Por Alejandro Robba
La crisis económica en Europa ya no afecta solo a los países con economías más pequeñas. Francia, Holanda y hasta Alemania dan señales de desaceleramiento y creciente déficit fiscal, lo que ha llevado a la Unión Europea a revisar, tímidamente, sus políticas de ajuste.
Es común leer en análisis de los autodenominados consultores “independientes” y supuestos “gurúes de la city” que la economía internacional se encuentra saludable y que solo en nuestro país se crece menos fruto, simplemente, de la “mala praxis” de las políticas económicas aplicadas por el gobierno nacional. Con un mundo desarrollado en recesión (Europa) o creciendo a tasas cercanas al 2% (EE.UU. y Japón) y nuestros principales socios comerciales emergentes (Brasil, Chile y China) desacelerando sus tasas de crecimiento, es -por lo menos- malintencionado afirmar que el mundo está de pie. Solo de este modo se explica la caída del 3% de las exportaciones argentinas en 2012.
UN SOCIO EN CAÍDA LIBRE
La Unión Europea es uno de nuestros principales socios comerciales, representaba -antes de la crisis internacional- cerca del 19% del destino de las exportaciones totales. El estancamiento económico explica el derrumbe del 20% de las ventas argentinas a esa región en 2012 y del 23% en el primer cuatrimestre de este año. Asimismo, el viejo continente ha endurecido sus históricas políticas proteccionistas e impuso recientemente sobrearanceles del orden del 7% al 11% a las exportaciones argentinas de biodiesel, bajo el supuesto de dumping (exportar a precios mas baratos que a los que se comercializa el mismo producto internamente). Nuestro país, que ya ha realizado el reclamo pertinente ante la OMC, es el principal exportador mundial de biodiesel por lo que su competitividad (precio, calidad y abastecimiento) es innegable y lo aleja seguramente de cualquier práctica de comercio desleal.
La Unión Europea ya lleva seis trimestres consecutivos de caída y el PBI del área se contrajo un 0,2% en el primer trimestre de este año comparado con 2012. Es el periodo más largo de contracción desde la creación del Euro y hasta los representantes más conspicuos del neoliberalismo afirman -sin sonrojarse- que la crisis ha sido potenciada por las políticas de “consolidación fiscal” (sinónimo de ajuste).
La semana pasada se anunciaba desde Bruselas con bombos y platillos que se empezaban a relajar las políticas de “austeridad” (otro sinónimo de ajuste). Pero cuando se analiza detenidamente el texto de la declaración, el tema no es así ni por asomo. La Comisión Europea les está otorgando de uno a tres años más de tiempo a Francia, España y Holanda para que reduzcan sus déficit fiscales a los niveles previstos en Maastricht (3%) peeeerrrrooooo, a cambio, les ordena mayor profundidad en el ajuste: suba de edad jubilatoria, mayor flexibilidad laboral, recortes en salud y en educación. Asimismo, les otorga mayores plazos a países que llevan más tiempo bajo la línea de flotación como Polonia, Portugal y Eslovenia.
El presidente de la Comisión Europea, el portugués José Barroso, expresó que los nuevos plazos responden a un análisis coherente con los que realizó recientemente el FMI y la OCDE preocupados por el impacto negativo de un ajuste demasiado severo. O sea, que los mismos que recomendaron la austeridad como política para recobrar la confianza económica y salir de la crisis, ahora se sorprenden de sus resultados: mayor endeudamiento, recesión y desempleo. Pareciera que en Europa la troika juega al ensayo y error, solo que en el medio, los errores-horrores los pagan los pueblos.
AHORA SE PONEN SENSIBLES
Pero así las cosas, esta segunda fase de la crisis europea ha encontrado otros perdedores en el camino. En efecto, ya no son solo los países del sur los que no pueden levantar cabeza, sino que también en el norte se suceden los problemas. Tanto Finlandia, como Francia y Holanda han ingresado a una fase recesiva y la otrora denominada “locomotora alemana” viene desacelerando su nivel de actividad hasta un modesto 0,9%.
Es aquí y ahora donde se prenden tardíamente las luces amarillas. Cuando el agua está llegando al cuello de los países europeos más desarrollados, recién se ponen en revisión tímidamente las políticas de ajuste bajo una pátina que intenta aparecer cómo de preocupación por los países de menor tamaño y fortaleza. Si a esto le sumamos que la señora Merkel enfrenta elecciones en septiembre de este año y no las tiene todas con ella, las manifestaciones que se están sucediendo en Europa -ahora coordinadas entre países, como las que se realizaron simultáneamente en 80 ciudades de Alemania, España, Portugal y Bélgica- pueden minar su poder electoral y de ser la gran estratega, pasar a convertirse en la culpable de la interminable recesión europea.
Una región para ser sustentable debe basar su integración en que los países centrales crezcan y empujen a las economías más pequeñas, pero si lo hacen a costa de ellas, el círculo vicioso se acelera. Esto es lo que vive hoy Europa, una región conducida por una visión conservadora tanto de los partidos de derecha como de la socialdemocracia, encorsetada por las políticas de ajuste fiscal y de metas de inflación que están llevando a que -ahora- puede darse la paradoja de que la cadena, en lugar de romperse por los eslabones más débiles, lo haga por los más fuertes. Sería otro milagro alemán.