La India puso hoy al frente de su Banco de la Reserva (BRI) al economista Raghuram Rajan, quien predijo la crisis financiera global, con la esperanza de reanimar su alicaída economía y detener la caída de la rupia. De 50 años y, al decir de la prensa local con una imagen de estrella de rock, Rajan asumió este miércoles el puesto de gobernador del BRI y, como por ensalmo, la Bolsa de Mumbai marcó una subida del 1,83 por ciento luego de tres semanas de continuos bajones.
Antes de la asunción, empero, advirtió que «no hay una varita mágica» para superar la frágil situación de la tercera economía de Asia, cuyo síntoma más visible quizás sea la caída de la rupia, cuyo valor con respecto al dólar estadounidense ha caído más del 20 por ciento desde mayo.
«Tenemos ideas suficientes, pero queda mucho por hacer. Las mejoras no llegarán de inmediato, pero nos aseguraremos de que sean diarias», dijo el visionario economista, citado por la agencia de noticias Press Trust of India.
Rajan se formó en los Institutos de Tecnología de Nueva Delhi y Massachusetts (Estados Unidos) y fue asesor y economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) entre 2003 y 2006.
Llamado a regresar al país por el primer ministro Manmohan Singh, hasta hace unos días se desempeñó como asesor principal del Ministerio de Finanzas.
En su libro «Grietas del sistema: Por qué la economía mundial sigue amenazada», el experto auguró que el modelo financiero mundial podría originar una grave crisis mundial. El desastre ocurrió tres años después.
La India atribuye a ese fenómeno la depreciación de la rupia y el preocupante comportamiento de otros vitales indicadores, pero no ignora que la situación también está generada por diversos factores internos. La gran pregunta es si bastará con un gurú de primer rango para salir del bache.
A fines de agosto la moneda nacional cayó a un mínimo histórico de 68,85 contra el dólar estadounidense, lo que agudizó las dudas sobre la capacidad del país de alcanzar el milagro económico que se le auguraba hasta muy recién.
Algunos analistas comparan la volatilidad del mercado de divisas con la crisis en la balanza de pagos de 1991, cuando la nación surasiática se vio obligada a poner en garantía sus reservas de oro ante el FMI para pagar las facturas de importación.
Aunque a menor nivel, el país vuelve a mostrar un elevado déficit en su balanza de pagos y no ha sido capaz de atraerse un mayor volumen de capitales extranjeros pese a que inicios de este mes flexibilizó como nunca las normas que rigen ese proceso.
Tampoco ha rendido los resultados apetecidos la decisión del Gobierno y del BRI de imponer mayores aranceles a la importación de oro y restringir las inversiones de ciudadanos indios en el exterior, entre otras medidas enfiladas a detener el desplome de la rupia.
La opinión más generalizada entre los expertos es que la India he entrado en un terreno financiero muy movedizo donde están quedando entrampadas sus otrora dinámicas posibilidades de crecimiento económico.
Una desconfianza que se acrecienta por la vecindad de las elecciones generales (primavera del 2014) y su incierto desenlace, incluida la durabilidad de las medidas neoliberales activadas bajo la administración de Singh.
En el 2008 el jefe de Gobierno pronosticó un crecimiento sostenido de la economía nacional del ocho al nuevo por ciento y el inicio de un período en que se pondría fin a la pobreza crónica, el hambre, el analfabetismo y las enfermedades que por siglos han marcado el destino de millones de indios.
La realidad ha sido distinta: en el año fiscal finalizado en marzo, el Producto Interno Bruto experimentó una expansión -magra para la patrones de la India y de otras naciones asiáticas- del cinco por ciento, la más baja en una década, y para el actual ejercicio no se avizora un crecimiento mucho mayor.
A no ser que Raghuram Rajan saque un elefante del sombrero de copa que no lleva.