Por Karlos Zurutuza
“La vida es casi normal en el centro de Damasco”, asegura Hashim desde el barrio predominantemente cristiano de Bab Touma. “Solo el ruido ocasional de la artillería en las afueras me recuerda que estamos en guerra”, añade.
Hashim prefiere no revelar su apellido a IPS por motivos de seguridad. Vía telefónica, habla de constantes atascos vehiculares por los rigurosos controles y registros, así como de aumentos en el precio de los alimentos y del combustible.
No obstante, el damasceno asegura que las tiendas siguen bien abastecidas en un distrito en el que Hafez al Assad (1930-2000) y su hijo Bashar, actual presidente de Siria, siguen compitiendo por la hegemonía en letreros, murales, parabrisas e incluso souvenirs.
“Tengo la sensación de vivir en una especie de jaula de oro: voy al gimnasio todos los días después de trabajar, quedo con los amigos en el mismo local de siempre… Pero sé que a solo un kilómetro de mi casa la gente lucha por sobrevivir”, narra.
Tras más de dos años de combates, el centro de Damasco se “disfraza” hoy de Bagdad. Un anillo de bloques de hormigón custodiado por fuertes medidas de seguridad separa los bastiones de Al Assad de aquellos en disputa, o controlados ya por la oposición armada.
La atmósfera resulta aún más tétrica tras el presunto ataque con armas químicas del 21 de agosto en la periferia de Damasco. Pocos días más tarde, los capitalinos se enfrentan a la congoja provocada por el anuncio de una eventual intervención militar extranjera en el país.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció el sábado 31 de agosto que sus fuerzas preparaban una acción “localizada pero contundente en aras de impedir un nuevo ataque químico”, una decisión que finalmente debatirá el Congreso legislativo de ese país el lunes nueve.
Aram, otro residente de Bab Touma que prefiere no dar su apellido, no oculta sus temores. “No tengo miedo a las bombas de los estadounidenses sino a que estas allanen el camino a todos los terroristas que están arrasando nuestro país”, asegura este hombre que confía “plenamente” en la capacidad del ejército sirio para contener a la oposición.
En la actualidad nadie niega que, desde el comienzo de las revueltas en marzo de 2011, la oposición siria se ha visto reforzada por numerosos grupos extremistas islámicos, algunos de ellos vinculados con la red Al Qaeda.
El líder kurdo Salih Muslim asegura que dichas alianzas se cobran un precio “demasiado alto”.
“No es que Al Assad sea más fuerte sino que, tras más de dos años y medio de guerra, la oposición está fragmentada y cuenta cada vez con menos apoyo, tanto del exterior como del interior”, señala a IPS el jefe del Partido de la Unión Democrática, dominante entre los kurdos de Siria.
“La propia debilidad del Ejército Libre Sirio (el contingente armado de la oposición siria) hace que este no pueda distanciarse de los radicales islámicos porque cuentan con más capacidad militar”, apunta.
Desde Saida Zainb, un distrito obrero del sur de Damasco cuya situación es muy diferente de la que afronta Bab Touma, el vecino Hani Hosam, quien apoya abiertamente a los insurgentes, describe que los continuos combates han reducido muchos edificios a escombros y que muchas tiendas son frecuentemente asaltadas por milicias leales a Al Assad.
Hosam añade que los cortes de luz son frecuentes y los suministros escasos, pero duda de que se vaya a producir una intervención militar.
“Un ataque no favorece los intereses de ninguno de los países actuando en Siria. Solo traería más destrucción a nuestro pueblo”, analiza para IPS vía Skype (programa de comunicación por Internet). “La situación en el terreno es extremadamente compleja, necesitamos una solución pacífica con urgencia”, plantea.
Pero desde el también castigado distrito de Jaramana, en el este de Damasco, Naziha discrepa: “Washington atacará porque necesita completar su plan para toda la región”, dice esta drusa, agregando que la situación en su barrio “no es demasiado mala”.
La joven precisa que apoyó la rebelión desde el comienzo, pero teme tanto la destrucción que provocaría un ataque como las posibles injerencias sobre su país.
“Debemos ser cautelosos. Incluso si el gobierno cae en manos de la oposición, Estados Unidos buscaría controlarnos a toda costa”, opina.
Desde la calma relativa del céntrico distrito de Mezzeh, el kurdo Khyder, de 34 años, lamenta que el supuesto ataque químico haya llamado la atención de la comunidad internacional “mientras Al Qaeda continúa masacrando civiles kurdos sin que nadie se escandalice”.
Durante las últimas semanas, el norte kurdo de Siria es escenario de intensos combates entre células islamistas y milicianos de la región que no se alinean ni con Al Assad ni con la oposición.
“¿Por qué ha cerrado Occidente los ojos ante las atrocidades cometidas hacia el pueblo sirio hasta hoy? ¿Debemos los kurdos, o cualquier otro pueblo, ser gaseados para forzar una intervención?”, pregunta.
A Khyder le preocupa que el anunciado ataque llegue “demasiado tarde”.
Pero no es el único. Ilya Topper, analista especializado en Medio Oriente y radicado en Estambul, lo resume así: “De haberse querido hacer, la intervención tendría que haberse llevado a cabo hace dos años”, cuando la caída de Al Assad no habría afectado la estructura de Siria.
“Siria habría mantenido su Constitución y se habría convertido en la primera república laica más o menos democrática del llamado mundo árabe”, sostiene.
“Si se derroca al régimen y se abre la vía a una victoria militar de los rebeldes, la opción que le queda a Siria es convertirse en una teocracia con nombre republicano bajo un régimen de clérigos, muy similar al de ese Irán que tanto apoya Al Assad”, concluye.