Patio. Exterior. Interior. Sentado en el patio. Angosto, con paredes blancas algo manchadas por el paso del tiempo.
La mente algo turbia. Los pensamientos cambiaban con rapidez. Sus ojos – desorbitados. La música sonaba dentro de su cabeza y tal vez afuera también.
Las hormigas caminaban por el piso, y sus pasos retumbaban en su mente.
Había un árbol de palta frente a él. No tenía frutos aún, pero cada una de sus hojas tenía una boca. Las bocas le hablaban: «estaba preservado en ella el fresco milagro de la sorpresa», repetían. Él conocía esa frase. Alguna estrella fugaz que se había apagado en la década del ´70. «El fresco milagro de la sorpresa», pensó.
Las paredes se mecían lentamente con el viento. De pronto el piso se tornó naranja. Se sumergió en él, mientras las flores del jardín se abrían escupiendo harina.
Siguió así hasta que la burbuja explotó. Cayó al suelo y se levantó. Estaba en medio de un sembradío de botellas de agua. Su abuela, fallecida hacía algunos años, apareció vestida de bufón, haciendo malabares con cinco ojos humanos. Los ojos lo miraban y le guiñaban mientras revoloteaban por el aire.
El aire. Violeta. Sentía cómo las moléculas de oxígeno entraban por sus orificios nasales, haciendo crecer jazmines en su interior.
Los pasos de las hormigas se escuchaban cada vez con mayor intensidad. Las buscaba para pisarlas, pero no las veía. Entonces, cuando el ruido se tornó insoportable, comenzaron a salir por los poros de su piel. Millones de hormigas pronunciando mantras.
Cuando el piso del patio se llenó de ellas, éstas comenzaron a formar palabras en sánscrito. Él corrió hacia el árbol y arrancó un diccionario. Buscaba apurado las palabras que formaban las hormigas; «tres – pasos – sin – espiga – cinco – sur – ciruela del norte», repetían una y otra vez. Ahora escuchaba también una marcha militar.
Las palabras revoloteaban como mariposas plateadas frente a sus ojos. Su significado era un enigma o tal vez un enema. Se durmió pensando en ellas y soñó con el planeta. El planeta estaba abortando a sus habitantes. Personas, casas, perros, barcos, barriletes, mares, árboles, tableros de ajedrez. Todos fluían por la vagina del planeta hacia el espacio exterior y avanzaban a una velocidad increíble hacia la nada, de la misma manera que lo venían haciendo desde la creación.
El planeta quedó vacío, como la cáscara de una nuez, menos una maceta grande en la cual crecía un cactus amarillo, que en lugar de espinas tenía tubos de vidrio que contenían cucarachas con bigotes. Cada cucaracha tenía una misión.
Pero él se despertó antes de enterarse cuál era esa misión. Miró a su alrededor y notó que estaba adentro de uno de esos tubos. Tal vez se había convertido en cucaracha.
El mundo era salvaje. La noche comenzaba a abrazarlo y él seguía en el patio. Comenzó a sentir un sueño terrible y sus párpados, hechos de cáscaras de durazno, comenzaron a cerrarse.
Antes de que se cerraran por completo, alcanzó a taparse con su frazada de ladrillos. «Buenos noches, mi amor… buenas noches», escribieron las hormigas.