«Casi todas las trazas de unas reminiscencias fabricadas con palabras se habían pervertido hasta mostrar sus entrañas más viles»
Leonardo Padura
Duró poco más de seis horas. En ese lapso el mundo pareció suspender su itinerario borrascoso. Los canales de televisión dispusieron sus ojos, las cámaras, alrededor de esa casa en la que dos delincuentes, uno de ellos de frondoso prontuario, mantuvieron a una familia como rehén mientras negociaban una entrega honrosa (Digresión: el adjetivo «frondoso» se utiliza, casi exclusivamente, para calificar al sustantivo «prontuario». Como «verde césped» para el fútbol y «presea», sólo cada cuatro años, para las crónicas de los Juegos Olímpicos. Mediocridades lingüísticas del periodismo vernáculo.). La excepción: la TV Pública.
Hasta CN23, canal de cable de un grupo empresario afín al kirchnerismo, cayó en la lógica de la crónica roja como paradigma del show televisivo. No hubo, durante todo ese tiempo, otra noticia. Ni en el graf, ni una ventana, ni flashes mostraban lo que ocurría más allá de perímetro de doscientos metros que rodeaban la vivienda de Tortuguitas, ciudad del centro-norte de la provincia de Buenos Aires, a casi cuarenta kilómetros del Obelisco porteño. Para la familia que fue víctima del episodio está justificada la atención absoluta de los medios, pero el universo siguió girando sobre su eje, Silvio Berlusconi siguió siendo el árbitro de la política italiana, Messi continuó su recuperación de la seguidilla de lesiones a que lo sometió la máquina de producir euros con su talento, al tarambana de Justin Bieber le embargaron sus equipos musicales, Obama siguió espiando a propios y extraños y Carrió persistió en descubrir conspiraciones incomprobables.
Es que, una vez más, el conglomerado mediático blindó todo vestigio de realidad para que sólo resaltara lo morboso, lo sanguíneo, en fin, lo facturable, lo plin caja. Como dijo Durán Barba, lo espectacular.
El sincericidio del ecuatoriano merece varias lecturas. Sandra Russo, en Página 12 del sábado 16 de noviembre, hace hincapié en un detalle que a casi todos les pasó inadvertido. Jaimito dice lo que dice de Hitler para compararlo con Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Está a un paso de incluir en la volteada a Cristina, Evo, Correa y, dentro de poco, a Bachelet, si ésta cumple con lo prometido durante la campaña electoral chilena. Mientras el hitlerismo, protegido por proscripciones, asesinatos en masa y con espeluznante apoyo popular, produjo Auschwitz, los gobiernos latinoamericanos, también con apoyo masivo y en la más absoluta libertad, produjeron UNASUR y trabajan para desmonopolizar la vida cotidiana. Y allí está, en esa tramposa manera de presentar al monstruo del apogeo científico del horror, me parece, el huevo de la serpiente.
Se ha tomado con demasiado énfasis el exabrupto neonazi como una ofensa sólo a la colectividad judía. Creo que es un error. Intencional, además. E histórico. El elogio al pintor frustrado de Viena es un ataque ético a toda la sociedad argentina. O, para ser más preciso, a casi toda. Inclusive existen personajes públicos de la colectividad que han reaccionado de una manera sorprendente, por decir lo menos. El rabino Sergio Bergman reconoció, a duras penas, que los dichos del publicista con «caradeyonofui» fue un error («No hubo errores, no hubo excesos…», coreábamos con cadencia musical en las calles, «codo a codo»). Su pertenencia al Partido que asesora el canalla puede más que lo que aprendió del Holocausto en el Seminario Rabínico Latinoamericano, seguramente. Y el Peperiodista Eliaschev, que cursó el Bar Mitzvá en tiempo y forma, quiero creer, se enredó en la semántica para tratar de exculpar al autor de «El arte de ganar», en coautoría con Santiago Nieto (Debate, 2010). Ambos, el religioso y el peperiodista, vienen a ser la versión 2.0 de los Judenrat, aquellos prominentes miembros de la colectividad judía que, en los campos de concentración nazis, eran elegidos por los genocidas para administrar y disciplinar a los detenidos. Rabinos, comerciantes ricos y figuras destacadas del judaísmo formaban un Consejo y colaboraban con los asesinos. No estoy traspolando, no, porque soy lector, admirador y amigo de Felipe Pigna, ya saben, pero no puedo evitar recordar que, salvando las situaciones históricas, también al «espectacular» lo sostuvieron las grandes empresas alemanas del momento (Krupp, Messerschmidt, Mercedes Benz, Siemens y, desde Estados Unidos, el mítico Henry Ford, entre otros) como hoy al autor intelectual del insulto moral y a su alumno destacado, también por voto mayoritario. El Grupo Clarín, el diario La Nación, la Sociedad Rural y siguen las firmas, cubren las espaldas de Durán Barba y sus asesorados. Insisto, no estoy comparando, marco una constante en la actitud de los poderosos a través de los tiempos. Inclusive, algunos de esos nombres participaron en los años de la dictadura burguesa terrorista argentina. Y ni hablar de la complicidad judicial. No está demás señalar que el asesor del macrismo está procesado por la campaña sucia contra Daniel Filmus, el competidor del gerente porteño, cuando difundió con malicia que el padre de aquél era arquitecto y estaba vinculado con Sergio Shoklender, el doblemente estafador de las Madres. El juicio está muy cerca de prescribir por abulia de la corporación tribunalicia para investigar.
Usted puede pensar que lo mío es delirio, pero se me ocurre que, conociendo la trayectoria perversa del ecuatoriano (basta recordar que en su libro se jacta de haber producido el suicidio de un candidato opositor a sus intereses), quizás el objetivo del uso del adjetivo sea probar el límite del síntoma «me-importa-medio-carajo» de la clase media porteña que vive casi exclusivamente para ganar guita fácil, vivir a costa del otro y joder a «la yegua». Si los lefebvristas (¿hay mucha diferencia con los dichos de admiración al jerarca nazi y la irrupción de estos tipos a la Catedral?) generaron apenas algunas pocas imágenes televisivas y Macri declaró que el episodio Durán Barba «ya terminó», espero el resultado de las próximas elecciones en Capital Federal.
Permítanme sostener cierto escepticismo al respecto. Es que vivo en Mendoza, una sociedad peligrosamente cobotizada.