Por Íñigo Sáenz de Ugarte para eldiario.es
El Gobierno libio ha anunciado que la tranquilidad ha vuelto a Trípoli. Es el mismo Gobierno que ha fracasado de forma estrepitosa en el intento de imponer el orden y de controlar a las milicias que fueron decisivas en el derrocamiento de Gadafi y que no parece que hayan quedado satisfechas con el posterior reparto de poder.
Los sucesos del viernes son el peor incidente violento ocurrido en Libia desde el fin del régimen anterior. Milicianos de Misurata abrieron fuego directamente contra la manifestación de los ciudadanos de la capital que pedían precisamente que se acabara con la violencia impuesta por esos grupos armados. Murieron cerca de 50 personas y hubo centenares de heridos. Los milicianos llegaron a utilizar hasta lanzacohetes para disparar sobre los civiles desarmados. Pocas imágenes pueden resumir mejor la situación de un país que se cae a trozos y en el que coinciden varios enfrentamientos violentos distintos.
La versión de la agencia oficial de noticias es que los milicianos de Misurata abandonaron los edificios que controlaban la capital. No se sabe con seguridad si es cierto pero es aún más revelador la identidad de las fuerzas que han ocupado esas posiciones, siempre según la versión oficial. No el Ejército, sino otra milicia, esta legalizada por el Ministerio de Defensa. Se trata de una fuerza militar compuesta por miembros de milicias regionales y auspiciada por el Gobierno.
Tras muchos enfrentamientos a tiros, asesinatos y secuestros, la inexistencia de una autoridad central y el reparto de poder entre milicias (y en este punto da igual que sean legales o ilegales) no forman ya una hipótesis probable sobre el futuro de Libia, sino una realidad. El Gobierno carece de poder ni siquiera para impedir que los grupos armados monten controles en la misma Trípoli. En la línea de lo habitual allí, quienes respondieron desde el primer momento al ataque a la manifestación no fueron policías o militares, sino miembros de milicias de la capital y de otras ciudades.
En Trípoli se está produciendo una huelga general de tres días en protesta por toda esta violencia. Este domingo (día laboral), todos los comercios y empresas estaban cerrados, excepto hospitales, farmacias y gasolineras. No servirá de mucho si el Gobierno no consigue promover un acuerdo de coexistencia entre las milicias regionales.
Obviamente, la clave es el reparto de los ingresos del petróleo. Las tribus de la región oriental, donde además son fuertes los grupos yihadistas, quieren la vuelta a la división del país en las tres zonas que existían antes del régimen de Gadafi. Su intención es que los ingresos de la exportación de crudo se queden en su mayoría en su región, y de hecho es lo que han hecho de forma unilateral en los últimos meses. Todo este caos ha hecho que la producción de petróleo haya descendido a los 250.000 barriles diarios cuando antes de la guerra superaba los 1,6 millones.
Se han cerrado refinerías y bloqueado terminales petrolíferas, con lo que el país ha perdido ya 6.000 millones de dólares desde el verano, según el ministro de Economía.
Las regiones que no cuentan con petróleo no quieren que la zona oriental se aproveche en exclusiva del privilegio de contar con la mayoría de los pozos. La forma de exigir sus reivindicaciones es a través de las armas. Y en Misurata se conserva un arsenal desde la época de la guerra como para continuar la violencia durante años.
Frente a las visiones caricaturescas sobre cómo ejercía Gadafi el poder y sus excentricidades (algunas dramáticamente ciertas), lo cierto es que una de las razones por las que conservó el poder durante décadas fue su habilidad para manejarse entre las estructuras tribales, otorgar privilegios a unas, inversiones a otras y teniendo a todas relativamente satisfechas. La región oriental creía salir perdiendo en el reparto (allí está la mayor parte del petróleo), pero ahí es donde entraba la fuerza. Un caso clásico de palo y zanahoria.
El actual Gobierno ni tiene un plan para recuperar esa cohesión ni fuerza suficiente como para aplicarlo.
Foto: Manifestación en Trípoli el domingo contra las milicias.