El ex presidente Lula da Silva lamentó, al comentar las protestas sociales de junio, que el esfuerzo para que millones de personas salieran de la pobreza también permitió, paradójicamente, un muy fuerte enriquecimiento de los bancos.
Esa aparente paradoja tiene su explicación. Cuando Luiz Inácio Lula da Silva ganó las elecciones de 2002 el poderoso sector financiero provocó una fuerte corrida que lo obligó, a él y al Partido de los Trabajadores (PT), a aceptar sus principios: apertura financiera y férrea disciplina fiscal para generar el superávit para pagar la pesada carga de la deuda externa.
De este modo, Lula aceptó, entre otras cosas, la supuesta autonomía del Banco Central de Brasil, y designó como su gobernador a Henrique Meirelles, hasta entonces presidente del International Bank of Boston, uno de los principales acreedores de Brasil.
El PT tampoco quiso echar marcha atrás en el gran tema de las privatizaciones y se opuso a las ocupaciones de tierras lanzadas por el Movimiento de los Sin Tierra (MST). En síntesis, el PT debió asumir las restricciones que imponía el neoliberalismo a su proyecto de desarrollo económico y social.
Hubo una importante excepción en el esquema del PT: la política de salarios y los programas sociales. Bajo los gobiernos de Lula y luego de Dilma Rousseff, los salarios comenzaron a repuntar y a recuperar algo de lo que habían perdido en las décadas anteriores.
Junto a los programas sociales, como el “Bolsa Familia”, esa suba salarial tuvo fuerte impacto en el combate a la pobreza.
Esas restricciones impuestas por el poder financiero local, que se manifiestan también en altas tasas de interés positivas (por encima del nivel de inflación) y libre flotación cambiaria, hicieron a Brasil más vulnerable cuando se desató la crisis económica mundial a fines del 2007.
Así se redujo su superávit comercial y fiscal y, sobre todo, se achicó cada vez más el crecimiento económico.
De este modo, la más profunda crisis económica del capitalismo mundial desde la del 30, que aún se mantiene y extiende en el tiempo, como lo muestra claramente Europa, se transforma en el telón de fondo de los crecientes reclamos populares que, desde la calle, sacuden la estructura política y financiera de Brasil.