Por Gerardo Alcántara Salazar
En la década de 1970 desde Cajamarca ─la tierra del oro y donde los españoles ajusticiaron al último inca, Atahualpa ─salió la mejor propuesta para practicar la inclusión social de los campesinos del Perú, realizada por el ingeniero agrónomo Pablo Sánchez Zevallos, idea que consiste en forestar los cerros y colinas y construyendo reservorios para regar aquellas tierras casi verticales por estar en la cordillera de los Andes y no tener más riego que las que procede de las lluvias estacionales.
A su propuesta por la arborización total de la tierra no agrícola, que es la mayoritaria, la denominó Poncho Verde y a la de construir gigantescos reservorios para conservar el agua que procede de las lluvias torrenciales y que haría posible que los campesinos tengan agua de riego todo el año la designó Cosecha del Agua.
Aquel sabio maravilloso, a quien el país le debe un monumento estaba muy preocupado por resolver la pobreza campesina que no se logró entregándoles gratuitamente la tierra expropiada a los hacendados, sino que, además, había que controlar la constante erosión provocada por vientos y lluvias torrenciales que arrastran el humus de la tierra. Pablo Sánchez Zevallos, que entonces era decano de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Cajamarca de la que luego sería rector, pensaba que había una solución que frenaría la erosión y al mismo tiempo proveería de agua a las laderas, contribuyendo a la riqueza sostenible de millones de campesinos.
Hijo de agricultores ─Pablo Sánchez Zevallos─, solicitó que la universidad comprara Aylambo, una ladera totalmente improductiva y más bien poblada de silla, como se le denomina mediante un préstamo lingüístico de origen culli a esas piedras menudas que cubren las faldas de los cerros totalmente estériles. Muchos apoyaron esta propuesta que luego sería uno de los atractivos turísticos de Cajamarca, porque esa tierra desértica se convirtió en jardín, la grama actuaba como esponja tal como lo había previsto el sabio, proveía de agua para el floreciente jardín que ahora cubría a la shilla, pero además, había excedentes que se deslizaban suavemente hasta un pequeño reservorio.
A partir de entonces Pablo Sánchez se convirtió en el ingeniero agrónomo peruano más reconocido internacionalmente, recibiendo múltiples homenajes, premios y condecoraciones, entre ellos: Premio Global 500 otorgado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Medalla de Oro de la FAO, Premio Rolex, Premio Cosapi a la Conservación del Medio Ambiente y Premio Cosapi a la Innovación Tecnológica en el Agua y en Sistema Silvoagropecuario. Entre las múltiples funciones que ha desempeñado Pablo Sánchez Zevallos, están los siguientes: Miembro del Consejo Consultivo Nacional del Programa Nacional de Manejo de Cuencas Hidrográficas y Conservación de Suelos (PRONAMACHCS) y Miembro del Consejo Asesor del Sector Privado del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Los fundamentos de su teoría están expuestos en varios libros y artículos que publicó el autor.
Pese a existir esta valiosa propuesta, Alan García que decía estar muy preocupado por el agro peruano, prefirió ignorarlo y creó el Banco Agrario mediante el cual entregó dinero en efectivo con interés cero a todo campesino que lo solicitó, que obviamente fueron todos, con el objeto de que compraran herramientas, abonos, insecticidas, pesticidas y todo lo que hacía falta para llevar a cabo, de modo más eficiente las actividades agropecuarias. Los campesinos gastaron el dinero en comprar artefactos eléctricos, licor y hasta conocí a un ciudadano de la selva que esperaba el retorno de Alan García a la presidencia de la república para que reviva su política prestar dinero a diestra y siniestra, a interés cero, porque narraba que estableció un burdel donde los campesinos iban a gastar el préstamo agrario a interés cero. Alan García volvió al gobierno, pero no cometió el mismo error.
Los campesinos nunca pagaron la multimillonaria deuda, que ahondó la crisis que asoló al país durante el primer gobierno de Alan García, extinguiendo totalmente a la clase media que poco a poco se viene recuperando. El gobierno condonó esa deuda y alguien lo tuvo que pagarla, obviamente el resto de la sociedad.
Aquí se podría parafrasear al presidente de la república Ollanta Humala, que en su discurso de hoy dijo algo que podría traducirse de esta manera: “Si regalas a manos llenas dinero del Estado, regalas dinero de todos los peruanos”.
Cuando un gobierno asume conductas populistas como subvencionar y distribuir dinero a diestra y siniestra, alguien tiene que pagar, menos los que reciben ese dinero. Pero si el populismo se exacerba puede derivar en economías hiperinflacionarias como sucedió en el primer gobierno de Alan García. En ese caso, la bendición se transforma en maldición también para quien se sintió favorecido con las dádivas.
La inclusión social, aquella que cumpla el papel de ayudar a los más pobres debe orientarse al sector productivo.
En este caso, parte de las reservas que tiene el gobierno derivada de las exitosas gestiones gubernamentales que se vienen sucediendo, el presidente Ollanta Humala podría invertir en llevar a cabo el sueño de Pablo Sánchez Zevallos, comprometiendo a los campesinos para que juntos estado y agricultores hagan posible cubrir de árboles los andes peruanos y construir reservorios para cosechar el agua que la lluvia ofrece a manantiales. Sería una adecuada política de inclusión social.
Este proyecto debería llamarse Pablo Sánchez Zevallos.