Aunque no se puede asegurar que haya existido en la vida real, el fabuloso fabulista griego nos ha dejado una buena cantidad de sus relatos con moraleja que aún hoy son leídos con placer. Esopo, de él se trata, vino esta mañana a visitarme. Llegó entre las páginas del diario «Los Andes» y apareció en fascículo, como huyendo de la desastrosa situación actual de su Grecia natal («Liquidación final», Tusquetes, 2013, le llama a su nueva novela el extraordinario Petros Márkaris)..
Como nada es concreto respecto de su vida, su obra y su muerte (dicen, habría, parece, se supone, son un clásico en las supuestas referencias biográficas. De ahí aprendieron a redactar en el otrora «gran diario argentino»), me remito a la realidad real. Es que, precisamente, «Clarín» acaba de lanzar la colección «Fábulas de mi país». Y empieza mintiendo pues esta primera entrega es oriunda del país de Aristóteles, Platón y Esopo. Se llama «El pastorcito mentiroso» y confirma cierta tendencia de los medios hegemónicos por volverse autorreferenciales, acaso como una reacción inconsciente ante tanta morochada territorial. La adaptación literaria corre por cuenta de Luciana Acuña, lejos, muy lejos de La Fontaine y Samaniego, pero en castellano básico. Seguramente, porque aquí se trata de un negocio y no importa tanto si los niños leen mucho, poquito o nada. Importa que papá y mamá compren. El ilustrador es el uruguayo Horacio Gutiérrez, quien firma como Hogue,, y la idea y concepción de la obra (así dice, expresamente a vuelta de tapa) es de EME Marketing Editorial (¿Eme de Magnetto, manipulación, mugre, miserable, mentira? o ¿E de Ernestina, M de Magnetto y E de Escribano, el gran cuñado del supremo Fayt?).
Como la fábula del pastor que miente a repetición tiene patas cortas, en esta primera entrega se agregan dos más. A saber: «La gallinita roja», alegoría tardía del viejo peligro comunista, y «La liebre y la tortuga», metáfora berreta de la bondades de la empresa privada y el Estado, respectivamente.
Pero lo más destacado, permítame insistir, es la vocación que tienen estos tipos por el autobombo, aunque sea para destacar lo peor de su propia historia. Si para darse corte, como decía mi vieja, tienen que recurrir a unas fábulas («Ficciones artificiosas con que se encubre o disimula una verdad», dice el mataburros real en una de sus entradas) escritas por personajes de cuya existencia se conoce poco es que están jodidos y necesitan un congreso internacional de psicólogos para que se hagan cargo del asunto.
Lo cierto es que Esopo no es opo, por más que intenten venderlo en los quioscos.