Una mirada desde la Argentina
Que nadie se confunda conmigo, no soy economista. Pero a veces me tomo el trabajo de tratar de descifrar lo que buscan los economistas y, más aún, lo que buscan los operadores políticos y financieros.
Quizás sea demasiado obvio o demasiado simplista, pero cuando una empresa pretende una devaluación para tener mayor competitividad, está hablando de bajar los sueldos, de pagar menos impuestos, de devolver menos de lo que debe y de obtener mayores ganancias en las exportaciones. Cuando lo hace un operador financiero lo que suele querer es que su capital en divisas extranjeras se multiplique otorgándole mayor poder sobre el resto del sector productivo.
El operador político lo que busca es debilitar al Estado de distinto signo para que se vea en la encrucijada de maltratar a su gente y eso permita que deba negociarse un nuevo poder, con los aliados beneficiados de la devaluación. Es decir, con los que han obtenido unas ganancias siderales y pueden permitirse la compra de un poder ejecutivo que los siga favoreciendo.
Los que pecan de avaricia multiplicando los billetitos verdes obtenidos en el extranjero o que pretenden conseguir los mismos beneficios en “Evitas”, no pueden ser considerados “patriotas”, ni siquiera por ellos mismos, como lo pretenden. El principal interés de sus vidas está muy alejado del bien común y su mirada ombliguista los convierte en los monigotes de piedra de la Isla de Pascua, quienes de tanto mirarse el pupo terminaron por comerse los unos a los otros.
Los neoliberales suicidas
Esos son los que tienen un plan. Luego están los que no tienen plan, sino groseros deseos. Ya sean alimentados por los estandarizados modelos repetidos por los medios de desinformación o por una cultura materialista retrógrada. Mejor dicho, ese cúmulo de cosas, aderezado por una espiritualidad que otorga al libre albedrío una preponderancia marcada en la cosificación de los otros, el resto tiene un sentido en tanto que funcional a mis intereses.
No hablo de mala voluntad o mala fe consciente, pero el “sálvese quién pueda” o la prepotencia del “yo llegué primero” es una tara que debe afrontar cualquier cultura o sociedad para enfrentar el Siglo XXI y que afecta todos los órdenes de la vida. El que sólo piensa en viajar a la conchichina para comprarse un gadget electrónico más barato que lo que cuesta acá (esto sirva de ejemplo de un razonamiento muy extendido), podría también plantearse cuál es el costo de ese bajo precio.
El empresario argentino dice “el trabajador argentino está muy bien formado, pero es muy caro”, lo cual nos permite deducir que en otros países la flexibilización laboral, el trabajo esclavo, donde los niños trabajan, donde las materias primas se consiguen a sangre y fuego bombardeando países y fomentando guerras tribales, los precios se deciden en la mesa de los triunfadores y no en un Congreso representativo de todos los ciudadanos. Cabe mencionar que buena parte de ese empresariado argentino preferiría continuar con el trabajo esclavo y/o flexibilizado acá mismo, para qué irse a Indonesia o Vietnam, que genera muchos gastos de transporte. Ellos están listos para acortar derechos sociales fundamentales.
Si un país toma la decisión estratégica de hacer valer lo que produce a los precios que exige pagar sueldos que no sean de hambre y no permite la irrupción de productos elaborados en otras condiciones, deberá hacer frente a la inflación generada por la falta de escrúpulos de los formadores de precios. ¿Cómo se forma un precio? Simple, se vende hasta el límite de lo que la gente esté dispuesta a pagar.
Aquí entramos en el terreno de los precios razonables o justificados y los precios inflados, que cubren las sobreexpectativas generadas en las cabezas febriles de la avaricia. Que no todas son gobernadas por la mala fe, insisto. También hay un sustrato social que genera el terror de volver a perder todo con una devaluación, con una carrera inflacionaria o un default gubernamental y que provoca que todos tratemos de salvarnos en el menor tiempo posible porque no sabemos lo que puede pasar mañana. Sin olvidar el clima generado por los medios de comunicación que repiten en cadena a estos empresarios y operadores, que responden, además, a los intereses de los mismos propietarios de medios o, como mínimo, a sus auspiciantes.
No me caben dudas que el voluntarismo de las mayorías puede ejercer una influencia extraordinaria en las clases dominantes, sin embargo, la capacidad de disponer de plazos extendidos de tiempo para sostener sus imperios hace necesario la acción sostenida y firme de una construcción política que invite a los corporativistas a honrar sus deudas, pagar sus impuestos, aumentar los sueldos de sus trabajadores, no reemplazar la mano de obra local por deslocalizaciones, la reinversión de los beneficios obtenidos del capital de los trabajadores y la desconcentración económica que significan los oligopolios. Poner la mirada en el bien común y no en la ventaja personal.