Lina Cahuasquí es ecuatoriana y está vinculada a diversas redes internacionales en la lucha por los derechos humanos. Desde hace ya algunos años trabaja en torno a la soberanía alimentaria, con organizaciones indígenas y campesinas. Hace parte de la FIAN- (Food Firs Information and Action Network), que trabaja fundamentalmente por la soberanía alimentaria y el derecho a la alimentación, a comida sana y saludable para todos y todas. Al preguntarle por la violencia y la no-violencia, desde su historia de vida, Lina nos compartió su testimonio.
“Yo crecí en una familia de madre campesina y padre licenciado en leyes. Toda la vida tuve el ejemplo de lucha, de atención a la gente, de la relación de mi madre con la gente que vivía en la comunidad y de los esfuerzos de mi padre luchando contra la burocracia de lo que en aquel entonces se llamaba Palacio de Justicia. Es el testimonio de ellos el que me ha marcado en la vida.
Cuando trabajé en el sector público me vinculé con la Asociación de Empleados. Era, digamos “una secretaria poco normal”. Estaba preocupada por los derechos de los trabajadores, por los temas salariales, las jornadas de trabajo. Mi padre siempre me dio ejemplo y me entregó principios, valores y la certeza de que era necesario luchar por los derechos. Fue casual que llegara luego a una organización de derechos humanos. Yo ni siquiera sabía lo que eran. Poco a poco fui aprendiendo y me vinculé con las comunidades y pueblos.
Paradójicamente, en ese espacio comencé a sentir que yo tenía que hacer muchos más esfuerzos para tratar de sobresalir en un mundo en el que todos los directores y líderes eran hombres. Yo convocaba a las reuniones y siempre me asignaban el papel de la logística o de servir el café. A mi no me costaba nada pero sentía ya desde ese momento que yo tenía que hacer un doble de esfuerzo para poder salir adelante y lograr que mi opinión tuviera algún peso. Al principio aceptaba, pero luego me fui dando cuenta de que yo era una persona que valía, que tenía criterio, que pensaba. Poco a poco me fui abriendo camino en ese mundo. Fue una lucha doble por tratar de hacer valer lo que pienso, de lograr que mi criterio fuera valorado.
Trabajé entre el 2000 y el 2006 en el comité institucional contra las fumigaciones. Asumí la tarea de convocar a un conjunto de organizaciones para luchar contra el Plan Colombia y las afectaciones que estaba produciendo en el campo. Aprendí allí a reconocer las diferencias, los talentos distintos que pueden complementarse.
En estas luchas observo que, pese a que muchos hombres y mujeres están conscientes de la situación, no es fácil abrirse campo como mujer. Es más lo que he aprendido que lo que he enseñado. Actualmente trabajo con organizaciones indígenas y campesinas y cada vez que voy al campo aprendo una cosa nueva.
El contacto con la gente y las organizaciones es un gran aprendizaje. Es necesario sumarse como persona que lucha y como persona que siente. Lo mejor que me ha pasado, es trabajar en derechos humanos, con mujeres, con indígenas, con migrantes y campesinos. Han sido espacios de lucha y de esperanza. Las mujeres estamos destinadas para largas jornadas. Por eso reivindico nuestros derechos.
Frente a la injusticia, la violencia no es la respuesta. No puedo aceptar ninguna forma de violencia, ni física ni de ningún otro tipo. No puedo aceptarla en mi propia vida porque soy una persona con las mismas capacidades que cualquier otra. Es importante que las mujeres tengamos esta certeza. Hay demasiados mitos por revertir”