El 20 de julio de 2013 se cumplen 203 años de la independencia de Colombia del dominio español. Yo, en los 12 años que llevo viviendo en Madrid, siento que no somos tan independientes ni tan diferentes unos de otros. La crisis económica a la que estamos acostumbrados a vivir en Colombia llegó a España a finales de 2006 y según se fue haciendo evidente, empecé a ver cosas que ocurren en mi tierra natal y que creía que aquí no pasarían porque este era–decían- un país desarrollado. Ahora la gente se lleva a casa lo que ha pagado pero no se ha comido en el restaurante y los supermercados ya no discriminan la fruta bonita de la fea, todas están en el mostrador. Los ciudadanos están conociendo lo que en mi tierra se llama ‘rebusque’ y ahora, desafortunadamente, los españoles emigran buscando un futuro mejor.
Cuando llegué a esta ciudad me pareció increíble que la sanidad y la educación pública fueran una realidad. Parecía que todo funcionaba pero con la crisis nos dimos cuenta (aquí y allí) que el estado de bienestar que sirvió de ejemplo durante tantos años a otras sociedades sin estado y sin bienestar era solo un espejismo. Para mí no ha supuesto en lo absoluto una decepción. Al contrario, pienso que la respuesta de los ciudadanos al desmantelamiento de esa fantasía ha sido ejemplar.
Prueba de ello fue la movilización multitudinaria que el 15 de mayo de 2011 demostró que no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época. Frente al discurso encorbatado y paternalista que asegura que para salir de la crisis hacen falta los recortes, los ajustes y las reformas, el pueblo se moviliza, crea, colabora, emprende. Se autogestiona.
Para quienes pudimos ser testigos fue impresionante ver cómo aquel 15 de mayo, en cuestión de horas, en la Puerta de Sol se levantó una ‘ciudad’ sin policía, sin bancos, sin políticos, sin violencia. En un tiempo récord surgieron grupos de debate sobre economía, cultura, medio ambiente, comunicación, educación, sanidad, género, política, en fin, todo lo que nos concierne como ciudadanos sin importar dónde estemos. Muchos pensaron que después de la retirada voluntaria de los acampados la cosa quedaría en una pataleta inofensiva, pero la autogestión se empoderó entre los indignados y se convirtió en la ganancia más visible de aquella protesta histórica.
Desde entonces han surgido muchas iniciativas independientes como respuesta a la crisis que azota a mi segunda patria. Hay ganas de cambiar el sistema pero ojo, sin caer en la utopía que como dice la Real Academia de la Lengua no es más que una “doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”. La autogestión como mecanismo para llevar a cabo una idea y generar un cambio se puede ver, oír, oler, palpar y degustar.
No importa si es una cuestión de necesidad o de consciencia política, en la auto organización está la libertad para elegir y hacerse responsable del cambio de modelo de sociedad que nos concierne a todos. Deme, Aurelio y Helen hacen parte de la Red de Autogestión Madrid, un movimiento que pretende “visibilizar iniciativas y proyectos de apoyo mutuo y autogestión social”. Es decir, promover el consumo responsable, bancos de tiempo, reciclaje, trueque, energías libres, moneda social o proyectos cooperativos. Para ellos la autogestión no es en contra, es en construcción. No es retroceder, es recapacitar. Es aportar desde lo que cada uno sabe, puede y quiere hacer para cimentar una identidad colectiva, no con lo que sucede en la calle sino con lo que los ciudadanos creen que puede llegar a ocurrir en ella.
¿Estudias o trabajas?
Laura hace parte del equipo que gestiona Espíritu 23 un “punto de encuentro de personas que comparten el mismo espíritu”. Después de superar las barreras burocráticas para obtener la licencia de funcionamiento de un espacio abandonado, nació el coworking donde se puede alquilar un lugar de trabajo por horas, días o meses sin importar la disciplina a la que uno se dedique. Desde septiembre de 2012, cuando abrieron sus puertas, se han acercado a trabajar allí diseñadores, abogados y periodistas. El espacio ha crecido y cuando no están sentados frente a sus computadores en la primera planta, están asistiendo a una exposición de pintura, a una cata de vinos o a una sesión de meditación en la planta baja del edificio. No es una oficina, “es un espacio de creación y cambio”. Ahora buscan atraer gente con la que compartir la filosofía de la autogestión que, para Laura, va más allá del autoempleo, “es ser escéptico, analítico. Es aportar, ser solidario, crítico con el sistema que lleva años dándonos becas y también robándonos a manos llenas. Es hacerte cargo del cambio que quieres ver porque en definitiva el techo está donde tú te lo pongas”. Todos comparten los gastos de calefacción, Internet, teléfono, papel, impresora y otros instrumentos necesarios para ganarse el pan, lo que muchas veces les hace sentir que el espacio no es muy rentable pero sí sostenible porque para el equipo de coworkers no tiene precio el poder compartir conocimiento, experiencia y ver crecer nuevos proyectos. No hay jefes. Hay colaboración y ganas de trabajar.
Yo me lo guiso, yo me lo como
Pablo hace parte de “El Tablao de la Compostura” el huerto urbano del barrio Las Tablas en Madrid. Él apuesta por el cambio social involucrando a la naturaleza que es la que nos da de comer y señala que la autogestión es la vía más corta entre decir algo y acometerlo. “Es el contrapoder de los poderosos: la acción coordinada”. Desde la Red de Huertos Urbanos de Madrid apuestan por convertir estos espacios en un puente hacia otras iniciativas transformadoras que han surgido después del 15M. “El objetivo es reinventar la democracia ciudadana. Hasta que consigamos crear otro modelo más justo, equitativo y sostenible seguiremos sembrando.”
La autogestión se enfrenta también con muchos obstáculos. Desalojos y desmantelamientos están a la orden del día así como la ausencia de regulación para sus actividades porque la administración tradicional no sabe qué hacer con las propuestas que no incluyen a los dirigentes políticos. Tampoco saben cómo justificar la represión policial en las movilizaciones ciudadanas pacíficas, pero el terreno está abonado. Espacios como el Centro Social Autogestionado La Tabacalera o el Patio Maravillas en Madrid, son un ejemplo emblemático de que no siempre hace falta dinero para sacar los proyectos adelante. Hay sensibilización, concienciación y compromiso.
¿Alguna vez usted se ha preguntado qué puede hacer para cambiar lo que no le gusta? Apúntese a la autogestión amigo, ya sabe, el pueblo unido avanza sin partidos.