Por Néstor Elias.-
Nos envuelve por estos días la cercanía de un nuevo 12 de octubre. Dicha fecha recibió un cambio de denominación en el último tiempo y pasó de ser el obsceno «Día de la Raza» a ser hoy el «Día de la diversidad cultural». Sin embargo, se sigue machacando sobre el mismo concepto: el 12 de octubre «empezó» algo nuevo en el continente. Por esa misma razón, no es saludable conmemorar esa fecha, porque es la fecha símbolo de la consumación del apropio, de la muerte masiva, del robo más estrepitoso que ha sufrido nuestra Abya Yala, hoy devenida en América. El 12 de octubre es la fecha símbolo de la muerte de casi setenta millones de personas originarias de estas tierras. Todo ello se consumó con el fin de llevarse las riquezas de la misma y explotar a sus habitantes, someterlos y destruir esas culturas en pos de imponer la cultura capitalista dominante.
La mal llamada «llegada de la civilización» siempre estuvo ausente con especial perversión. Ellos eliminaron a distintas civilizaciones. Donde fundaron unos pocos Estados existían muchas naciones. Hubo muchos responsables pero ninguna culpa. Hubo muchas muertes pero ningún duelo. Hubo muchos festejos inmorales durante más de quinientos años y algunos resabios insolentes aún existen en todo el continente y por supuesto en la tierra de los apropiadores.
El cambio de «carátula» sobre esta particular fecha es una nueva muestra de no querer reconocer la más escandalosa masacre que se haya gestado en el mundo a manos de quienes hoy ostentan «títulos de países centrales». Conmemorar el 12 de octubre es, más allá del maquillaje, seguir considerando la fecha en la que se empezó a expresar «lo nuevo» en favor de los intereses y los espantosos métodos del apropiador. No es una actitud valiente haber llamado a esta fecha «Día de la Diversidad Cultural». Mucho menos considerarlo una fecha de feriado móvil en beneficio del negocio del turismo. Una actitud valiente sería sumar nuestra voz al día previo denominado «de dolor y consternación por la muerte de nuestros hermanos» y transformarlo en día de duelo continental (empezando por hacerlo nacional, que es hasta donde se puede tomar decisión ejecutiva) y durante el mismo propiciar jornadas de reflexión y revalorización de nuestras raíces explicando sin temores ni prejuicios todo lo sucedido durante el mal llamado proceso de colonización, cuando en verdad lo que hicieron fue liberar una zona para matar y robar todo lo que pudiera servir a los intereses de distintas coronas europeas en situación de riesgo por entonces.
Por supuesto que más valiente y honesto sería devolverle sus tierras, sus derechos integrales y sus formas de gobierno, es decir, sería mejor «sacarles los pies de encima», mirarlos a los ojos y compartir con ellos el mismísimo proceso de la vida.
Según distintos relevamientos, parciales todos ellos por la dificultad que se genera para llevarlos a cabo, existen en la Argentina entre 387 a 583 conflictos por los territorios ancestrales. Esto abarca alrededor de 9,6 millones de hectáreas y es equivalente a media provincia de Córdoba o tres veces y media la provincia de Misiones, o más claro aún 480 veces la superficie de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires… A su vez estos conflictos involucran a más de 267 comunidades, lo que nos permite hablar de miles de personas afectadas.
Los territorios y comunidades originarias son acechados básicamente por el corrimiento de la frontera agropecuaria, los monocultivos de soja y pino (para plantas de celulosa), la minería metalífera de explotación a gran escala, las perforaciones petroleras y el turismo cinco estrellas. El modelo extractivo de supuesto ‘desarrollo productivo’, es un saqueo al país y además es opuesto a nuestra cultura de vida. Para ese modelo de saqueo necesitan territorios liberados y para ello, ya hemos dicho en notas anteriores, se valen de la complicidad política-empresarial-judicial-policial a través de la cual se sortean los derechos adquiridos por ley y establecidos en la Constitución Nacional.
Ante esta situación, grave por cierto, la respuesta del Gobierno Nacional y de los distintos gobiernos provinciales no llega y, cuando lo hace, se establece del lado de los grupos poderosos que “empujan y arrinconan” a los distintos pueblos. A su vez, el borrador enviado desde el ejecutivo para modificar el actual código civil, de ser aprobado en el Congreso Nacional estaría terminando con buena parte de los derechos indígenas adquiridos a lo largo de más de un siglo. En especial, barrería la trabas legales para la venta velada de tierras al modificar conceptos ligados al derecho de la propiedad. Las Comunidades entre tanto no han sido consultadas al respecto y anuncian que resistirán en defensa de la vida, el agua y los territorios; con todas sus fuerzas este nuevo atropello que se está gestando a sus espaldas y saltando por encima de toda legalidad.
Los diversos relevamientos mencionados, que abarcan gran parte del total de situaciones del país, revelan que a menudo los conflictos se multiplican de la mano del desarrollo de organizaciones indígenas y campesinas que amplifican sus luchas para darles visibilidad y contenido por fuera de las estructuras de organización occidental desde donde se pretende operar a través de coptación a favor de poderes centralizados.
En este marco entiendo que nunca hubo y hoy tampoco, nada que festejar.