CIP Américas – Por Alfredo Acedo.-
El viernes 29 de noviembre, la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, a través de la Comisión de Alimentación, abrió el debate sobre «el impacto de los insumos transgénicos en la producción de alimentos”, mes y medio después de que la justicia federal suspendió la autorización de permisos de siembra de maíz modificado genéticamente.
En un auditorio del edificio camaral de San Lázaro, sede de la legislatura federal, el escenario lucía como cuadrilátero de boxeo, en el que no faltaron golpes bajos y peleadores que hacían fintas hasta con su sombra y aseguraban no defender el interés de las trasnacionales mientras sus presentaciones indicaban lo contrario.
Subió al ring Agustín López Herrera, de la Universidad Autónoma Chapingo y del comité técnico del maíz transgénico de la secretaría de agricultura, un investigador capaz de poner en duda sin ruborizarse la contaminación transgénica del maíz en Oaxaca, documentada por Chapela, de Berkeley, hace más de 10 años y confirmada al poco tiempo por estudios de prestigiados investigadores universitarios mexicanos.
También plantó esquina en el encordado la biotecnóloga Beatriz Xoconostle Cazares, del CINVESTAV, IPN, investigadora que no vaciló en subrayar el combate manual de plagas en Sinaloa, omitiendo que en ese estado norteño de agricultura altamente tecnificada, los aviones cargados de glifosato y otros venenos rocían a mansalva plantíos y poblados.
Omar Ibarra, de Agrobio México —la fachada de organismo civil con que opera Monsanto en este país—, desde el ringside sugirió que no creyéramos todo lo que circula en internet pero sí confiáramos a pie juntillas en la FAO, OMS y las dependencias del ramo del gobierno mexicano. En su menosprecio por la inteligencia del auditorio, sólo le faltó decir que únicamente las versiones en la red favorables a los transgénicos son dignas de crédito.
La ponente y el enviado de la trasnacional intentaron festinar la retractación (ocurrida la víspera) de la revista Food and Chemical Toxicology que publicó el estudio de Eric Séralini el año pasado, el cual reportaba la generación de tumores y daños en órganos vitales en animales de laboratorio alimentados con maíz de Monsanto. Con esto querían reforzar su defensa de la inocuidad de los transgénicos. No fueron muy lejos, desde el público se les recordó que no es la primera vez que las corporaciones presionan publicaciones científicas y montan campañas de desprestigio contra investigadores independientes como cuando el mencionado Chapela fue víctima de acoso que llegó a reflejarse en la revista Naturede forma parecida a lo que ahora Séralini enfrenta con la Food and Chemical Toxicology.
El retiro de la investigación de Séralini, hecho calificado como ilícito, anti científico y poco ético porque no se apega a los lineamientos para retractaciones de revistas científicas, ocurrió después de que a principios del año, Richard E. Goodman, un ex empleado de Monsanto y afiliado a grupos financiados por la industria de los transgénicos, asumió el cargo de editor asociado en la revista.
Las imágenes de las ratas de Séralini con tumores casi más grandes que el animal fueron un golpe directo al plexo solar de Monsanto. Así como Chapela derribó el mito de una tecnología bajo control y precisión, ahora Séralini mandaba a la lona el cuento de la inocuidad del maíz transgénico. De inmediato se desató una campaña feroz contra el investigador francés queriendo desacreditar los protocolos de su experimento. El equipo científico respondió puntualmente cada una de las críticas, con abundante información y respaldo de reconocidos investigadores sin conflictos de interés por estar o haber estado al servicio de las corporaciones.
En la cartelera local, el equipo de personeros y proclives de Monsanto no trae nada nuevo en los puños, son las mismas mentiras y truculencias: que las nuevas tecnologías siempre enfrentan resistencia (como si los campesinos fueran estúpidos que no adoptan tecnologías cuando les benefician), que los trámites y pruebas para liberar transgénicos son sumamente estrictos y costosos (lo que nos consta es que sus resultados son un secreto bien guardado), que los cultivos genéticamente modificados disminuyen el uso de agrotóxicos, que el minifundio y la agricultura de autoconsumo son una calamidad (mientras la FAO declara 2014 el año de la agricultura familiar), que la moratoria nos quitó 12 años de progreso, que la biotecnología es neutra (quizás, pero los biotecnólogos no).
Hasta fue defendida la «equivalencia sustancial” que sostiene que no hay diferencias esenciales entre cultivos normales y transgénicos. Fue muy reveladora la lista de «limitaciones” que Xoconostle presentó como los obstáculos del «desarrollo en México”: la moratoria a los transgénicos, baja inversión, luchas internas, fuga de cerebros, ¡científicos preocupados!, grupos de activistas, atentados y la competencia de las trasnacionales.
Por otro lado, el presidente de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, Antonio Turrent Fernández («también soy activista”, reivindicó), enfocó su ponencia en demostrar que el maíz transgénico y sus agrotóxicos no son necesarios para recuperar la autosuficiencia alimentaria de México y su liberación comercial sería un camino sin retorno para la nación. Sostuvo que la solución pasa por invertir más en el campo y establecerlo como una prioridad nacional.
El científico preocupado y activista acusó a las trasnacionales de hacer promesas de palabra, sin garantía ni fiador: que dizque acabarán con el déficit de maíz y seremos exportadores incluso en condiciones de crisis climática. El proyecto Masagro, del CIMMYT, prometía que en diez años, la producción campesina se elevaría en 10 millones de toneladas anuales. Estas promesas que carecen de base real, convencen no obstante al gobierno porque no le demandan cambios en el modelo neoliberal que desdeña la inversión productiva.
Turrent dedicó la mayor parte de su exposición a evidenciar las mentiras de las multinacionales de la industria transgénica: no sólo mayores rendimientos hasta convertirnos en exportadores, sino inocuidad de sus productos, disminución en el uso de agrotóxicos, posibilidad de coexistencia de los transgénicos con las razas nativas, protección tecnológica contra el cambio climático. Y todo ello «sólo” a cambio de protección a su propiedad intelectual, dejar hacer sin normas ecológicas engorrosas y abstenerse de etiquetar el maíz transgénico en vista de que si no causa daño a la salud para qué queremos aumentar el costo de los productos, argumento falaz que han usado en los plebiscitos en estados como California y Washington y que con carretadas de dólares han logrado ganar hasta ahora.
En una combinación de jabs, Turrent se centró en demostrar que los maíces transgénicos no tienen mayor rendimiento. Para empezar comparó la producción de Estado Unidos y la de Europa, con cultivos de maíz transgénico en más del 90 por ciento en el primer caso y maíces normales en el otro. Es interesante que el nivel tecnológico entre ambos ejemplos es prácticamente el mismo y las latitudes también son similares. El científico presentó un estudio que cubre desde 1961 hasta 2010 en rendimientos promedio de las dos regiones y resulta que en los años sesenta, el de EEUU era media tonelada más alto, pero a la fecha los rendimientos ya son ligeramente mayores en Europa. «Y caballo que alcanza, gana”.
En el caso de México no hay forma de hacer comparaciones en rendimientos porque aún con la Ley de Bioseguridad que obliga el paso por una etapa experimental y otra piloto, éstas fueron conducidas con gran sigilo y sus resultados no están disponibles para los investigadores, y como es sabido hasta ahora no ha habido cultivo comercial de maíz transgénico.
«Pero si se cultivara maíz transgénico en sustitución del maíz normal en el país —afirma Turrent—, la producción disminuiría sensiblemente, en vez de 22 millones de toneladas anuales, no pasaríamos ni de 15 (mdt).”
«Veamos por qué: la tecnología transgénica sólo funcionaría en 3 millones de hectáreas de la mayor calidad en el país, bajo riego, como en Sinaloa o bajo temporal en tierras planas, como en el Bajío. No hay oferta de tecnología transgénica para más de 5 millones de hectáreas de tierra de calidad media a marginal. No habría incremento en el rendimiento en las tierras de mayor calidad. En Sinaloa, donde se siembran 500 mil hectáreas de maíz mejorado normal bajo riego en ciclo otoño-invierno, se cosecha ya a razón de 10 toneladas por hectárea promedio. Los 5 millones de toneladas que produce Sinaloa se mantendrían más o menos igual pero entonces sería maíz transgénico con impacto en la salud de los consumidores directos del grano.”
En más de 3 millones de tierras marginales sembradas con la oferta de maíz transgénico, el rendimiento sería cercano a cero. Por ejemplo, la meseta semiárida de temporal que incluye los estados de San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, ahí prosperan nada más los maíces nativos porque la ventana de crecimiento es muy corta, se siembra desde que empieza a llover hasta la primera helada, apenas son 120 días; otros maíces estarían apenas entrando a floración cuando les caería el hielo. «Como no hay maíces resistentes a las heladas, la producción sería cero”.
El rendimiento como resultado de la tolerancia genética a factores ambientales, incluyendo la sequía y las heladas, tiene un carácter multigénico, cuantitativo; podríamos estar hablando de miles de genes de un efecto muy pequeño en lo individual. Así que para crear variedades resistentes a la sequía, el camino no es la tecnología transgénica que actúa sobre unos pocos genes sino el mejoramiento tradicional, explica Turrent.
Otro ejemplo son los suelos pedregosos de la península de Yucatán donde también sólo las razas nativas prosperan. En la Sierra Madre Oriental, donde llegan los vientos alisios, con neblinas constantes, suelos ácidos y enfermedades nativas, ahí también solamente prosperan dos o tres razas nativas de maíz. Va más de medio siglo de experimentación con mejoramiento mendeliano y aún no se ha podido producir un maíz que compita con las razas nativas de esta región. Con transgénicos, menos.
Por otra parte, el grano de maíz nixtamalizado se consume en más de 600 preparados alimenticios incluidas bebidas típicas regionales. La manufactura de estos preparados requiere de razas específicas de maíz nativo. No puedes usar un maíz pozolero para hacer palomitas. El maíz transgénico para esto, por supuesto, no tiene respuestas.
No somos idiotas, dijo Luis Meneses Murillo en su exposición, representando a la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas, «y nos resistimos a convertirnos en peones de las trasnacionales”.
En una estrategia de flanqueo, Meneses invirtió el orden en los términos del debate: «No voy a iniciar hablando de los riesgos de los cultivos transgénicos. Quiero hacer una pregunta que siempre se hace un campesino antes de sembrar: ¿las semillas transgénicas producen más?, ¿son más nutritivos sus frutos?, ¿cuál es el problema que se quiere resolver: la alimentación en el mundo, mejorándola y haciéndola suficiente?
«La respuesta es no, no producen más, porque las modificaciones genéticas están hechas con otro propósito. El meollo no está en el ámbito científico, sino en el absurdo de las grandes empresas y los gobiernos que las protegen y les sirven para aumentar ilimitadamente sus ganancias”.
«Casi la totalidad de las semillas transgénicas son propiedad de cinco empresas transnacionales: Monsanto, Novartis, Aventis, Syngenta y Pioneer. Entonces estamos frente a una sin razón: las presiones de las empresas trasnacionales para liberar la siembra de maíz transgénico no son para producir más, sino por utilidad económica y dependencia tecnológica hacia este monopolio de las semillas”.
Por otra parte, Meneses recordó la ardua lucha de los campesinos para impedir que las trasnacionales como Monsanto con la complicidad de los legisladores violen sus derechos mediante la imposición de reformas legales. En abril del año pasado, por presión de la UNORCA y otras organizaciones se logró retirar del orden del día del pleno de esta Cámara el dictamen sobre la minuta del Senado que reforma la Ley de Variedades Vegetales. Esta reforma pretende reforzar la propiedad intelectual y reducir los derechos campesinos, adoptar los compromisos de la carta 1991 de la UPOV (Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales) y abandonar la carta 1978 que actualmente rige, darle carácter de variedad a los transgénicos con lo que se les otorgaría un estatus de propiedad que no les corresponde, crear una especie de policía de Monsanto y penalizar el libre intercambio de semillas entre campesinos.
«El asunto está suspendido mas no concluido ya que las empresas trasnacionales podrán volver a impulsar la minuta para su aprobación. Por ello demandamos a esta soberanía que deseche la minuta que le envió el Senado por la gravedad que representa para los campesinos e indígenas mexicanos y para el país”, dijo.
Al final de la función el equipo afín a Monsanto se veía muy vapuleado pero se negó a tirar la toalla. La temporada apenas empieza.