar raudos avances en este nuevo y vigoroso organismo.
Pero aún cuando nada se dijera en la Habana, aún cuando ningún dignatario emitiera su discurso, todo quedará claro. El mensaje habrá sido lanzado y habrá llegado a destino.
¿A qué nos referimos con esta críptica alusión?
Aclaremos primero (de manera fugaz al menos) algunas de las estaciones en el proceso de este muy reciente organismo multilateral. La CELAC (Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe) agrupa en su seno a los 33 estados o entidades autónomas que constituyen el mosaico institucional de toda América, con la excepción explícita de los EEUU y Canadá. Es la continuación de la dirección lanzada por el “Grupo de Río”, cuya expresa misión, según consta en su documento fundacional (Río de Janeiro, 1986), fue el de tener “el carácter de un mecanismo permanente de consulta y concertación política.”
En clave de diplomacia internacional, este esfuerzo estuvo sin duda dirigido a contrapesar y con el tiempo reemplazar a la OEA. Esta Organización de Estados Americanos, controlada por EEUU, con sede en la misma Washington y fundada en 1948, lleva la inconfundible marca de los organismos del mundo de la postguerra y de la intención norteamericana de no permitir que su “patio trasero” le juegue en contra.
A su vez, el Grupo de Río es heredero de aquella instancia conocida como “Grupo de Contadora”, constituido en 1983 por Colombia, México, Panamá y Venezuela, cuyo objeto era lograr pacificar la desangrada región centroamericana.
No debe confundir el hecho de que tres de los cuatro integrantes de aquel grupo no constituyan hoy la vanguardia integracionista, sino que más bien actúen en cierto modo como contrapeso – junto a otros miembros de la “Alianza del Pacífico” – del clamor de integración soberana, que campea al interior de la CELAC. En los ochenta, la paz significaba para algunos – en clave neoliberal – el “clima adecuado para hacer buenos negocios”. Desde esa perspectiva se hacía necesario superar aquellas guerras que el mismo imperio había iniciado ante la victoria del sandinismo en Nicaragua y la amenaza que representaban para los intereses del capital las sublevaciones en El Salvador y Guatemala.
Tres décadas más tarde, se reúnen todas las naciones de la América criolla en Cuba para hablarle fuerte al mundo. Ellas son la síntesis de lo originario y lo colonial, pero también fruto del mestizaje y de los permanentes intentos de dominación del Norte. Sus habitantes hablan muchas lenguas, algunas originarias del lugar y otras que oficialmente todavía guardan similitudes con el español, el portugués, el francés, el holandés y el inglés, pero que en sus calles y campos han cobrado hace tiempo ya su propia identidad. Sin embargo, intentarán hablar con una misma voz.
¿Qué nos dirá esa voz? En el plano de lo estrictamente oficial, como punto central a destacar, es altamente probable que se logre aprobar el establecimiento de una zona de Paz en toda la región. Esta es una excelente noticia que ya en sí misma augura importancia histórica a esta Cumbre.
Se harían así realidad en esta región del mundo, dos de las exigencias de la Marcha Mundial por la Paz y la No Violencia, que entre Octubre 2009 y Enero 2010 recorrió todo el planeta. Esa acción, destinada a la creación de conciencia sobre la necesidad de impulsar la Paz y una actitud social no violenta, impulsada por cientos de miles de personas, propugnada por el Movimiento Humanista e inspirada por su fundador Silo, demandó entonces la firma de tratados de no agresión entre países y la renuncia de los gobiernos a utilizar las guerras como medio para resolver conflictos. Demandas que hoy parecen cumplirse, dando claro ejemplo y actuando como efecto demostración de que las causas justas sí pueden llegar a buen puerto. Muy significativo será que la propuesta, en ocasión de la cumbre, provenga desde la voz del gobierno de Cuba, lugar simbólico de la rebeldía humana contra la injusticia y la expoliación.
Esta zona de Paz será una especie de extensión positiva del tratado de Tlatelolco que tan buenos resultados ha traído en términos de no proliferación e instalación del letal armamento nuclear. De la misma manera, podría esta iniciativa tener eco y réplica en otros lugares – por ejemplo África o Medio Oriente – igualmente sedientos de paz y bienestar, igualmente hastiados de tanta injerencia e invasión de intereses ajenos al buen vivir de sus poblaciones.
Es muy probable que se firmen varias resoluciones más como la necesidad de impulsar la descolonización de las Islas Malvinas o de crear entidades y convenios de cooperación en varias áreas. Otras iniciativas, como la que propondrá Venezuela acerca de la soberanía de Puerto Rico, posiblemente queden flotando en el ambiente como un grito de libertad desoído por la fuerza de las circunstancias.
Sin embargo, el mensaje de la Cumbre, se hará oír mucho más allá de sus documentos y las voces de sus actores coyunturales, voces que – auguramos – en varios casos, serán tergiversadas, minimizadas o silenciadas por las corporaciones de prensa dominantes en la región.
Ese mensaje es triple y tiene también un triple destinatario.
El primer componente de la señal que emitirá esta segunda Cumbre es la consolidación de la CELAC como organismo multilateral de concertación política, incluyente de todos los países de la región, sin los Estados Unidos y Canadá, representando el fin de la vigencia de la “doctrina Monroe”. Aquella línea estratégica anticolonial, acuñada en verdad por el entonces secretario de Estado de Monroe, John Quincy Adams (hijo de uno de los “padres fundadores de USA y luego él mismo presidente norteamericano) fue la utilizada cien años más tarde por la potencia neocolonialista, para fundamentar su pretendida potestad sobre la región.
En segundo término, la CELAC, al abarcar en sí misma, además de América del Sur, a Centro América y México, discute en las narices del potente pero no ya omnipotente vecino del Norte, las decisiones en una zona que éste considera “intocable”, por su cercanía geográfica y su interdependencia.
Tercero, que esta Cumbre se realice en la indomable Cuba, que ha demostrado su capacidad de resistencia revolucionaria y ha dado al mundo una lección de independencia, es a todas luces, una señal inconfundible del carácter de la CELAC y de sus intenciones. Que la sede de esta Cumbre sea el país excluido de la ya decadente OEA y que el país sede de esa OEA no esté incluido en esta nueva organización, no deja lugar a ninguna duda.
Los destinatarios del mensaje de esta cumbre son también tres. Por un lado, es una advertencia a los vecinos ausentes. Una demostración de fuerza de los que en su unión buscan fortaleza y un momento de proceso avanzado en esta etapa de desalineamiento progresivo de dictámenes incólumes. Al menos, para la mayoría de los países representados en la CELAC.
El segundo destinatario son, sin duda, las poblaciones de la región, verdadera base y mandatarias de esta transformación histórica. Ellas escucharán que lo que anhelan va avanzando, entenderán y continuarán apoyando – también en su gran mayoría – la señal democratizadora de los tiempos. Esto es especialmente importante ya que la fuerza del avance dependerá de lo que las mismas poblaciones hagan. De allí que el esfuerzo de desbloquear el flujo informativo en sentido integrador sea una prioridad, para contrarrestar todo esfuerzo por silenciar interesadamente los alcances de la Cumbre.
Por último, el mensaje se dirige al gran mundo, ratificando, una vez más, la caducidad del sistema internacional de relaciones instituido con posterioridad al desastre de la así llamada segunda guerra mundial. Esta cumbre se enhebra así en la dirección de despolarizar al mundo – más allá de que se atraviesen aún etapas de nuevas alianzas multipolares.
Esta despolarización del mundo, esta desconcentración de poder, tiene un nombre y un objetivo: la plena realización de una soñada Nación Humana Universal, donde cada pueblo, cada nación, tenga voz, tenga voto, pero sobre todo, tenga libertad.