Las marchas callejeras en Brasil, inicialmente apartidarias, comenzaron a teñirse con los colores de banderas de agrupaciones políticas y sociales de izquierda, que ahora intentan orientar la fuerza de un movimiento que nació como un “enjambre” de las redes sociales.
Augusto de Franco, fundador de “Escuela de Redes”, definió el motor que impulsó el movimiento, al principio en grandes ciudades como São Paulo y Río de Janeiro, como un enjambre, que explicó como una “manifestación de interacción que solo puede ocurrir en sociedades altamente conectadas”, como las de Madrid y otras urbes españolas o en la egipcia plaza Tahrir.
Nacidas bajo una consigna puntual, bajar la tarifa del transporte público, se constituyeron en las mayores protestas después de las registradas en 1992, que culminaron con la renuncia del entonces presidente Fernando Collor.
Esta vez comenzaron siendo 5.000 jóvenes y llegaron a movilizarse más de 1,5 millones en 10 días. Pero con características innovadoras, según Franco.
“No fueron convocadas centralizadamente, no había liderazgo (y sí múltiples líderes emergentes y eventuales). No se trata de masas convocadas por organizaciones centralizadas, sino de multitudes de personas consteladas de modo distributivo”, analizó ante IPS.
Un enjambre sin abeja reina que ahora está en medio de una “pugna ideológica”, según João Pedro Stédile, histórico dirigente del Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), que ahora se suma a las protestas.
“Como esa juventud no tiene una organización de masas, las clases sociales comenzaron un debate ideológico. Disputan las ideas de los jóvenes para influenciarlos”, sostuvo Stédile en entrevista con IPS.
“Por un lado está la burguesía que utilizó a Globo (conglomerado multimediático) y a otros medios de prensa para poner en la boca y en los carteles de los jóvenes la demanda de la derecha. Y por otro, la izquierda y la clase trabajadora, que están intentando ir a las calles para colocar sus propias propuestas”, explicó.
Stédile considera que las protestas estallaron por una crisis urbana de esta etapa del “capitalismo financiero”.
Enumera factores como la especulación inmobiliaria, que en los últimos tres años elevó 150 por ciento el precio de los alquileres y propiedades, y el estímulo a la venta de automóviles, que generó un tránsito “caótico”, sin inversiones paralelas efectivas en transporte público.
“Los jóvenes no son apolíticos. Están haciendo la mejor política, que es en las calles. Pero no están vinculados a partidos. Su rechazo no es la ideología de los partidos, sino sus métodos”, consideró.
El sociólogo Emir Sader añadió explicaciones más subjetivas, como la utopía, la rebeldía y la “saludable falta de respeto a las autoridades”, propias de la juventud, y que el adolescente manifestante Rafael Farías definió para IPS como “el calor, la intuición, el llamado”.
“Somos jóvenes y queremos llamar la atención”, explicó Farías. Y los escucharon los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que ya les dieron respuestas coyunturales, como bajar el precio del transporte, instaurar mecanismos contra la corrupción, destinar más recursos a la salud y educación y debatir una postergada reforma política.
Pero las voces de los jóvenes llegaron también a los oídos de las organizaciones sociales y del amplio abanico de partidos de izquierda, incluido el Partido de los Trabajadores (PT), que sustenta el gobierno de Dilma Rousseff. El propio líder partidario, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), los instó a sumarse a las protestas.
Según Lula, hay que evitar que la derecha se “apropie” del movimiento y “empujar” al gobierno hacia la izquierda, para “profundizar los cambios”.
“No se trata de poner consignas en las bocas de los jóvenes. Ellos ya tienen las suyas y el simple hecho de ir a las calles y mostrar su indignación ya es una contribución política para toda la sociedad”, opinó Stédile.
“El problema es cómo movilizar a la clase trabajadora, porque cuando esta se mueva podrá hacer cambios estructurales y afectar los intereses del capital y de los grandes medios”, añadió.
La estrategia ya se reflejó en las últimas manifestaciones con consignas y actores más diversificados. Desde sindicatos, movimientos por los derechos de la mujer y homosexuales, hasta campesinos e indígenas.
“Estamos intentando movilizar a la clase trabajadora e incluir temas que interesan a esa clase y a todo el pueblo”, explicó el dirigente del MST.
Proponen consignas adicionales al fortalecimiento de la inversión pública en salud y educación, como la reducción de la jornada laboral a 40 horas, una reforma tributaria que penalice a los más ricos y alivie los impuestos de los más pobres, así como que las campañas electorales sólo tengan financiamiento público.
Quieren reivindicaciones menos urbanas, como la aceleración de la demarcación de tierras indígenas y una reforma agraria.
En la agenda de los movimientos sociales hay otras pautas, como la suspensión de las concesiones mineras y de subastas de petróleo.
“En mi opinión, las revueltas tienen bases económicas y sociales”, reflexionó Stédile. “Más que darles a los jóvenes una dirección política, es necesario poner a la clase trabajadora en movimiento, o sea llevar también a los pobres y trabajadores a la calle. Ese es el desafío”, enfatizó.
Un espacio representativo en las calles, que perdieron en la última década de gobierno de un partido liderado por un dirigente sindical de larga trayectoria y prestigio, como Lula, con el que se identificaban y del que se fueron distanciando.
“La izquierda en general también se burocratizó en sus métodos, aunque grupos de esta tendencia de la juventud en muchas ciudades tuvieron bastante incidencia y condujeron de forma organizada las protestas”, argumentó Stédile.
En tanto, Sader, militante del PT, entiende que “la izquierda tiene que disputar la dirección y el sentido de este movimiento con orientaciones claramente populares y democráticas”.
Es una estrategia ya conocida en la historia latinoamericana, de cuya efectividad tienen dudas algunos analistas y a la que otros apuestan.
“Este movimiento tiene una agenda crecientemente plural. Es un grito de ¡basta! Aunque grupos políticos específicos intenten capitalizar el movimiento, aún está por verse su resultado”, dijo a IPS el historiador Marcelo Carreiro.
Por su parte, el economista Adhemar Mineiro sostuvo “que el gobierno estará en buen camino si se sale de los carriles a los cuales retornó con el viejo discurso de ajuste y competitividad y se dirige a las masas que están en las calles para debatir un nuevo modelo de desarrollo”.
El poder de convocatoria de los sindicatos y organizaciones sociales se reflejará el 11 de este mes en su “jornada nacional de lucha y paralización”.
“Constatamos que los medios de comunicación y sectores conservadores y de derecha intentan influenciar las movilizaciones con objetivos ajenos a los intereses de la mayoría del pueblo brasileño”, argumentó la Central Única de los Trabajadores, una de las 77 organizaciones convocantes.
Por eso es “de fundamental importancia la participación organizada de la clase trabajadora en este nuevo escenario, para dar una salida positiva a esa situación”, justificó.