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Por Alberto Rabilotta
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Mucho ha sido escrito para tratar de explicar o dilucidar por qué el Presidente Barack Obama se puso en tan difícil posición a nivel político estadounidense y en el plano internacional al trazar la “línea roja” que lo llevó a decidir que no tenía otra opción que bombardear a Siria tras los supuestos ataques con armas químicas de las fuerzas militares del gobierno de Damasco, el pasado 21 de agosto.
La iniciativa de Rusia de proponer a Siria que aceptase que sus armas químicas fuesen puestas bajo control de la ONU, y a Estados Unidos (EE.UU.) que descartara una acción militar contra Siria, parece haber permitido que Obama logre salir del arrinconamiento en que se había metido. Decimos parece porque no es aún definitivo que Washington y algunos de sus aliados hayan abandonado esos planes bélicos, como muestran la entrega oficial de armas a los rebeldes por parte de la CIA o los obstáculos que comienzan a poner para implementar tal plan.
Empero, a primera vista parece que la grave crisis en torno a Siria ha sido el punto de inflexión, el comienzo del viraje de un orden mundial unipolar nacido por el derrumbe y desmembramiento de la Unión Soviética, hacia un todavía incierto orden multipolar basado en el creciente poderío económico y comercial, así como la firmeza política que demuestran los países del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y la gran mayoría de los países en desarrollo en querer rescatar el derecho internacional del desuso al que durante dos décadas fue confinado por EE.UU. y sus aliados de la OTAN con puestos permanentes en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Desde el Presidente de Rusia Vladimir Putin hasta el Papa Francisco han expresado en las últimas semanas la urgente necesidad de solucionar los conflictos pacíficamente e impedir las guerras e intervenciones militares abiertas o encubiertas que tantos daños humanos y materiales han causado y pueden causar, de respetar y hacer respetar los mecanismos y las decisiones de todas las instancias de Naciones Unidas.
En suma, esta grave crisis parece haber sido el catalizador de un reacomodo en la correlación de fuerzas a nivel internacional, de un reacomodo que desde hace unos años viene dándose en el plano de la economía y el comercio mundial, y que empieza a manifestarse en la política internacional.
Todo esto, en consecuencia, también se manifiesta en el plano monetario mediante los acuerdos entre diferentes países para utilizar sus monedas nacionales, y no el dólar, como medio de pago en los intercambios comerciales y en los créditos para el desarrollo. Asimismo, en los países emergentes y en desarrollo están retornando las políticas para evitar las dañinas operaciones especulativas, o sea la implantación de controles de las tasas de cambio y de los flujos monetarios. Y los bancos centrales están siendo liberados de su “independencia” para volver a ser un instrumento de las políticas estatales.
Prueba de esta tendencia a buscar liberarse del imperio del dólar es la decisión de los países del BRICS de crear un banco mundial, y las negociaciones en Suramérica para crear un banco regional que permita fortalecer el proceso de desarrollo e integración de la región.
El (imperio) que mucho abarca poco aprieta.
Si esto sucede es porque el imperio estadounidense ya no puede aportar soluciones a los problemas del sistema-mundo que creó a partir de la Segunda Guerra Mundial. Es más, EE.UU. ni siquiera tiene ya los pilares de sustentación que le permitieron construir su imperio, y tampoco tiene con que seguir pagando su infinita y costosa expansión militar para seguir dominando el mundo.
El delirio totalitario de escuchar las conversaciones, o estar al tanto de lo que ven o escriben los miles de millones de habitantes del planeta a través del espionaje practicado por la National Security Agency, es muestra más de debilidad y miedo que de fortaleza y confianza.
Hablando en términos reales, desde finales de la Segunda Guerra Mundial es evidente que EE.UU. solo se ha preocupado en desarrollar el pilar de la industria militar. El sumamente debilitado pilar del sector industrial civil ha sido apuntalado con el riesgoso andamiaje de la especulación financiera a la que se dedican los grandes bancos de inversiones y las plataformas bursátiles.
La “fábrica del mundo” estadounidense que revivió las economías devastadas por las dos guerras mundiales es cosa del pasado. La crisis financiera del 2008 dejó al descubierto el verdadero andamiaje sobre el cual se apoya la economía estadounidense, y el salvataje de los bancos que la provocaron reafirmó la dominación sistémica del especulativo sistema financiero, lo que más pronto que tarde terminará en otra crisis, probablemente más devastadora que la anterior.
Estamos ante un imperio endeudado, que ya no cuenta con la fortaleza industrial del pasado y que para vivir del resto del mundo depende cada vez más del especulativo sector financiero y del control de la moneda de cambio internacional, el dólar, y de las emisiones de los Bonos del Tesoro que le permiten endeudarse indefinidamente a costa del resto del mundo. Un imperio que vive y quiere seguir viviendo de rentas.
Que la hegemonía imperial estadounidense está en entredicho quedó en claro en la reunión cumbre del G20 en San Petersburgo, cuando el país anfitrión, Rusia, introdujo en la discusión la amenaza de agresión militar que EE.UU. hacía pesar sobre Siria y se demostró que Obama sólo tenía el apoyo total de Francia, y que ya no comandaba automáticamente el apoyo de sus aliados de la OTAN.
Según el veterano columnista canadiense Thomas Walkom, del diario canadiense Toronto Star (1), ahí se demostró que “el Presidente Barack Obama ya no inspira la autoridad moral que alguna vez le fue acordada por el resto del mundo. Y tampoco (la inspira) Estados Unidos”.
Desde San Petersburgo otro periodista, David Cufré del diario argentino Página/12, concluía en su despacho que el G20 había “cambiado de mundo” porque EE.UU. y sus aliados europeos no pudieron imponer sus prioridades neoliberales en el documento final.
Según Aníbal Garzón Baeza (2), desde la agresión de Libia por EE.UU., Francia e Inglaterra, algunos países -como Rusia y China- decidieron defender “la legitimidad de un sistema internacional representado en la ONU”, y añade que “la Guerra de Siria ha sido justamente el punto clave de estabilizarse finalmente el mundo multipolar”.
Lo que está quedando bien en claro, como desde hace décadas vienen diciendo numerosos intelectuales estadounidenses, es que EE.UU. ha extendido sus instrumentos de poder más allá de los límites que le permiten realmente ejercerlo, o sea que está abarcando mucho más de lo que puede apretar.
Presidiendo la decadencia imperial
Al proseguir Obama desde su primer mandato la “presidencia imperial” y las políticas neoliberales de George W. Bush, cuando había sido electo para poner fin a esa era de guerras y de obscenas desigualdades económicas y sociales causadas por el sistema financiero, fue evidente que tarde o temprano perdería el apoyo del pueblo estadounidense –como ahora lo muestran los sondeos-, el apoyo incondicional del Congreso y el respeto de algunos de sus aliados de la OTAN.
En la etapa en que nos encontramos, con el capitalismo industrial en vías de extinción en los países del capitalismo avanzado y las finanzas aliadas con los monopolios con las riendas del poder en las manos, todo esto era inevitable.
Así se explica que no haya diferencia entre Obama y Bush, o entre François Hollande y Nicolás Sarkozy en Francia, entre los Laboristas y los Conservadores en Gran Bretaña, etcétera. Los tradicionales “partidos de gobierno”, sean conservadores, liberales o socialdemócratas, se han convertido en los figurantes que se alternan para proseguir, con mayor o menor prepotencia, las agendas políticas de las finanzas y los monopolios.
Pero este debilitamiento del imperio no lo hace menos peligroso, sino más bien al contrario. Las decadencias de los dos anteriores imperios que marcan la historia del capital, el holandés y el inglés, nos enseña que en sus fases de decadencia recurrieron a la “hegemonía explotadora”, como la define el economista ítalo-estadounidense David Calleo.
En el caso de EE.UU., según Calleo, el poderío que le permitió al imperio mantener el sistema-mundo que había formado, lo estamos usando para que el mundo mantenga a EE.UU. (3).
Esta hegemonía explotadora asfixia incluso a los aliados del imperio, y por supuesto no deja intersticio libre para el desarrollo del resto de países, y está en franca lucha contra las potencias emergentes que puedan presentar alternativas de desarrollo económico o eventualmente rivalizar con el imperio.
En esta fase de decadencia el imperio se transforma en un brutal servidor de la casta de rentistas parasitarios de Wall Street y demás centros financieros que controlan el mundo de las finanzas, y por supuesto ya no tiene el interés, la voluntad o el poder para solucionar los problemas sistémicos de su sistema-mundo, incluyendo los problemas estructurales que constituyen una barrera insalvable para el capitalismo que construyó las complejas sociedades industriales de los países avanzados, el basado en la relación entre el capital y el trabajo (4).
Por eso los problemas sistémicos no resueltos se acumulan, sea con la especulación financiera que estrangula la economía real y provoca la disolución social a través del desempleo, el subempleo y la pobreza generalizada, o en el plano internacional en la incapacidad del imperio estadounidense para resolver conflictos, como el existente entre Israel y Palestina, o las gravísimas amenazas que pesan sobre la humanidad, como el recalentamiento global que está acelerándose y en pocas décadas hará inhabitable grandes regiones del planeta, con muchos otros problemas entre medio.
Y volviendo al primer párrafo para concluir, Obama se arrinconó solito porque en la peligrosa etapa de toda decadencia imperial cualquier pretexto, engaño o mentira es bueno para justificar la guerra, para crear el caos que permite al más fuerte imponer su voluntad por la fuerza, buscando así para evitar lo inevitable.
Desde el desmembramiento de la Unión Soviética, cuando desaparece el contrapeso que limitaba enormemente el recurso a la guerra o a intervenciones militares imperialistas para saquear las riquezas naturales de los países o efectuar cambios de regimenes para destruir su organización política y social, EE.UU. y sus aliados de la OTAN -más Israel, Arabia Saudí y Catar- retornaron a los métodos de la vieja rapiña imperial, desmembrando y bombardeando a la ex Yugoslavia, interviniendo en África cuando se les antoja, bombardeando y destruyendo Irak, luego a Libia y ahora con sus mercenarios en Siria, mientras amenazan con intervenir en Irán.
En el 2003 la fuerte oposición popular a la guerra no pudo frenar la intervención en Irak. El imperio podía ignorar la voz de los pueblos porque a nivel internacional no existía contrapeso suficiente para frenar las intenciones belicistas.
Lo que ha cambiado ahora, y que Obama y Hollande no tuvieron en cuenta, es que esas agresivas políticas de la última década han finalmente creado un fuerte contrapeso a nivel popular, y también a escala internacional, y que ahora si hay una verdadera “línea roja” que ningún pueblo y la mayoría de los gobiernos del mundo quieren que se cruce, la que a través de una agresión a Siria llevará a una guerra regional y a un potencial conflicto mundial con armas de destrucción masiva, incluyendo las nucleares, que destruirán la mayor parte de las civilizaciones, incluyendo las del imperio y sus aliados.
Notas
1.- Thomas Walkom, Toronto Star del 06-09-2013: G20 shows that world no longer trust Obama.
2.- Aníbal Garzón Baeza, ¿Vivimos un cambio? Se acabo la hegemonía estadounidense. Rebelión, 07-09-2013.
3.- David Calleo, Hegemony and decline: Reflections on recent American experience, 2005, sens-public.org :”In effect, I argued, the U.S. had become and exploitative <hegemon in decline>. Instead of using American strength to sustain the world, we were using the world to sustain America”.
4.- Alberto Rabilotta, “Otoño del imperio y del capitalismo.” http://alainet.org/active/63837&lang=es
– Alberto Rabilotta es periodista argentino – canadiense.