Era febrero de 2012 e iniciamos la cobertura de Siria porque creíamos que se había traspasado una línea roja: estaban arrasando las protestas contra Assad con balas y fuego de mortero. Pero el enfrentamiento entre el régimen y el recién nacido Ejército Libre, simplemente un puñado de jóvenes con un kalashnikov y en sandalias, se deterioró pronto: entonces nos encontramos más allá de otra línea roja, la de la guerra total. Calle a calle, de forma salvaje, metro a metro. Pronto los muertos empezaron a contarse por cientos, por miles. Y empezamos a advertir a las redacciones: llamadnos antes de imprimir para que actualicemos las cifras. Aparecieron de pronto los primeros combatientes extranjeros. Y nos pareció que era otra línea roja: la de Siria convertida en rehén de las luchas de otros, de las estrategias de otros. Hasta que empezaron a llovernos misiles Scud; hasta que vimos que el cuartel general del Ejército Libre en Alepo era sustituido por el cuartel general de Jabhat al-Nusra, los islamistas ligados a al-Qaeda; hasta el día en que vimos que los sirios estaban cada vez más delgados, con la piel amarillenta, consumidos por el hambre y la fiebre tifoidea – ya no contabilizábamos los muertos, eran muchos los que permanecían bajo los escombros.
Habíamos documentado la última línea roja hace tan sólo un mes: dos niños tiroteados por escribir una proclama contra el Islam. Porque la verdad es que la única línea roja en Siria es la que deja la estela de carne y sangre de los heridos, de sus pedazos esparcidos entre el polvo: cuando los siguientes misiles, los siguientes morteros, cuando los francotiradores se dan la vuelta, y los socorristas son el objetivo.
Como de costumbre, los análisis y las posiciones sobre los ataques químicos del 21 de agosto al este de Damasco, que asfixiaron a cientos de sirios, son contrapuestos. ¿Qué sentido tenían para el régimen?, se preguntan los defensores de Assad. Después de que hubiera caído Qusayr, con el apoyo explícito de Hizbullah, Assad estaba tomando la delantera: ¿por qué ofrecer a Estados Unidos el pretexto para intervenir y precisamente cuando los inspectores de la ONU estaban en Damasco? Además en Damasco para investigar otro ataque químico: el de los alrededores de Alepo, el 13 de marzo, del que los rebeldes son los mayores sospechosos. De esta forma, argumentan, han logrado desviar la atención a otra parte. Sin embargo, en las zonas atacadas el régimen se encontraba en problemas, responden los opositores a Assad. Y, por encima de todo, como las escuchas de Estados Unidos parecen confirmar, creemos que Assad mantiene un férreo control sobre lo que está pasando, aunque haya admitido que no es así: como es bien sabido, en los últimos años el régimen se ha ido desmembrando. Assad está cada vez más rodeado y asediado por numerosos y poderosos actores. De esa forma, el ataque químico se habría llevado a cabo sin el consentimiento de las más altas esferas del régimen u ordenado por rivales de Bashar dentro de ellas -por ejemplo, su hermano Maher. Pero, para ser honestos: ¿realmente es eso tan importante para identificar al culpable? ¿Tiene alguien todavía dudas de que el régimen está cometiendo crímenes contra la humanidad y los rebeldes crímenes de guerra? Porque hay otra línea roja que cruzamos hace meses: cuando los sirios empezaron a huir, no sólo de las áreas controladas por el régimen, también de las llamadas áreas liberadas, despojados en una anarquía de saqueos, ejecuciones, secuestros e improvisados tribunales inspirados por la sharía.
¿Realmente importa ser asesinado por armas convencionales o químicas? Son más de 100.000 muertos: es el momento de actuar en Siria – Alawi, el padre de mi amigo Fahdi, que murió en Latakia por no recibir tratamiento, ¿murió de cáncer o de guerra? Como solía decir Antonio Cassese -el jurista al que debemos los tribunales penales internacionales- citando a Mark Twain, siempre hay una solución fácil para los problemas complejos: la equivocada.
Muchos se están refiriendo en estas horas al precedente de Kosovo. La única analogía con esos 78 días de ataques aéreos que, de todos modos, tuvieron lugar en 1999, reside en el veto de Rusia, que tanto ahora como entonces mantiene en un callejón sin salida a la ONU y a su Consejo de Seguridad. Más allá de eso, el contexto es completamente diferente. La polarización entre la mayoría albanesa y la minoría serbia no era nada comparado con el laberinto de diversidad, con la pluralidad de intereses, en la Siria de hoy: la clave aquí es que la oposición es heterogénea y está fragmentada, con los islamistas como grupo dominante. ¿Cuáles deberían ser, por tanto, los objetivos de los ataques aéreos si la verdadera razón detrás de la apatía internacional no es el veto de Rusia sino, más bien, la ausencia de una alternativa viable para Assad? La guerra de Kosovo terminó con largos años de administración de la ONU. Como nos recuerda el general Wesley Clark, Comandante en Jefe de la OTAN en ese momento, aquello fue lo contrario a una operación de conmoción y pavor de un par de días de ataques aéreos como los que ahora se planean. En cada guerra, advirtió, se deben tener claros los objetivos políticos y, sobre todo, se debe estar preparado para una intensificación – exactamente lo que pasó en Kosovo: dos días que se convirtieron en 78 hasta que Milosevic se rindió. Sólo que hoy el contexto de una supuesta escalada como esa no es el de Yugoslavia: es el de Oriente Medio en el que, allá donde mires, hay un golpe de Estado, un drone, un coche bomba –Escribo esto desde Ramallah, en la actualidad una de las ciudades más anestesiadas de la región: y aún así, tres palestinos fueron asesinados hace unos días, y en un minuto toda Cisjordania se incendió.
Hay un amplio consenso sobre que esta intervención es una especie de defensa de la credibilidad de Occidente: que el recurso a las armas químicas no puede quedar impune. Aún así parece que no hay una ruptura con nuestro papel en Siria hasta ahora. Porque, por supuesto, es completamente falso que estuviéramos ausentes: hasta ahora nuestra estrategia ha sido la de proporcionar a los rebeldes armas y dinero, no demasiado, sin llegar hasta el final: sólo hasta el punto de apartar a Assad mediante una transición que uniera reformas y estabilidad – especialmente estabilidad: el tipo de estabilidad que, a pesar de cualquier retórica, ha caracterizado a la frontera más segura de Israel. Sólo que nuestra estrategia no funcionó: porque la oposición demostró ser un desastre, porque los guerrilleros de al-Qaeda aterrizaron por miles, porque Assad optó por arrasar Siria en vez de renunciar. Nada nuevo. A pesar de las apariencias, los próximos ataques aéreos son otro “sí, pero no” que no resuelve la pregunta clave: ¿cuál es la alternativa a Assad? Unos consiguen que haya un millón de niños refugiados, los otros disparan a los niños.
Con respecto al argumento de la credibilidad – las armas químicas, prohibidas por las leyes internacionales consuetudinarias, fueron excluidas de la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. Porque constituyen una categoría única. Es decir, la de armas de destrucción masiva junto a las armas biológicas y, sobre todo, las armas nucleares – cuyos propietarios son bien conocidos. En consecuencia, estamos indignados por una línea roja que no clasificamos como crimen de guerra para sentirnos libres de cruzarla.
Quizá resulte útil recordar que existen los crímenes internacionales. Es decir, hay delitos que implican una responsabilidad individual, pero también existe la complicidad en los crímenes internacionales. Por ejemplo, vender armas a quienes después cometen crímenes internacionales con tus armas. Delitos que no prescriben. Hay que ser cuidadoso al defender tu credibilidad. Algún día te podrían tomar en serio.
© Francesca Borri
Francesca Borri es una periodista italiana. Las miserables condiciones como periodista freelance o el hecho de ser una mujer en la guerra de Siria le llevaron a escribir un intenso y emocional artículo que agitó las aguas del periodismo internacional con encendidos debates en la red. En breve volverá a Siria.
Este artículo ha sido publicado en el diario La Stampa de Italia el 31 de agosto de 2013 y traducido al castellano por Carlos Pérez Cruz