El cigarrillo electrónico. Parece tan inofensivo que incluso aquellos que nunca fumaron comienzan a hacerlo. Por fin pueden aspirar el humo entrecerrando los ojos, creyendo que esto les confiere una apariencia mucho más interesante. Estos nuevos fumadores se integran a un grupo del cual habían sido excluidos durante siglos. Hay incluso niños que fuman.
Lo que nadie sabe aún es que estos cigarrillos contienen un chip que recibe informaciones de un centro de control. Este centro transmite mensajes y el chip transforma este código binario en humo. Una vez que este humo queda depositado en los pulmones, vuelve a convertirse en letras, sílabas y finalmente palabras. Los pulmones parecen guiones, llenos de frases que dictan lo que hay que decir, cómo se debe actuar. Han encontrado una manera mucho más eficaz para controlar a la gente que la televisión, la radio y los diarios. El hecho que las ideas estén en el aire que respiramos les confiere una dimensión espiritual; es casi como inhalar las palabras de Dios.
Hay agentes secretos deambulando por las ciudades, portando unas gafas especiales, parecidas a las gafas 3D de los cines; estos anteojos permiten ver las frases inhaladas y exhaladas por los consumidores. De esta manera pueden verificar que nada se les escapa, que ningún hacker nihilista intenta implantar ideas extrañas en los pulmones del pueblo.
Pero de a poco comienza a aparecer un movimiento de oposición. Con una tecnología de punta este grupo revolucionario logra borrar ciertas letras primero, luego palabras, frases y a veces el mensaje entero. Gran histeria. La gente se siente vacía, sin opinión, sin poder expresarse correctamente. Los fundamentos de la sociedad se encuentran en peligro.
En una reunión tardía, en la profundidad de un sótano secreto, se reúnen miembros del poder con los representantes de dicho grupo revolucionario. Luego de varias horas de negociaciones feroces vemos salir a los rebeldes con un aire victorioso. Todos llevan cigarrillos electrónicos en sus bocas y el orden es restablecido.
Volátil
- París -