«Son ocho los monos,
yo los conozco»
León Gieco.
Otro día voy a hablarles de «la grieta», ese supuesto disvalor periodístico, puesto en escena por un excolega devenido en showman mercenario. Pero eso será más adelante porque hoy estoy muy apurado. Me invitan al cumpleaños de un señor que no conozco y que va por los dos mil y un poquito más.
Se vive apurado, es cierto. Todo, hasta la cópula y el desayuno, tienen un ritmo vertiginoso. En términos históricos, lo que hace veinte años necesitaba el transcurrir de una generación para que se concrete (el desarrollo y la consolidación de un emprendimiento comercial, por ejemplo), hoy se resuelve apretando la tecla «enter» de un ordenador. Se come rápido, se escribe rápido y hasta se pretende publicar rápido, como queda comprobado con este textículo. Un pibe de 9 años quiere hacer cumbre en el Aconcagua y cualquier futbolista de la octava división es tentado para jugar en la primera del Bayern Munich. En realidad, el tentado es el papá del aspirante a minicrack.
El asunto parece haber llegado al mundo de la política argentina. Y tenemos el orgullo de que, una vez más, Mendoza indique el camino. Me y le explico, sin apuro. En las recientes elecciones legislativas la provincia puso en disputa cinco bancas de diputados nacionales. Para sorpresa de propios y extraños el FIT (Frente de Izquierda y de los Trabajadores) obtuvo el 14,13% de los votos, se ubicó tercero y logró instalar en una butaca de la Cámara baja a Nicolás del Caño, desplazando al segundo candidato en la lista del FPV (Frente para la Victoria). El FIT es un matrimonio entre el Partido de los Trabajadores Socialistas o PTS, sus siglas, y el Partido Obrero o PO. Como ponerle PTSPO o POPTS era complicado y poco recomendable para lemas, cantitos, carteles, pintadas y versitos de campaña, le pusieron FIT. Aún asumiendo el riesgo de ser confundido con el tradicional matamoscas, «FLIT», para algún despistado que nunca falta (con la L de Liberación, por supuesto). La boda se celebró en 2011 y representa una bucólica imagen del troskismo vernáculo. Usted se preguntará que cómo hizo para seducir a tanto mendocino y mendocina. Tal vez crea que, rarezas de la cuyanía mediante, hubo un repentino y rápido amor por quienes se sienten y dicen ser discípulos directos y dilectos del fundador del Ejército Rojo. Me parece que no, que la explicación habría que buscarla por otros barrios ideológicos. Por ejemplo, y hablando precisamente de barrios, el Frente cosechó una importante cantidad de sufragios entre señoras y señores pudientes de barrios idem. También, como suena lógico, entre los estudiantes universitarios (época de la vida propicia para padecer cierta «enfermedad infantil» a la que aludía el pelado Lenin) y entre kirchneristas desilusionados con el orden jerárquico y ético que ofreció la lista del oficialismo. Es que los dos candidatos que encabezaban las postulaciones, Abraham y Félix (ni son amigos míos ni es un abuso de confianza de quien esto escribe. Son sus apellidos), representan el aparato local del Partido Justicialista y jugaron su suerte a desprenderse de manera vergonzosa y vergonzante de la figura presidencial y provincializar así la campaña (inclusive devolvieron a la remitente el jefe de campaña propuesto desde la Rosada), mientras los tres restantes, Mussato, Ejarque y Ronda, eran y son figuras de auténtica militancia K. O, para decirlo en términos de Galeano, fue una lista «patas arriba».
La muchachada fítera ofreció, entre otras interesantes promesas electorales, compartir la banca entre los dos primeros candidatos si es que, como de manera inédita ocurrió, accedían al Congreso nacional. El mencionado joven de apellido hueco y Soledad Sosa, una agraciada fémina «oriunda» (como dijo aquel ignoto movilero de TN respecto del actual ministro de Economía, Axel Kicillof) de las huestes del zezeozo dirigente Altamira (nacido Wermus, pero esa es otra historia). Es decir, dos años Nicolás y dos años Soledad. Pero algo sucedió en el camino y esta vez, al menos, no tiene ninguna responsabilidad Kerouac. Ya llegaremos al punto, pero antes déjeme decirle, muchacha «piel de gorrión» que, con amigos y compañeros, quise ser indulgente y me pareció saludable que esa izquierda estuviera representada legislativamente. Para el Grupo mediático y sus periodistas tóxicos fue una oportunidad preciosa para ensalzar las virtudes del troskismo mendocino y, de paso, castigar al gobierno. Del Caño tuvo sus quince minutos de fama y fue el niño mimado de la política vista desde los medios.
La cuestión es que, después de tomar posesión (o asiento) de su banca el pasado 10 de diciembre, el joven diputado tuvo una especie de ataque de mutación operativa y comenzó a manifestar ciertos síntomas de amor fetichista por el sillón. Que le parecía mejor formar un interbloque con no sé quién, que era mejor que Soledad le hiciese honor a su nombre, que la clase obrera y el pueblo lo necesitan como el ojal al botón y profundidades así se desprendían de su inesperada actitud (Me viene a la memoria ¿casualmente?, la Ferrari de Menem: «¡Es mía, es mía, es mía!»). Si recordamos que en plena campaña se animó a declarar que los gobiernos K no habían producido ninguna medida seria y profunda para mejorar la vida de los trabajadores, no extraña su comportamiento y el repentino amor apasionado por el cargo. De todas maneras, me dije que, si el Congreso Nacional soporta a ejemplares como Olmedo, MacAllister, Baldassi, Carrió (esa señora que sufre de logorrea) y Del Sel, por qué no a Del Caño. Como para equilibrar los orígenes ideológicos de los delirios. Digo, no sé.
En síntesis, el 13 de diciembre, en «Prensa Obrera», órgano del PO, en su versión digital, hay una larga diatriba contra el exvendedor de corbatas (de todos los colores menos el rojo porque el rojo no se vende, se milita) y hoy diputado nacional. Le dicen de todo menos bonito, pero se lo dicen como si Marx estuviese discutiendo con el «renegado Kautsky» y Bakunin con Kropotkin o Lenin con Kerensky o Lunacharsky con Plejánov o Gramsci con Luxemburgo. Son, apenas ¡Altamira versus del Caño!, imaginándose sentados en un café, en París, en plena Comuna, entre el 18 y el 28 de marzo de 1871. Toda esa parafernalia semántica para discernir quién se va a convertir en el verdadero redentor de los proletarios argentinos después de rescatar la propiedad de los bienes de producción capitalistas, romper relaciones con Estados Unidos, terminar con la corrupción de los políticos burgueses y fundar, por fin, el socialismo que soñaron los Padres Fundadores.
Lo dicho entonces. El matrimonio duró tres días. Me pregunto por qué los medios hegemónicos no dan a conocer este divorcio. Y qué sentirá y pensará ese 14,13% de señoras, señores y jóvenes que aposentaron al barbado ralo entre sus odiados políticos (como si él no lo fuera y siguiera vendiendo corbatas por las calles de Córdoba).
Mientras tanto, cada mañana y corriendo hacia el laburo, cada habitante de nuestra patria ignora que de esta polémica depende su subsistencia diaria y el futuro de las generaciones venideras. Incomprendidos por la ingratitud de los ciudadanos, los troskos siguen tomando café en su París imaginario.