Otro año más, las máximas fortunas de España aumentan su riqueza, mientras crece el número de pobres y la desigualdad alcanza sus cotas más altas.
En el mundo hay suficientes alimentos para todos, pero casi mil millones de personas pasan hambre.
Por Olga Rodríguez
En el mundo hay suficiente comida para que todas las personas dispongan de los alimentos necesarios para gozar de una vida sana y productiva. Esta frase es una cita exacta rescatada de la FAO, la Organización para la Alimentación y Agricultura de Naciones Unidas.
De hecho, según cálculos de la ONU, en la actualidad se producen alimentos para nutrir a 12.000 millones de personas en un planeta habitado por 7.000 millones. Y sin embargo, cerca de 3,1 millones de niños se mueren de hambre cada año y una de cada ocho personas no recibe suficiente comida para estar saludable y poder llevar una vida activa, también según datos de la FAO.
Además, más de 1.300 millones de personas viven con menos de un dólar al día, y casi 3.000 millones lo hacen con menos de 2 dólares. Mientras, los ricos son más ricos. Los 100 multimillonarios más adinerados del mundo poseen una fortuna de 2,1 billones de dólares -200.000 millones más que en 2012-, equivalente al 2,9% del PIB mundial.
En España un total de 30 familias se reparte gran parte del capital. Las 100 mayores fortunas de la Bolsa suman 88.735 millones de euros, un 13% más que en 2012. Mientras, la pobreza infantil en nuestro país afecta ya al 26,7% de los menores de 16 años y la pobreza severa se ha duplicado en pocos años, alcanzando ya a 3 millones de españoles.
Las cifras son contudentes: este modelo no funciona. O, dicho de otro modo, solo funciona para satisfacer la voracidad de una minoría.
El valor máximo del sistema actual es el dinero. Con el beneplácito de gobiernos y organismos internacionales, las corporaciones y multinacionales especulan con lo más básico, los alimentos, decidiendo así quién come y quién no, quién vive y quién muere.
Casi 1.000 millones de personas pasan hambre en el mundo, mientras se desperdician o se retienen alimentos, mientras se especula con su precio, limitando por tanto el acceso a ellos.
Hay en la imposición de aranceles, en el control de los cultivos ajenos, en la especulación de los precios de los alimentos -que, como ocurrió en 2008, puede dejar a millones de personas sin pan- todo un mecanismo que facilita que unos pocos ganen muchos millones de dólares a cambio de que otros se mueran de hambre.
“En los últimos años el precio de los alimentos es muy inestable, es una montaña rusa que dificulta el acceso de las personas más pobres a alimentos nutritivos”, advierte la ONU.
Por eso Jean Ziegler, ex relator de Naciones Unidas para Alimentación y posteriormente integrante del Comité consultivo de Derechos Humanos de la ONU, sostiene que en la actualidad opera una red de crimen organizado responsable de provocar el hambre en el mundo y “asesinatos masivos”.
“Vivimos un orden caníbal del mundo. El mercado alimentario está controlado por una decena de sociedades multinacionales inmensamente poderosas, que controlan el 85% del maíz, arroz, aceite. Estos amos del mundo deciden quién va a morir y a vivir, fijan precios”, denuncia.
A través de mecanismos neocoloniales, a través de la imposición del pago de deuda externa, las grandes potencias y organismos internacionales como el FMI imponen a terceros países políticas y medidas económicas desfavorables para las poblaciones locales y favorables para las multinacionales que buscan nuevos mercados en los que introducir e imponer sus productos, a costa de acorralar cultivos autóctonos e industrias locales.
Esto ha ocurrido también en la Unión Europea, donde algunos países, como España, han disuelto, al dictado de Bruselas, parte de su propia industria, su ganadería, su agricultura, a cambio de ayudas y de un ingreso en la UE cuyos resultados estamos padeciendo ya en nuestras propias carnes.
Si no cambiamos radicalmente de modelo económico, en un cuarto de siglo la desnutrición será un fenómeno inherente a grandes metrópolis como Río de Janeiro, El Cairo o Singapur, tal y como vaticina la ONU. La población mundial alcanzará los 9.600 millones en el año 2050, habrá cada vez más distancia entre ricos y pobres y el hambre “dejará de ser patrimonio de los parias”, porque ya en la actualidad, como denuncian organismos internacionales y ongs, la desnutrición toca en las puertas del primer mundo.
En esta Navidad el fantasma del futuro del cuento de Dickens se presenta claro y definido para anunciar la tragedia y ruina venidera. Nos encontramos en un mundo tendente a una mayor desigualdad social y económica, con políticas dispuestas a emplear menos recursos para garantizar una vida digna a la gente. En España la desigualdad alcanza ya los niveles más altos de la democracia.
Esta carrera neoliberal, en la que el Gobierno español participa activamente, limita la atención sanitaria universal y gratuita, favorece la educación de pago mientras maltrata la pública, retira la inversión en la atención para las personas dependientes -mientras pretende obligar a las mujeres a tener hijos con malformaciones- y se niega a garantizar el derecho de las personas a una vivienda, a luz, a una alimentación sana y completa, a la cultura.
Dentro de este panorama, la imposición que el Gobierno ha aprobado para que las mujeres, desposeídas nuevamente ya no de su libertad sino de su propio cuerpo, tengan hijos en contra de su voluntad, es una sofisticada forma de violencia que contribuirá a crear un mundo con más seres humanos sin una vida digna, sin sus necesidades cubiertas, algunos con malformaciones que quizá el sistema sanitario público no pueda atender, e incluso sin el amor y autoestima que todos merecemos para saber exigir nuestro derecho no solo al pan, sino también a las rosas.
Es decir, nuestro derecho a una vida y no a un triste camino de dolor, precariedad y supervivencia.