Luis Brunati (especial para ARGENPRESS.info)
«Éste es el primer siglo en la historia del mundo en el que el más grande riesgo viene de la humanidad»
Pero mientras haya vida estamos a tiempo de plantear una revolución ética capaz de recuperar el valor social de la felicidad como motor de cambio a través de un movimiento reivindicador del deseo.
Poco antes de su fallecimiento en noviembre de 2010, Frank Frenner, prestigioso científico australiano con más de una docena de reconocimientos internacionales como investigador en microbiología y medicina, anunció: “en unos 100 años la especie humana se habrá extinguido”.
Si bien de ser así el “homo sapiens” no tendría el record de ser el primer homínido en extinguirse, sí se convertirá en el primero en alcanzar esa meta por acción propia y en tiempo récord. Unos 60.000 años, contra los más de 200.000 años que alcanzaron a sobrevivir los neardenthales, desaparecidos hace apenas unos 28.000 años, por razones ajenas a su actividad sobre el planeta tierra.
De continuar agrediendo al planeta, y de acuerdo con la afirmación de Frenner, el 1° de enero de 2014 los “sapiens sapiens” entraremos en el año 96 de nuestra cuenta regresiva, en la cual, bastante menos de la mitad sería de “cierto confort”, ya que los problemas climáticos, la contaminación de la tierra, el aire y el agua, la crisis energética, la problemática social y la superpoblación harán dramática la subsistencia más allá del 2050 o sea: dentro de 36 años.
Contrasentido
La sociedad parece haber comenzado a valorar la ecología. Palabras reservadas a unos pocos especialistas hace tan solo 20 años, hoy tienen un significado bien concreto para vastos sectores. Hoy, ambientalismo, sustentabilidad, ecosistema, biodegradable y tantos otrs conceptos forman parte del lenguaje corriente, lo cual podría ser leído como una toma de conciencia social acerca de la problemática.
Sin embargo, resulta sencillo advertir que esos términos están siendo mejor aprovechados para promover las ventas y acelerar el consumismo que para disminuirlos.
El argumento ecológico sirve hoy para vender más autos, acondicionadores de aire, lamparitas, lavavajillas o más de lo que sea, lograr rating televisivo y en general promover consumo. En otras palabras y salvo honrosas excepciones, aún entre quienes compartimos una mirada ecologista, parece predominar una postura en ese sentido por sobre una actitud coherente en los hechos respecto del consumo.
Prueba de ello es el apego masivo del ciudadano a los indicadores de crecimiento económico como patrón para medir el éxito o fracaso de una gestión o decidir el voto. Código abarcativo de todo el arco ideológico, incluso para la economía y política de izquierda, supuestamente más orientada en defensa del ambiente.
Se podría decir que somos cada vez más conscientes de estar frente a un problema grave, sin lograr asumirlo como propio, nuestro. La responsabilidad parece ser siempre ajena.
Nuevas amenazas
El sueco Nick Bostrom, director de un equipo interdisciplinario del Instituto del Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford, se ha sumado recientemente a la idea de la posibilidad que existe de “que este sea el último siglo de la humanidad”.
En un informe dado a conocer recientemente por dicho organismo, Bostrom señala que, riesgos considerados hasta hace poco extremos, como los desastres naturales, el impacto de un asteroide, los terremotos, el peligro de una guerra nuclear o bacteriológica y cuestiones por el estilo que suelen angustiarnos respecto del futuro, revisten poca gravedad frente los riesgos de la manipulación genética. «Estamos al nivel de los niños en términos de responsabilidad moral, pero con la capacidad tecnológica de adultos».
Sean O’ Heigeartaigh, experto en evolución molecular, se ha expresado con crudeza sobre los experimentos de desmantelamiento y reconstrucción de estructuras genéticas. «Lo más probable es que no se propongan hacer algo dañino», pero el riesgo de que se dispare una secuencia de eventos no prevista es enorme, ya que los humanos estamos produciendo a ritmo vertiginoso modificaciones que la naturaleza, experta en evolución, realiza en cientos o miles de años.
La interacción de la inteligencia artificial con el mundo exterior es otro de los temores de los expertos reunidos en Oxford. Esa «inteligencia» informática puede ser una herramienta poderosa para la industria, medicina, agricultura o el manejo de la economía pero entraña el mayor riesgo que haya vivido el género humano.
«Éste es el primer siglo en la historia del mundo en el que el más grande riesgo viene de la humanidad», señala el astrofísico y actual astrónomo real británico Martin Rees.
«Con cualquier nueva tecnología hay ventajas pero también riesgos», observa. «Es una cuestión de escala: vivimos en un mundo más interconectado: más noticias y rumores se difunden a la velocidad de la luz. Por ello, las consecuencias de un error o terror son más desmedidas que en el pasado».
«No se trata de ciencia ficción, ni de una doctrina religiosa o la conversación en un bar: no hay ninguna razón moral admisible para no tomarlo en serio».
La conceptualidad perdida
El sentido social se ha extraviado. La lucha por la jornada de 8 horas iniciada en el siglo XIX se apoyó en los derechos que la sociedad y el proletariado asumían como propios de participar de los beneficios derivados del maquinismo, la industrialización y los beneficios generados por el cerebro humano. En otras palabras, la lucha por la jornada de 8 horas es evidencia concreta de que las capacidades especiales de la especie humana eran asumidas como un bien colectivo. Los sapiens sapiens habíamos sido capaces de crear máquinas para labrar la tierra, realizar trabajos pesados o penosos y la conciencia humana se sentía íntimamente convencida de su derecho a la socialización de ese bien.
En un equivalente de aquella conceptualidad transpolada a nuestros días deberíamos encontrarnos luchando por una jornada laboral considerablemente más reducida, someter a controles extremadamente severos la manipulación genética y exigir el pago de cánones muy importantes por el derecho a realizar alteraciones genéticas. Muy lejos de eso, es el interés privado quien cobra royalties por vender de semillas patentadas.
El filósofo italiano Franco Berardi, relata en su importante trabajo “La generación post-alfa”, que la idea de vincular la riqueza al tener, la acumulación de activos y las finanzas, es propia de la ciencia triste: la economía, que en su modo de pensar transforma la vida en carencia y la felicidad en necesidad de consumir.
El espectáculo de la Inseguridad
La inseguridad es sin duda real en las grandes ciudades, sin embargo el aprovechamiento ideológico que tiende a hacerse de ella en occidente es llamativo y audaz.
El desarrollo de la tecnología y la proliferación de cámaras de “seguridad” que permiten registrar una enorme cantidad de ilícitos y hechos delictivos ha colocado cierta forma de la violencia en la vidriera, pero paralelamente se omiten otras.
La violencia individual contra los sectores incluidos tiende a sensibilizar, genera adhesión y solidaridad con las víctimas, beneficios de los que no goza ni la violencia bélica, la violencia de la pobreza y la inseguridad que viven los excluidos.
Este modo particular de analizar la inseguridad se orienta en un sentido represivo. Tienden a generarse la condiciones para justificar privilegios de clase y defenderlos en forma irrestricta del modo que sea necesario.
Frente a los pobres que lo único que tienen es dinero es posible anteponer en consonancia con una mirada ambientalista un movimiento de ricos en tiempo. Tiempo para disfrutar de la vida, la naturaleza y las relaciones humanas. Tiempo para conversar, conocer, relacionarnos. Tiempo para el arte y hacer el amor.
El canto de la cigarra
Es muy probable que ciertas conductas de los jóvenes enjuiciados por aparente irresponsabilidad, indolencia o pereza, no sólo sea justificada rebeldía frente al consumismo, la hiperproducción y las supuestas conductas morales, sino además una manifestación de salud, una oportunidad para cambiar.
Por más respetuosos que creamos haber sido en la educación de nuestros hijos, el mensaje de sobrevaloración ética del trabajo, se introdujo hasta la médula en la sociedad occidental y se impuso al planeta. La raíz etimológica de la palabra trabajo es tripalium, tres palos, un antiguo método de tortura.
Sería momento de comenzar a revisar, reconocer e incluso pedir disculpas por el exceso de trabajo, acopio material y condena de la bohemia. La crucifixión de la cigarra por su “irresponsabilidad” de cantar termina siendo una cruel metáfora para las pretendidas aspiraciones de la moraleja.
El misterio de Pascua
Dicen que el misterio de Pascua ya no es como los Moáis (estatuas de piedra) llegaron a una isla desierta, sino como su población no advirtió a tiempo que su acelerado crecimiento conllevaba su autodestrucción.
¿Estaremos a tiempo aún de detener nuestra desenfrenada carrera hacia el abismo?
En los años ´70, el famoso mitólogo norteamericano Joseph Cambell sostenía en “El poder del mito”, que el próximo paradigma del ser humano sería de carácter universal. Sin duda la preservación del planeta lo es, y su destinatario ya no es un hipotético habitante del futuro: somos nosotros mismos y lo que es más conmovedor: nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.
Mientras haya vida estamos a tiempo de plantear una revolución ética capaz de recuperar el valor social de la felicidad como motor de cambio a través de un movimiento reivindicador del deseo. Un movimiento de los ricos en tiempo para disfrutar de la vida, pasear, conversar, relacionarse, compartir, hacer el amor. La continuidad de nuestra sensibilidad en el cuerpo del otro. Soy feliz porque el otro lo es y sufro por sus penas dolores y angustias