«Tahúres, supersticiosos, charlatanes y orgullosos»
«La aristocracia del barrio», Joan Manuel Serrat
Nadie prometió que iba a ser fácil, ni que la ruta era pavimentada y con florcitas en las banquinas. El país, este barrio que nos vio nacer y crecer, que sufrió la partida de miles de sus hijos y que comenzó a reconstruir sus casas, tiene los altibajos de cualquier conglomerado humano. Risas, agachadas, traiciones, duelos y nacimientos. Y así vamos.
Los aristócratas ganaron el primer set por 6 a 1. Perdón, no quiero deportivizar (ya sé, suena a neologismo barato) un asunto demasiado serio y que nos incumbe directamente. Prometo cuidar mi lenguaje y trataré de evitar blasfemias y otros piropos. Aunque se los merezcan.
Los supremos jueces argentinos decidieron que, por ahora, no podremos elegir a los integrantes del Consejo de la Magistratura, institución política creada por la reforma constitucional de 1994 y que tiene como función aprobar la designación de jueces y decidir si los pedidos para su destitución son o no viables.
Es que son garcas, según la tipología descripta por Vicente y Hugo Muleiro en su libro «Los garcas» (Planeta, 2013). Son herederos del Pacto Roca-Runciman, más cerca del apellido del pétreo genocida que el del extranjero. Son Rivadavia y la Baringh Brothers, más cerca de Bernardino que de los hermanitos ingleses. Son la oligarquía «con olor a bosta de vaca», como los definió un tardío Sarmiento. Son los que quieren «que el hijo del barrendero siga siendo barrendero», perfecta confesión ideológica de aquel milico de la Fusiladora. Son, siempre fueron, amigos y hasta socios de los poderosos. Uno de ellos, el nonagenario, es el gran cuñado de José Claudio Escribano, capomafia del diario mitrista quien, entre otras miles de perlas cultivadas, reprobó la condena a perpetua por delitos de lesa humanidad contra Jaime Smart, ministro de Camps y sus asesinos. Son los que cajonean cautelares en las bóvedas (ahora que el mediopelo mediático las ha puesto en la agenda) sagradas de la impunidad. Son los que reciben CEOS para rendirles pleitesía. Son también sus empleados jerarquizados, pero subalternos al fin. Son los que resuelven rápido bajo mandato empresarial, pero se demoran cuatro años para decidir que una ley está vigente por mandato popular. Son, parafraseando a Serrat, la garcocracia del barrio.
No es garantía que uno de ellos (en realidad, una) sea atea y partidaria de legalizar el aborto. Allí está el oprobioso ejemplo de Alejandro Rozitchner, asesor del macrismo, también ateo confeso, pero ejemplo explícito de cómo se puede mancillar el apellido de uno de los más lúcidos y profundos pensadores contemporáneos, su padre, León. A veces uno se siente mucho más cerca de Camilo Torres o Jaime de Nevares que de estos mamíferos del odio y del estiércol.
Se me puede objetar que son los mismos que declararon la inconstitucionalidad de las malditas leyes de Obediencia Debida y Punto Final, además de dictar el fallo que interpreta con carácter inclusivo el aborto no punible tipificado en el Código Penal. Ninguna de esas decisiones afectó directamente la corporación mediática y económica. Y, sobre todo, la propia. Tocó, principalmente, la rémora del poder militar dictatorial con sus complicidades civiles y, en el caso del aborto, la poderosa maquinaria católica retrógrada.
No son el contrapoder, según el argumento de los sofistas del establishment. Son, claramente, el contrajoder al impulso histórico de nuevas conquistas populares.
Después de todo, ¿cuánto batallaron las Madres y Abuelas para derribar el muro de la impunidad?, ¿cuántos obreros y obreras murieron para alcanzar las 8 horas de trabajo?, ¿cuántas sufragistas sembraron el camino?, ¿cuántos guerrilleros no entraron en La Habana el 1 de enero de 1959 porque dejaron su sangre antes?, ¿ cuántas parejas vivieron sus amores en la clandestinidad hasta que lograron la Ley de Matrimonio Igualitario o el divorcio vincular?, ¿acaso no hace 160 años que espera entrar en acción, hacerse realidad, el artículo 24 de nuestra Constitución Nacional que establece el juicio por jurados?. Siempre temerosos de la voz del pueblo, parece que saben, olfatean que el asunto va a en serio y se hacen encima. Por muy empingorotados que se muestren son apenas seis, que se erigen en representantes de lo más rancio del barrio. Y seis podrán retrasar el reloj, pero no detener el tiempo.
Son Elena Highton de Nolasco, Carmen Argibay, Carlos Fayt, Enrique Petracchi, Juan Carlos Maqueda y todos bajo la batuta de Ricardo Lorenzetti. Son, se los presento, El Sexteto Tongo.